Seductora
Convertida en el foco de inter¨¦s de un concierto que -adem¨¢s- presentaba otros atractivos (la Orquesta de C¨¢mara de Europa, por s¨ª sola, merece la atenci¨®n de cualquier mel¨®mano), Maria Jo?o Pires revalid¨® el lunes su indudable capacidad para seducir al oyente. Y lo hizo con el Concierto para piano y orquesta n¨²m. 2 de Chopin, obra que le viene como un guante para lucir dos grandes cualidades: su capacidad para "cantar" con el piano, en primer lugar, y, en segundo, su exquisito sentido del tempo, que le permite hacer un generoso uso del rubato sin caer en amaneramientos de tipo alguno. Huelga decir que ambas virtudes son, en Chopin, condici¨®n sine qua non. Fue tambi¨¦n admirable la manera de desgranar los adornos -esos adornos tan inspirados en el bel canto y que impregnan toda la m¨²sica del polaco-, especialmente en el Larghetto, pero no s¨®lo en ¨¦l. Pires son¨® apasionada y libre desde la primera hasta la ¨²ltima nota y supo transmitir al p¨²blico toda la belleza del op. 21.
Maria Jo?o Pires
Chamber Orchestra of Europe. Emmanuel Krivine, director. Obras de Stravinski, Chopin y Beethoven. Palau de la M¨²sica. Valencia, 31 de enero de 2005.
Este concierto presenta, adem¨¢s, otra ventaja que lo hace especialmente conveniente para la pianista portuguesa. La poca entidad del acompa?amiento orquestal, reducido muchas veces -aunque no todas- a una ef¨ªmera atm¨®sfera sobre la que el piano ejerce su liderazgo, permite disimular la escasa potencia que siempre ha tenido esta int¨¦rprete. Con los conciertos para piano y orquesta de Mozart o Beethoven -y no digamos con los de la segunda mitad del XIX-, donde la orquesta es un partenaire y no un servidor, y cuya sonoridad requiere con frecuencia un piano poderoso que no se deje tapar, Pires se encuentra con graves problemas. Y debe reconocerse que, incluso en este n¨²m. 2 de Chopin, se adivinaba algo de eso. Aunque tambi¨¦n es cierto que, r¨¢pidamente, la pianista consegu¨ªa que nos olvid¨¢ramos de ello.
La orquesta y Krivine, con la batuta, fueron acompa?antes suaves, atentos, implicados en el discurso de la solista, expresivos. Antes, con el Concierto en re mayor de Stravinski, ya hab¨ªan demostrado la calidad de la agrupaci¨®n, mostrando un ajuste perfecto y una estupenda capacidad para la precisi¨®n r¨ªtmica. Especialmente atractivo result¨® el Arioso, al que le dieron un gr¨¢cil aire de danza.
Despu¨¦s de Chopin vino la Cuarta sinfon¨ªa de Beethoven, que tanta cancha ha dado -como la Octava- a elucubraciones en torno a si supone o no supone un par¨®n o, incluso, una marcha atr¨¢s en la evoluci¨®n estil¨ªstica del compositor. Krivine la ley¨® otorgando a los concisos motivos toda la energ¨ªa que requieren, y concediendo a los instrumentos de madera el sabor "pastoral" que tienen en obras posteriores. Mantuvo, adem¨¢s, la tensi¨®n y la inefable fuerza beethoveniana a lo largo de los cuatro movimientos. Con todo ello pas¨® por encima de cualquier discusi¨®n bizantina y situ¨® a la Cuarta, c¨®modamente, en el lugar que le corresponde: un puro, vigoroso e inconfundible Beethoven. Homenaje a Haydn incluido.
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