?As¨ª era Londres, Virginia?
La misma dama guerrera que se despach¨® a gusto contra el realismo hegem¨®nico en Modern Fiction, su incendiario art¨ªculo de vanguardia, de 1919, en The Times, la ni?a bien de Kensington que se instal¨® en Bloomsbury para ejercer de pope de las letras y decirle que no al Ulises desde su recoleto despachito de The Hogarth Press, la genial suicida insatisfecha se aviene a escribir por encargo estas seis semblanzas londinenses para una revista del hogar, diez a?os antes de que, enloquecida por su propio talento (?en su cabeza sonaban poemas por las noches y los p¨¢jaros le cantaban en griego!) tanto como por los bombardeos de Londres, muera ahogada en el r¨ªo, como la Ofelia de John Everett Millais.
LONDRES
Virginia Woolf
Traducci¨®n de Andr¨¦s Bosch y Bettina Blanch Tyroller
Lumen. Barcelona, 2005
93 p¨¢ginas. 11 euros
Si repara el lector en el hecho de que estos textos se dieron a la imprenta efectivamente en 1931, advertir¨¢ que constituyen un ins¨®lito contrapunto, por su talante prosaico, a las sofisticadas performances l¨ªricas que componen las p¨¢ginas de su novela Las olas, publicada ese mismo a?o.
Una prueba m¨¢s del esp¨ªritu
tornadizo y atrabiliario de la Woolf, que apenas si hab¨ªa terminado de escribir los sofisticados mon¨®logos simb¨®licos de Las olas y ya enviaba a la revista Good Housekeeping -suerte de magazine para amas de casa nacido en 1924 y que contin¨²a hoy a la venta- estas p¨¢ginas, que nacen de un af¨¢n costumbrista s¨®lo en apariencia. Enseguida discurren por los derroteros de la iron¨ªa, el compromiso con el feminismo y el librepensamiento y el british humor, agazapado a veces en una antojadiza voluntad de cotilleo, de imp¨²dica revelaci¨®n de un secreto banal, de una maldad que anime la velada en el pub ("fij¨¦monos en los Carlyle, por ejemplo. Met¨¢monos en la cocina. All¨ª, en dos segundos, nos enteramos de que no ten¨ªan agua corriente", 'Casas de grandes hombres', p¨¢gina 51, comentario con el que justifica varias p¨¢ginas envenenadas contra los abusos sociales de la Inglaterra victoriana). Y donde Woolf escribe a sus anchas acerca de ese ancestral apego de los brit¨¢nicos a la chismograf¨ªa elegante es en Retrato de una londinense, art¨ªculo mordaz que, a la zaga de los minuciosos y agridulces cuadros sociales de Henry James, abre el volumen present¨¢ndonos a esa quintaesencia del Londres castizo que es su se?ora Crowe.
Londres, como sucede en
casi todas sus novelas, contiene p¨¢ginas que le dan la raz¨®n a su amigo Forster cuando, hablando del estilo de Woolf, coment¨® que "constantemente est¨¢ capturando trocitos del flujo de la vida cotidiana". Es sobre todo el lector de Mrs. Dalloway (1925) -su novela m¨¢s londinense- el que callejea por Londres con los ojos bien abiertos y la memoria espoleada, como hace la autora en estas prosas prosaicas: la pasteler¨ªa Rumpelmayer, el Big Ben, las chimeneas de Pimlico, Clarissa Dalloway cruzando Piccadilly con capa y guantes, Mrs. Dalloway viendo escaparates en pleno bullicio de Oxford Street, pero Virginia Woolf paseando en 'El oleaje de Oxford Street' (p¨¢gina 40), "en perpetua prisa y desorden", entre m¨¢quinas y autom¨®viles, "un criadero, una dinamo de sensaciones" -anota con un apunte impresionista, como los de Joyce en Dubl¨ªn, D?blin en Berl¨ªn, Gadda en Mil¨¢n, Proust en Par¨ªs o Dos Passos en Nueva York-, im¨¢genes de la modernidad vanguardista de un Londres "que no ha sido construido para durar, sino para pasar" (p¨¢gina 43).
Eso es Londres, un ¨¢lbum fo-
togr¨¢fico (carretillas de reparto, balas de lana sobre las barcazas del T¨¢mesis, tumbas y estatuas en Saint Pauls) cuyos pies de foto esconden s¨¢tira pol¨ªtica y cr¨ªtica social a partes iguales. En '?sta es la C¨¢mara de los Comunes' (p¨¢gina 87), Woolf escribe "veamos si la democracia que construye edificios supera a la aristocracia que modelaba estatuas", la misma que despleg¨® un imperio colonial cuyos frutos se desparraman a lo largo y ancho de 'Los muelles de Londres', decr¨¦pita y metaf¨®rica cornucopia. El Londres de Woolf, muy lejos ya de ser el escenario para un retrato de ¨¦poca, como lo fue en manos de Dickens, deviene en cambio el subterfugio id¨®neo para dar rienda suelta a su infatigable af¨¢n cr¨ªtico, a su mirada seductora e indiscreta. Espl¨¦ndido libro, publicado por a?adidura en una hermosa edici¨®n que hubiera sin duda complacido a la fina editora que tambi¨¦n fue Woolf.
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