El Papa
No, yo no me r¨ªo. Hay gente que r¨ªe cuando ve al Papa mascullando palabras incomprensibles y haciendo gestos extra?os, pendiente la cabeza como de un hilo; y cuando oyen luego a los que le traducen -y se lo han escrito antes- que lo que hace es condenar la homosexualidad, el matrimonio civil, la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre. No me r¨ªo, porque la ancianidad caqu¨¦ctica siempre me ha producido respeto. Hasta la m¨ªa: ma?ana o pasado. No me r¨ªo, tampoco, porque todo el Vaticano es ahora as¨ª: fantasmas de antes de morir, paseando entre los restos humanos de las reliquias y el tesoro fabuloso acumulado de cuando ten¨ªan poder. Vacilo en el c¨¢lculo de si es Espa?a la que lo ha invadido ideol¨®gicamente, desde san Josemar¨ªa, o al rev¨¦s. Cuando le o¨ª hablar del problema de las aguas del Ebro me di cuenta de que le hab¨ªan colocado delante un escrito de autor espa?ol. Oigo a los del partido ¨²nico de la oposici¨®n: es el Vaticano el que los cre¨® a su semejanza.
En todo caso, da igual: no estamos precisamente ante la paradoja del huevo o la gallina. No me da risa. No por este viejecito, ni por el grupo de poder que le representa aqu¨ª, que tienen articulaciones de voz un¨¢nimes que a veces son rid¨ªculas, sino por la pobre cohorte de creyentes que se resignan bajo el tipo de consignas que se pasean de Roma a Washington, de Washington a Bruselas, de Bruselas a Madrid, y viven bajo la presi¨®n doble del capitalismo monopolista armado, tan fuerte, tan incesante, y al mismo tiempo en el infierno, en que la casa de Loreto, donde naci¨® Mar¨ªa en Nazaret, fue transportada por los aires a la costa italiana; los que est¨¢n seguros de que la Virgen de Lourdes empuj¨® un poco la pistola del b¨²lgaro para que no matara al Papa, pero dej¨® que entrase en sus carnes para darle esta agon¨ªa tan dura y tan poco lustrosa. Siempre me ha parecido que los milagros son mezquinos. No hacen brotar claramente una pierna seccionada, o resucitar a un electrocutado, o dar la vista a un ciego: les arreglan un pel¨ªn, que vean como con niebla o anden a trompicones.
Nunca curan al Papa, ni tampoco se lo llevan consigo. Le dejan revestido de brocados, sedas, oros y tules, ponen un motorcito a la silla gestatoria, le meten entre cristales blindados, le hacen micr¨®fonos sensibles. Pero no le dejan salir de este terreno vago, de este equilibrio inestable y de esos viejos t¨®picos del tiempo antiguo.
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