De un mundo raro
Desde la primera muestra individual que present¨® en 1987, Sergio Sanz (Santander, 1964) ha ido acu?ando en su pintura una de las propuestas m¨¢s ins¨®litas, personales e intempestivas de nuestra escena reciente. Es la suya una figuraci¨®n de estirpe narrativa, que entreteje una inclinaci¨®n primordial por lo grotesco con desasosegantes resonancias de corte fant¨¢stico y en cuyo imaginario argumental tienden a aflorar querencias bien poco usuales entre las inercias dominantes en el arte de este tiempo. As¨ª, en etapas anteriores, los referentes asociados a las esferas del jazz, la guerra civil o los cen¨¢culos ultra¨ªstas; como ahora, en el ciclo desplegado por su actual exposici¨®n, la vindicaci¨®n del paisaje mesetario, o los escenarios rurales y castizos. Y sobre esa pulsi¨®n exc¨¦ntrica, Sanz ha llegado finalmente a decantar una senda que viene a fecundar, en una insospechada proyecci¨®n, nuestro legado de ra¨ªz m¨¢s negra.
SERGIO SANZ
Galer¨ªa Marlborough
Orfila, 5. Madrid
Hasta el 5 de febrero
Afrontaba sin duda el pin
tor c¨¢ntabro un reto considerable en esta exposici¨®n, la primera que realiza en el espacio de Marlborough tras sumarse a los artistas de la casa. Donde, dicho sea de paso, de todos los nuevos creadores espa?oles incorporados por la firma en su actual etapa, Sanz es, de lejos, quien entronca, en un sentido m¨¢s ¨ªntimo y elocuente, con esa decisiva estirpe figurativa que (con Kitaj o Paula Rego, entre otros) ha marcado el perfil hist¨®rico de la galer¨ªa. Pues bien, en respuesta a ese envite, el artista ha presentado un conjunto de obras tan rotundo y espectacular que, a mi juicio, supone un punto de inflexi¨®n decisivo en la evoluci¨®n de su trabajo, donde vienen a confluir ahora una articulaci¨®n m¨¢s concisa, bien que a la par m¨¢s densa y compleja, de su po¨¦tica imaginaria, con una suculenta destreza en la ejecuci¨®n poco frecuente. Y despliega a partir de ah¨ª un espectro que contiene modulaciones muy diversas entre los extremos que dibujan, desde la primac¨ªa del esperpento, los dos escenarios teatrales, junto con esa suerte de reformulaci¨®n tabernaria del motivo de Susana y los viejos ensayada en El vino, y, en su reverso m¨¢s despojado, el desdoblamiento que impone la dramatizaci¨®n del paisaje con la enso?aci¨®n del vuelo de la muchacha en Sol-Opi y el soterrado latido amenazante de Cainita o Las hijas de Lot.
Entre ambos se sit¨²an telas deslumbrantes, como los microcosmos cifrados en la serie de retratos imaginarios, y, ante todo, la enigm¨¢tica El imperio espa?ol (Homenaje a Pedro Berruguete), con esa herida que los muros abren a la fuga del paisaje, o la turbulencia festiva que el carnaval de la infancia despierta en la serena claridad de Bella cuaresma.
Un mundo raro, como dicta la canci¨®n, el que Sergio Sanz despliega en su pintura, raro en extremo, en la doble acepci¨®n de extra?o y precioso, que parad¨®jicamente nos encara al azogue de un espejo moral donde anida, en reflejo implacable y veraz, nuestra entra?a m¨¢s ¨ªntima.
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