Agon¨ªa y ¨¦xtasis
Ver al presidente George W. Bush esta semana en Bruselas era ver el camino que le queda todav¨ªa a Europa si quiere que el mundo la tome en serio. A un lado estaba C¨¦sar. Al otro, el primer ministro de Luxemburgo. Y de B¨¦lgica. Y el presidente de la Comisi¨®n Europea. Y el alto representante de la Uni¨®n para la pol¨ªtica exterior. Y los comisarios de relaciones exteriores y comercio. Y docenas m¨¢s de jefes de Gobierno, diversos departamentos e instituciones europeos, todos desvivi¨¦ndose por disfrutar del sol de esa presencia imperial que tantas veces condenan en privado.
"Si el rid¨ªculo matase, habr¨ªa montones de cad¨¢veres en las calles de Bruselas", dijo el primer ministro luxemburgu¨¦s, Jean-Claude Juncker, uno de los responsables de organizar la recepci¨®n al presidente de Estados Unidos porque la presidencia rotatoria de la Uni¨®n la ocupa en la actualidad Luxemburgo ("un ¨¢rea... ligeramente inferior a la de Rhode Island", dice el libro de consulta de la CIA). Y nos promete que habr¨¢ un divertido fragmento en sus memorias sobre las rencillas intraeuropeas para conseguir "un rato" con el emperador.
El primer ministro belga aprovech¨® su momento ante los focos mundiales y dio al presidente Bush la bienvenida a "la capital de B¨¦lgica y la capital de Europa"
La pregunta que siempre se le atribuye a Henry Kissinger -"dice usted Europa, pero ?a qu¨¦ n¨²mero tengo que llamar?"- sigue vigente
A pesar de la ampliaci¨®n de la UE, o tal vez a causa de ella, lo cierto es que estamos avanzando en la direcci¨®n acertada, tanto en teor¨ªa como en la pr¨¢ctica
Mientras tanto, all¨ª estaba C¨¦sar. Dos horas antes de que empezara su discurso, entramos por una vieja entrada trasera al Concert Noble, un gran sal¨®n de baile con cortinas granates en el que la aristocracia belga se re¨²ne todav¨ªa, una vez al a?o, para el Bal de la Noblesse. Poco a poco, las filas delanteras se llenaron de embajadores y peque?os dignatarios de la periferia del imperio. Se pod¨ªa ver a unos cuantos tribunos, prefectos y comerciantes estadounidenses. A continuaci¨®n llegaron los proc¨®n-sules, hombres llenos de gravitas imperial, majestuosa cortes¨ªa y cortes de pelo de estilo militar. Todos llevaban la seria toga washingtoniana: traje oscuro y camisa blanca.
Tras una larga espera, lleg¨® el momento de los c¨®nsules y altos funcionarios del imperio, incluida Condoleezza Rice. La muchedumbre empez¨® a animarse. Los tel¨¦fonos m¨®viles se apagaron y nos pusimos en pie, guiados por la casa imperial, para saludar a la esposa del C¨¦sar, Laura. Pocos minutos despu¨¦s, los altavoces anunciaban al "primer ministro de B¨¦lgica... y el presidente de Estados Unidos". Volvimos a levantarnos y all¨ª estaban, el primer ministro belga con un trotecillo como de chico de colegio grande y desgarbado, con sus gafas y su cabello despeinado, y luego, flanqueado por su guardia pretoriana, el presidente de Estados Unidos, que entraba como un emperador. Tom y Jerry.
El primer ministro belga aprovech¨® su momento ante los focos mundiales y dio al presidente Bush la bienvenida a "la capital de B¨¦lgica y la capital de Europa". Adapt¨® una frase de uno de los padres fundadores de la Uni¨®n Europea, el belga Paul-Henri Spaak, para decir que Europa est¨¢ compuesta solamente de peque?os pa¨ªses, pero algunos lo saben y otros no. "S¨®lo una Europa unida", dijo, "puede ser un socio firme de Estados Unidos". Para caminar, concluy¨®, necesitamos dos piernas fuertes.
?Pero d¨®nde est¨¢ la pierna europea? Cuando habl¨®, por fin, tras la introducci¨®n un poco excesiva del primer ministro belga, el presidente Bush present¨® un programa claro y ambicioso para lo que su Gobierno llama "diplomacia transformacional" en todo el mundo. Hab¨ªa algunos elementos importantes, como la insistencia en un Estado palestino con un territorio contiguo en Cisjordania ("un Estado de territorios dispersos no puede funcionar") y el hecho de colocar la "reforma democr¨¢tica" en primer plano de nuestro di¨¢logo con Rusia. El programa puede gustar o no, pero, desde luego, est¨¢ muy claro cu¨¢l es.
Multiplicidad de personas
?Qui¨¦n sabe cu¨¢l es el programa de Europa para el mundo? La pregunta que siempre se le atribuye a Henry Kissinger -"dice usted Europa, pero ?a qu¨¦ n¨²mero tengo que llamar?"- sigue vigente. La pasmosa multiplicidad de personas con las que el presidente estadounidense tuvo que encontrarse en Bruselas -entre ellas, jefes de pa¨ªses peque?os con amplitud de miras y pa¨ªses grandes de mentalidad cerrada, responsables de diversas partes institucionales que rivalizan dentro de la Uni¨®n Europea, para no hablar de la OTAN, que se encuentra un poco m¨¢s all¨¢- demuestra lo lejos que estamos todav¨ªa de tener una respuesta.
