Eldorado desenterrado
Dec¨ªa Crist¨®bal Col¨®n en su Diario: "Con el oro se hace tesoro". Y hace cinco siglos fue a buscarlo al Nuevo Mundo, donde hab¨ªa oro de sobra. Todav¨ªa queda. Buena parte de ¨¦l est¨¢ guardado en el justamente llamado Museo del Oro de Bogot¨¢, en Colombia. No oro en veta, ni en pepitas arrastradas por los r¨ªos, ni apilado en lingotes de la Federal Reserva en Port Knox; ni es el oro perdido de piezas ya fundidas que enviaban a Espa?a los sucesores de Col¨®n en la Flota de Barlovento para que se ahogara en los naufragios del mar, o se lo robaran a medio camino los corsarios ingleses, o terminara -seg¨²n se?alaba Quevedo- "en G¨¦nova enterrado". Es oro vivo, en su estado natural de tesoro: el oro trabajado en delicadas piezas por los orfebres de las distintas culturas del territorio prehisp¨¢nico que hoy se llama Colombia: Tumaco, Calima, Malagana, Tierradentro, San Agust¨ªn, Nari?o, Cauca, Tolima, Quimbay¨¢, Muisca, Sin¨², Urab¨¢, Tairona...
Y es tanto el oro que a¨²n queda, pese a los conquistadores espa?oles, los piratas ingleses, los comerciantes genoveses y, por supuesto, los inescrupulosos anticuarios colombianos que lo exportan ilegalmente a manos llenas rumbo a las colecciones privadas de Estados Unidos y Europa, es tanto el que a¨²n queda que el Museo del Oro de Bogot¨¢ acaba de quintuplicar la superficie de sus salas de exposici¨®n. Cuando terminen las obras del nuevo edificio, dentro de dos a?os, ser¨¢n 13.000 metros cuadrados. Y habr¨¢ que seguir ampli¨¢ndolo. Porque sigue quedando oro precolombino. Lo encuentran sin cesar los llamados guaqueros: los que buscan guacas, o sea, tesoros indios enterrados (del quechua "huakoa", que significa sepultura). Sigue quedando, y sigue siendo sin cesar desenterrado. En las nuevas salas del Museo del Oro bogotano se ha tenido muy en cuenta precisamente ese ciclo sagrado y recurrente de la vida del oro, de la tierra a la tierra pasando por las manos de los hombres.
As¨ª, el museo ha sido dividido
en "unidades tem¨¢ticas": el descubrimiento y la invenci¨®n de la metalurgia; los 2.500 a?os de evoluci¨®n de la orfebrer¨ªa prehisp¨¢nica en sus diversas modalidades -el oro puro, o en aleaci¨®n ("tumbaga") con el cobre, o con el platino, o con el esta?o- y sus distintas t¨¦cnicas: a la cera perdida, al martillado, al dorado por oxidaci¨®n; la distribuci¨®n geogr¨¢fica y cronol¨®gica del oro precolombino en Colombia, que hist¨®ricamente va de sur a norte: de la cultura Tumaco, en las playas del Pac¨ªfico, a la Tairona, en la Sierra Nevada que se asoma sobre el mar Caribe; las atribuciones simb¨®licas y cosmol¨®gicas del oro en la religi¨®n y el poder, representadas por tres esferas superpuestas: la de arriba, la del mundo medio de los hombres y la del inframundo; y finalmente el Vuelo Cham¨¢nico y la Ofrenda.
Pues se trata de un ciclo. Primero el oro se extrae de las entra?as de la tierra o de la corriente de las aguas. A continuaci¨®n se trabaja: en collares, en narigueras, en p¨¢jaros o peces o jaguares, en vasijas antropomorfas, en cascabeles que agita el viento. Luego se usa, como adorno o como objeto utilitario: el poporo, copia en oro del recipiente en calabazo que a¨²n hoy usan los indios para guardar la cal con que se mezcla, para masticarla, la hoja de coca. Y finalmente vuelve a la tierra de donde sali¨®, como ofrenda ritual que se entierra en las sepulturas de los indios principales, los caciques y los chamanes.
Porque ten¨ªa raz¨®n Quevedo:
el oro tiene el destino de ser enterrado. Salvo que caiga en manos de una civilizaci¨®n des-sacralizada como la nuestra, que lo desentierra otra vez para exhibirlo en las vitrinas de un museo. Pero tal vez no sea coincidencial, sino simb¨®lico, que la pieza m¨¢s bella y delicada de los muchos miles que se guardan en el Museo del Oro sea la famosa balsa muisca de Eldorado: una a¨¦rea reproducci¨®n en miniatura de la balsa en que el cacique de los muiscas se sumerg¨ªa ritualmente en la laguna de Guatavita, todo cubierto de polvo de oro y cargado de piezas de oro, un d¨ªa al a?o, para la ofrenda. Varias veces, desde los tiempos de la Conquista, se ha intentado dragar la laguna o incluso desaguarla para recuperar el tesoro hundido, sin ¨¦xito. Todav¨ªa queda, por fuera del museo, un Eldorado sumergido.
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