De Karol Wojtyla a Juan Pablo II
?En qu¨¦ suelo vital arraigan las ra¨ªces de un hombre que ha cambiado la historia de Europa, que ha determinado el rumbo de la Iglesia cat¨®lica durante m¨¢s de veinticinco a?os y se ha convertido en una referencia moral para millones de hombres de toda cultura, religi¨®n y geograf¨ªa? ?De qu¨¦ fuentes originales ha bebido y en qu¨¦ manantiales se ha seguido abrevando hasta estos ¨²ltimos d¨ªas en los que el dolor y el resuello le agotan hasta el borde del abismo?
Karol Wojtyla, obispo de la ciudad en la que vertieron su sangre los ap¨®stoles Pedro y Pablo, por ello padre de la comunidad cat¨®lica, es ante todo un ni?o polaco, que lleva sobre sus espaldas la entra?able historia de una familia herida por la desgracia, y de una patria durante siglos repartida entre los imperios circundantes y finalmente subyugada hasta la destrucci¨®n por el nazismo y el comunismo.
Su vida tiene tres etapas claramente diferenciables, con contenidos diversos pero entrelazados entre s¨ª. 1920-1946, como tiempo de infancia, guerra, clandestinidad, trabajo en f¨¢brica y ordenaci¨®n sacerdotal. 1946-1978, como tiempo de responsabilidad de la fe y de la Iglesia ante unos poderes que le niegan dignidad y sobre todo la libertad personal para creer, celebrar y existir p¨²blicamente como creyentes delante de Dios. 1978-2005, como tiempo de m¨¢xima responsabilidad m¨¢s all¨¢ de or¨ªgenes y patria, para toda la Iglesia cat¨®lica y desde ella para la humanidad.
?Cu¨¢l es el legado de su infancia y juventud? Ante todo, unos padres profundamente religiosos, donde la oraci¨®n fiel y la piedad serena pero intensa sosten¨ªan dificultades, enfermedades y penurias econ¨®micas, desde la muerte de la madre a la de su hermano, joven doctor en medicina, contagiado por sus enfermos. Luego el instituto con todos sus amigos y amigas, protestantes, ortodoxos, jud¨ªos, increyentes; la universidad con su pasi¨®n por la filolog¨ªa y el teatro. Sobre mi mesa tengo una foto de esos a?os dirigiendo la escena en las aulas universitarias y trayendo a la conciencia de los polacos perseguidos los grandes nombres de sus h¨¦roes, de sus escritores y de sus santos, como cimas de libertad y modelos de dignidad. Sigui¨® el arresto de sus profesores universitarios, el propio trabajo en la f¨¢brica y su experiencia en un laboratorio qu¨ªmico.
De esos a?os le queda para siempre la convicci¨®n de que el arraigo es esencial a la vida humana y el desarraigo es el origen de la inseguridad y desamor, desaliento y desesperanza. Aquel fundamento y agraciamiento de madre y familia le han quedado como ra¨ªces de gratitud y de responsabilidad, de fidelidad y de respuesta. Arraigo primero en el amor, cuidado y entrega de rostros amigos, a trav¨¦s de los cuales relumbr¨® para ¨¦l otro amor originante y absoluto, fiel e inolvidable: Dios. ?C¨®mo ser sin fundamento y crecer libre sin amor personal? ?C¨®mo existir sin esa referencia de la creatura al Creador? ?se es el cimiento de su confianza, esperanza y atrevimiento frente a tantos miedos.
De su origen y ejercicio ministerial primeros le ha quedado lo que podr¨ªamos llamar su "polonidad". Voluntad de ser s¨ª mismo y afirmarse frente a las potencias ideol¨®gicas y pol¨ªticas que imponen una identidad. Voluntad de patria y de Iglesia, de fe y de esperanza. Todo eso en un cruce sorprendente entre el racionalismo y la metaf¨ªsica alemana por un lado y, por otro, un mesianismo y misticismo eslavos, reconociendo a ambos, y sin querer ceder a la presi¨®n de ninguno de ellos. De ah¨ª sus tintes prof¨¦ticos y mesi¨¢nicos que nos traen el eco de grandes rapsodas polacos como Norwid o Miekievicz. ?Ha habido alguien en estos decenios que haya sumado con m¨¢s confianza el amor a su patria y la pasi¨®n de fraternidad universal?