Sin embargo, a pesar de la ampliaci¨®n de la Uni¨®n Europea, o tal vez a causa de ella, lo cierto es que estamos avanzando en la direcci¨®n acertada, tanto en teor¨ªa como en la pr¨¢ctica. En Ucrania, el ministro de Exteriores designado por la UE, Javier Solana, colabor¨® con los presidentes polaco y lituano, en un tr¨ªo de circunstancias, para ayudar a garantizar un resultado pac¨ªfico de la revoluci¨®n naranja. En las relaciones con Ir¨¢n, tres pa¨ªses, Francia, Alemania y Gran Breta?a, se est¨¢n haciendo con las riendas, en estrecha colaboraci¨®n con Solana. Seguramente volver¨¢ a haber estas coaliciones intra-europeas improvisadas con gente dispuesta a trabajar.
Si los 25 Estados miembros aprueban el tratado constitucional, el pr¨®ximo oto?o, Solana se convertir¨¢ en el ministro de Exteriores de la UE, que incluye presidir el consejo de ministros de exteriores de todos los pa¨ªses y dirigir lo que, eufem¨ªsticamente, se puede denominar el Servicio de Acci¨®n Externa Europea. Los brit¨¢nicos, y otros, no est¨¢n dispuestos a llamarlo lo que verdaderamente es: un incipiente servicio diplom¨¢tico europeo. Algunos amigos m¨ªos que est¨¢n en instituciones europeas han intentado dar con un acr¨®nimo simp¨¢tico que permita prescindir de un nombre tan largo y complicado. Lo que se les ha ocurrido es Extase (EXTernal Action Service), que evoca visiones de ¨¦xtasis muy poco eurocr¨¢ticas.
Hay que luchar
Para llegar al Extase, Europa todav¨ªa tiene que sufrir mucha agon¨ªa, parte de ella en el sentido original griego de agon¨ªa, que quiere decir lucha. Hay dos tipos de oposici¨®n: nacional e institucional. Muchos Estados miembros, sobre todo Gran Breta?a y Francia, se niegan a ceder el control de la pol¨ªtica exterior. Como consecuencia, aunque el tratado constitucional permite un voto de mayor¨ªa cualificada en el consejo de ministros de Asuntos Exteriores que preside el ministro de Exteriores europeo, tambi¨¦n da a cada Gobierno nacional el derecho a invocar "razones vitales y declaradas de pol¨ªtica nacional", e insiste en que el asunto en cuesti¨®n se lleve ante el Consejo Europeo de jefes de Gobierno, en el que habr¨ªa que llegar a un acuerdo por unanimidad. Los euroesc¨¦pticos que hacen campa?a para que el no gane en el refer¨¦ndum brit¨¢nico ignoran deliberadamente este aspecto e insin¨²an que nuestra pol¨ªtica exterior va a quedar en las manos despiadadas de eur¨®cratas sin rostro. Como dice un viejo proverbio jud¨ªo, una media verdad es toda una mentira. Pero con esas medias verdades pueden obtener el no en Gran Breta?a. Entonces habr¨ªa que volver a partir de cero para elaborar una pol¨ªtica exterior europea.
Vistos desde Bruselas, los obst¨¢culos institucionales son tambi¨¦n inmensos. En el coraz¨®n de la capital de la Uni¨®n Europea -no "de Europa", como sugiri¨® el primer ministro belga, pero s¨ª de la UE-, dos enormes edificios de oficinas se observan mutuamente desde los dos lados de la Rue de la Loi. Son la sede de la Comisi¨®n Europea, el remozado Berlaymont, que representa la faceta m¨¢s supranacional de la Uni¨®n, y la del Consejo de Ministros, el l¨²gubre edificio Justus Lipsius, que representa su faceta m¨¢s intergubernamental. Para que Extase funcione, los funcionarios de estas dos instituciones tan distintas tendr¨¢n que fundir sus esfuerzos, construir puentes por encima de la calle de la Ley. Para que la pol¨ªtica exterior de la Uni¨®n Europea tenga alguna influencia, tendr¨¢ que encontrar formas de sincronizar los principales instrumentos del poder europeo -la pol¨ªtica comercial, la pol¨ªtica de competencia y la ampliaci¨®n- con los objetivos estrat¨¦gicos fijados por los Estados miembros y el ministro europeo de Exteriores. Una labor burocr¨¢tica muy aburrida, pero crucial.
Al final de todo ese proceso, desde luego, no habr¨¢ otro C¨¦sar. La Uni¨®n Europea no es un nuevo Imperio Romano; m¨¢s bien, una Commonwealth posmoderna. Pero, si todo sale bien, es posible que el pr¨®ximo presidente de Estados Unidos tenga una experiencia menos confusa cuando venga -¨¦l o ella- a visitarnos en 2009.
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