Resplandor de Kubrick
"Pose¨ªa el l¨¢ser de la c¨®lera", dice Christiane Kubrick sobre su marido, Stanley, y habla aqu¨ª de la injusta fama de exc¨¦ntrico que acompa?¨® siempre al que fuera uno de los grandes directores del siglo XX. Un libro rescata im¨¢genes in¨¦ditas de su inmenso archivo personal.
Nadie conoci¨® mejor al director Stanley Kubrick que su esposa, Christiane. Se conocieron en 1957, en el rodaje de Senderos de gloria. No se separaron hasta la muerte de Kubrick, en 1999. Ella recuerda as¨ª la vida junto a uno de los grandes maestros del cine del siglo XX.
Se?ora Kubrick, su marido no s¨®lo era venerado en calidad de genio, sino tambi¨¦n por su fama legendaria de tipo raro, casi equiparable a la de Howard Hughes. La prensa brit¨¢nica lo ha descrito como un aut¨¦ntico 'freak' que se liaba a tiros con la gente que hac¨ªa excursiones cerca de su casa y que paseaba en autom¨®vil tocado con un casco de rugby como si tal cosa. ?Realmente era una persona tan extra?a?
No, eso no son m¨¢s que disparates. As¨ª es como algunos periodistas se vengaban de que no les concediera entrevistas. No quer¨ªa hacerlas porque no se fiaba de ellos. Ten¨ªa miedo de acabar quedando como un completo idiota. Persever¨® demasiado en su aislamiento y al final le sali¨® el tiro por la culata.
?Era capaz de re¨ªrse de la fama que ten¨ªa?
Cuando estaba de buen humor se re¨ªa de las invenciones de la prensa. Pero en los d¨ªas malos todo eso le irritaba sobremanera. Sobre todo le acab¨® dando muchos quebraderos de cabeza aquel sosia que a principios de los a?os noventa se hac¨ªa pasar por Stanley Kubrick y seduc¨ªa a muchachos. Aquel tipo se sal¨ªa con la suya s¨®lo porque nadie sab¨ªa qu¨¦ aspecto ten¨ªa Stanley. Al final de su vida mi marido quiso rectificar la imagen que la gente ten¨ªa de ¨¦l y acabar con todas esas chorradas que circulaban por ah¨ª. Le pidi¨® a su amigo, el escritor Michael Herr, que escribiera un libro sobre ¨¦l [se public¨® en 2000]. Desgraciadamente, Stanley no vivi¨® lo suficiente para ver cumplidos sus deseos.
Pero ahora es posible hacerse una idea m¨¢s precisa de c¨®mo era Kubrick gracias a una exposici¨®n que se inaugur¨® hace unas semanas en Berl¨ªn y a la edici¨®n de un volumen de lujo, de la editorial Taschen, dedicado a su persona. Michael Herr escribi¨®, entre otras cosas, que la formaci¨®n escolar de su marido fue m¨¢s bien modesta.
Fue penosa. No soportaba la escuela. Creo que se deb¨ªa a que no se sent¨ªa nada a gusto siendo un ni?o. Le parec¨ªa algo molesto e indigno. ?se es el motivo por el que se march¨® muy pronto de casa, se cas¨® a los 19 a?os y comenz¨® a representar el papel de adulto. Cuando le conoc¨ª ten¨ªa 28 a?os y todav¨ªa odiaba ser el benjam¨ªn dondequiera que estuviese, como, por ejemplo, en el set de Espartaco. Empleaba la ropa para desmarcarse de la gente de su edad; siempre llevaba camisa blanca, corbata y chaqueta. Peter Ustinov coment¨® muy certeramente en una ocasi¨®n: "Stanley es un hombre que jam¨¢s ha sido joven y que jam¨¢s parecer¨¢ viejo".
Dicen que su marido rara vez se compraba ropa nueva, y, en caso de hacerlo, eran siempre prendas muy baratas, como ocurri¨® con ocasi¨®n de la boda de su hija mayor, a la que acudi¨® con un traje de 85 libras de la cadena Marks & Spencer, que combin¨® con unos zapatos de p¨¦sima calidad.
No se daba cuenta del aspecto que ten¨ªa, de que llevaba la ropa sucia y arrugada. Pero mi hija se ech¨® a llorar cuando le dijo que pensaba ir a la boda con sus trapos de siempre. Por eso se compr¨® el traje. Bueno, es un decir, en realidad mand¨® a Emilio, el ch¨®fer, a Marks & Spencer. Stanley se sent¨ªa rid¨ªculo enfundado en su nueva adquisici¨®n y exclam¨®: "?No quiero o¨ªr el menor comentario!". A m¨ª el traje me parec¨ªa muy bonito. S¨®lo que ¨¦l era incapaz de moverse como es debido vestido as¨ª.