En aquellos a?os polacos de profesor universitario y testigo p¨²blico de la fe se acerc¨® a los grandes autores. Si yo tuviese que elegir tres nombres decisivos de su forma mental, enumerar¨ªa a San Juan de la Cruz, del que se nutri¨® como texto de vida y de oraci¨®n en su casa, sobre el que hace la tesis doctoral luego en Roma y le acompa?ar¨¢ siempre, como testigo vivo del Dios viviente (elemento m¨ªstico). El segundo nombre es Max Scheler, con la fenomenolog¨ªa y el personalismo, que supone el paso de la preocupaci¨®n l¨®gica por el funcionamiento de los conceptos a la ejercitaci¨®n metaf¨ªsica y encuentro con lo real, dejando a la realidad ser, decirse, revelarse y a las formas de existencia ejercitarse: el amor, la fidelidad, el matrimonio, la virginidad, el entusiasmo, la paternidad, el lenguaje del cuerpo, los valores (elemento metaf¨ªsico y ¨¦tico). El tercer nombre ser¨¢ doble, dos te¨®logos: H. de Lubac y H. Urs von Balthasar. De ellos recibe el sentido de la catolicidad, de la misi¨®n, de la verdad humilde pero sobrehumana, de una vida de iglesia arraigada en sus fundamentos cristol¨®gicos y pneumatol¨®gicos. Y sobre todo el sentido de la Belleza, la que est¨¢ en el meollo de la realidad, la que hace del teatro de la existencia el esplendor de la libertad, la que refleja la gratuidad absoluta de Dios, que se da entero y personal, que nada exige y todo lo hace posible (elemento est¨¦tico).
En la tercera fase, que va de 1978 a 2005, es la cabeza de una comunidad de m¨¢s de mil millones de fieles, y a la vez s¨ªmbolo de un ideal moral y de una responsabilidad hist¨®rica. Si a veces se critica a la Iglesia y al Papa es porque se reconoce que ella est¨¢ llamada a ser la m¨¢xima palabra en el orden de la exigencia humana y de la promesa divina. Y el mayor odio deriva de quienes, por compartir actitudes, posturas morales o ideas pol¨ªticas contrarias, no creen recibir legitimidad y dignidad de aquella persona e instituci¨®n que m¨¢s pod¨ªan confer¨ªrsela; ese Papa e Iglesia que mantienen en alto los ideales evang¨¦licos, las bienaventuranzas y los derechos humanos, aun siendo conscientes de que ellos mismos no siempre est¨¢n a la altura debida.
De su magisterio en Roma yo se?alar¨ªa cuatro campos distintos con tres enc¨ªclicas en cada uno. Las primeras y m¨¢s originales han sido las que ha dedicado a lo espec¨ªfico cristiano, el misterio trinitario: Cristo (Redemptor hominis, 1979), el Padre (Dives in misericordia, 1980) y la acci¨®n del Esp¨ªritu Santo en las almas (Dominum et vivificantem, 1986). Un segundo campo significativo es el del mundo obrero, del trabajo y de la econom¨ªa (Laborem exercens, 1981; Solicitudo rei socialis, 1988; Centessimus annus, 1991). Con esta trilog¨ªa el Papa ha querido elevar la voz para reconocer lo que una ciencia econ¨®mica est¨¢ aportando a la vida humana, m¨¢s all¨¢ de violencias propias del nazismo y el comunismo, y m¨¢s ac¨¢ de un materialismo positivista que deja a los pobres en los m¨¢rgenes de la historia.
