Iguales ante la tele
Segu¨ªa d¨¢ndole vueltas a mis dudas sobre si merece la pena vivir agobiada por los desastres que algunos d¨ªas parecen acecharnos, cuando me sorprendi¨® un programa de televisi¨®n. En apariencia, se trataba de un juego ante las c¨¢maras. Dos j¨®venes intercambiaban sus vidas durante una semana. El reto consist¨ªa en que cada uno de ellos deb¨ªa sobrevivir en la vida cotidiana del otro. Siendo as¨ª que uno de ellos era drag queen en Zaragoza y el otro, pescador de un peque?o pueblo de Galicia. Con esa premisa, yo esperaba que los respectivos entornos destrozasen al reci¨¦n llegado. O que si intentaban jugar a los buenos al saberse retransmitidos por la tele, el artefacto rechinara.
Pero no fue as¨ª. Aquello funcion¨®. ?Qu¨¦ todo era un espect¨¢culo? ?Qu¨¦ estaba preparado? Pues claro; como casi todo lo que nos rodea. Pero esos j¨®venes amigos del transformista y del pescador no eran tan diferentes. Les un¨ªa, quiz¨¢s sin saberlo, algo que no uni¨® antes a sus abuelos ni a sus padres.
El contraste se me hizo patente al ver luego el cap¨ªtulo de la serie documental Memoria de Espa?a dedicado a la transici¨®n del siglo XIX al XX.
Comparando aquella ¨¦poca con ¨¦sta me ha golpeado la evidencia de la profundidad del cambio social en Espa?a. Decirlo parece un lugar com¨²n. Pero cuando me siento a veces peligrosamente cerca del abismo que nos ha succionado en el pasado, necesito esta otra perspectiva para no dejarme arrastrar por el v¨¦rtigo.
Aquel pueblo de Gila, donde recib¨ªan a cantazos al forastero, aquellos pueblos inmersos en miseria e incultura, existieron hace un siglo. Y siguieron existiendo cincuenta a?os despu¨¦s. Pero nos hemos ido alejando de todo aquello. Y la televisi¨®n, con todos sus defectos, ha sido un factor decisivo para descubrir que no somos tan diferentes.
Y eso es la modernidad. El esp¨ªritu de ciudad. Los pueblos aislados y enemigos entre s¨ª de aquella Espa?a negra, se han ido transformando en manzanas urbanas separadas por calles. Porque la televisi¨®n ha abierto ventanas en todas sus medianas. Pero ?y los nacionalismos? ?y los profetas que anuncian una Espa?a descompuesta en reinos de taifas? Variantes de un mismo miedo a esa modernidad que nos est¨¢ igualando. Haci¨¦ndonos iguales en tanto que espa?oles, pero iguales tambi¨¦n a los franceses y a los subsaharianos, apenas empiezan a vivir y trabajar con nosotros.
Me acost¨¦ pensando en estas cosas y me despert¨¦ a media noche porque hab¨ªa so?ado que los jefes nacionalistas y los profetas del desastre tambi¨¦n estaban actuando para la televisi¨®n. Como las drag queen. O ?acaso no usan las mismas plataformas para mirarnos desde arriba?
Que prosiga pues el espect¨¢culo, que la fiesta a¨²n no ha terminado. Tan s¨®lo tengamos cuidado con la pirotecnia, que, a veces, se les va de las manos.
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