El tercer grupo de enc¨ªclicas se refiere a una de las m¨¢ximas tareas de la Iglesia: el ecumenismo, el intracristiano primero y luego el di¨¢logo con otras religiones. Para que el papado no sea un obst¨¢culo a la uni¨®n ha publicado la enc¨ªclica Ut unum sint (1995); para mostrar su aprecio y abertura a las iglesias orientales, la carta apost¨®lica Orientale lumen, y para iniciar una nueva presencia de la fe en el mundo nuevo, equivalente a la Evangelium nuntiandi de Pablo VI, ha publicado en v¨ªsperas del jubileo su programa Tertio millenio adveniente (2000). El cuarto grupo es el m¨¢s abierto a los problemas de la fe comunes con los de la humanidad: el sentido moral, la diferencia entre el bien y el mal, las exigencias objetivas del ser humano. ?sa es la amenaza mayor para la humanidad: la p¨¦rdida del sentido moral. A ella dedica la enc¨ªclica Veritatis splendor (1993). Junto a ella est¨¢ la preocupaci¨®n por la sacralidad de la vida y defensa de la persona, su excendencia respecto de todo poder humano y la simult¨¢nea responsabilidad de cuidar de la salud de los enfermos, a la vez que de los nacientes, decrecientes y murientes (Evangelium vitae, 1995). En este marco ¨²ltimo se sit¨²an otros dos textos capitales: la propuesta del evangelio como oferta de verdad a todos los hombres, que no se contrapone a sus culturas o historia, ya que es de otra naturaleza por ser don de Dios (enc¨ªclica Redemptoris missio, 1991), y el di¨¢logo entre la fe y la raz¨®n, la pasi¨®n por la verdad que el hombre puede y debe buscar para su incremento y plenitud suprema -s¨®lo donde se busca y afirma la verdad puede el hombre defenderse ante el poder- (enc¨ªclica Fides et ratio, 1998).
Tres palabras suyas caracterizan su persona y misi¨®n: "No teng¨¢is miedo", que pronunci¨® el d¨ªa de la elecci¨®n, recogi¨¦ndolas de labios de Cristo dirigidas a los ap¨®stoles; "Mar adentro", expresi¨®n de una responsabilidad cristiana, confiadamente asumida: hay que adentrarse en la historia, en la raz¨®n y en la gracia, confiados en quien nos llama, gu¨ªa y sostiene. Finalmente, la palabra m¨¢s sagrada de todo ap¨®stol: "Abrid las puertas a Cristo". Para ellas ha vivido y hasta el final las ha acreditado en un ejercicio personal que funde vida personal, misi¨®n eclesial y misterio divino. Lo ha cumplido como persona y no como personaje, en la enfermedad y en la vejez, dignificando as¨ª, en un tiempo en que la juventud se afirma como edad absoluta y normativa a la vez que aumentan los viejos, a la enfermedad y la vejez, la fidelidad y la confianza en la Iglesia para vivir del Esp¨ªritu, que es quien la sostiene m¨¢s que el r¨¦gimen eclesi¨¢stico.
Un Papa es decisivo, pero no lo es todo en la Iglesia. Ninguna psicolog¨ªa ni personalidad confiere a la misi¨®n apost¨®lica toda su fecundidad. Concentr¨¢ndose en aquellos aspectos que son m¨¢s conniventes con su historia y formaci¨®n, cada Papa atiende unas urgencias y desatiende otras, perdiendo reales posibilidades; favorece unas instituciones y relega otras. La Iglesia es cat¨®lica; su plenitud es plena en ra¨ªz y sucesiva en los frutos; va llegando a ella, por acciones y reacciones. No todos podemos hacer todo. Pero lo que hemos hecho, ?lo hemos hecho bien? Un h¨¦roe, un testigo, un padre ha sido Juan Pablo II. A su luz uno siente el gozo de ser cristiano, a la altura del tiempo, y la alegr¨ªa de ser miembro de la Iglesia cat¨®lica, sin sospecha alguna ni reticencia disidente, sino en l¨²cida y gozosa confianza.
Junto a la foto del joven universitario dirigiendo teatro en su universidad tengo en mi mesa otra de Juan Pablo II que, en unos d¨ªas de verano en Cadore, se desv¨ªa del camino y de pronto se encuentra en medio de unos labriegos que recogen el heno en un prado. Y all¨ª est¨¢ con un matrimonio y su hija que, con los sombreros de paja propios del tiempo, los rastros al hombro y los cestos con la ricia, le saludan como si fuera el vecino del prado de al lado. Con aquella normalidad del amigo o del familiar que vuelve a verlos. Un hombre as¨ª devuelve la fe en la humanidad y acrecienta la fe en Dios. Bendito sea su nombre.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es catedr¨¢tico de la Universidad de Salamanca y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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