A lo largo de su quehacer cinematogr¨¢fico su marido hizo gala de una verdadera fiebre coleccionista, llegando a crear archivos inmensos. Unas veces se rumoreaba que eran 10 y otras veces 100 las habitaciones de Childwickbury Manor, su finca pr¨®xima a Londres, destinadas a almacenar textos y ficheros. ?Qu¨¦ hay de cierto en todo ello?
No se lo puedo decir. Cuando nos mudamos aqu¨ª nos olvidamos de contar las habitaciones, despensas y cobertizos. El problema de Stanley era que lo guardaba todo. Se pas¨® la vida haciendo prop¨®sito de acabar con aquel caos. Llen¨® establos y s¨®tanos enteros con sus cosas. Guardaba el correo en sacos con intenci¨®n de leerlo m¨¢s adelante. Pero lo que hac¨ªa m¨¢s adelante era colocar otras cosas sobre esos sacos, con lo que terminaban convirti¨¦ndose en muebles. En una palabra: en nuestro caso, el problema no era la aguja, sino los muchos pajares.
Pero lleg¨® a idear sistemas realmente ingeniosos para ordenar sus cosas. ?No sirvieron de nada?
Dig¨¢moslo as¨ª: el orden era su gran anhelo, igual que a muchas personas les hubiera gustado tener alas. Para las cuestiones financieras y art¨ªsticas era muy claro y esmerado. Pero cuando se trataba de saber d¨®nde demonios estaba su otro zapato: ?era absolutamente incapaz!
?C¨®mo se explica usted esa fiebre coleccionista y la minuciosidad con que se enfrascaba en cada tema cinematogr¨¢fico?
Su pasi¨®n era sacar el m¨¢ximo de cada tema. Su lema era: "Si no est¨¢s enamorado del asunto, d¨¦jalo. Ya hay demasiadas pel¨ªculas mediocres". No sab¨ªa lo que era aburrirse. Por eso se encolerizaba en cuanto notaba que alguien no se concentraba al cien por cien en lo que estaba haciendo, y, por ejemplo, se pon¨ªa a mirar por la ventana. "Either you care or you don't" [o te importa o no], les dec¨ªa.
?Y levantaba la voz?
No, pero ten¨ªa una mirada terrible. Era cuesti¨®n de segundos: se limitaba a alzar brevemente la vista. Pose¨ªa el l¨¢ser de la c¨®lera. A muchos les daba miedo. Pero, y eso es lo que me gustaba de ¨¦l, esa desaprobaci¨®n duraba s¨®lo unos instantes.
?Por qu¨¦ su marido lleg¨® a entusiasmarse con la figura de Napole¨®n hasta el extremo de encargar 18.000 ilustraciones y organizar ficheros con objeto de recopilar informaci¨®n sobre todos y cada uno de los d¨ªas de la vida del emperador franc¨¦s como material para una pel¨ªcula que nunca se rod¨®?
Le fascinaban las h¨¢biles dotes organizativas de Napole¨®n, sus inteligentes preparativos, la elecci¨®n de los generales y oficiales, las jugadas de ajedrez del emperador. Para ¨¦l, la vida de aquel hombre reflejaba a la perfecci¨®n las cuestiones fundamentales de nuestra existencia. El hecho de que incluso una persona que hab¨ªa llegado a alcanzar ¨¦xitos tan inconcebibles y que ten¨ªa un talento tan inmenso se fuera a pique arrastrada por su propia vanidad: Napole¨®n fracas¨® porque en un par de ocasiones sus emociones fueron m¨¢s fuertes que su raz¨®n. Quiz¨¢ ¨¦se sea el denominador com¨²n de todas las pel¨ªculas de Kubrick: hablan de que, como seres humanos que somos, estamos determinados por nuestros sentimientos, y no por nuestra formaci¨®n, nuestro talento o inteligencia. Cuando nos enfrentamos a cosas realmente importantes, la emoci¨®n nos arrastra y entonces todo se va al garete.
?Qu¨¦ era lo que le pon¨ªa furioso?
Sent¨ªa una gran aversi¨®n a la vanidad. Le sacaba de quicio escuchar frases pomposas y est¨²pidas.
Sin embargo, se dedicaba al negocio m¨¢s vano del mundo. ?No le parece parad¨®jico?
En realidad siempre se mantuvo todo lo alejado que pudo de este negocio y de este mundillo. No le gustaban las fiestas. De peque?o tampoco tuvo ocasi¨®n de acostumbrarse a la vida social. Sus padres nunca invitaban a nadie ni daban fiestas. As¨ª que, m¨¢s adelante, cuando se ve¨ªa obligado a acudir a una celebraci¨®n se convert¨ªa en un ni?o que no quiere ir a una fiesta de cumplea?os de otro ni?o porque le da miedo. Mientras se dejaba meter en el coche exclamaba: "?Por qu¨¦ lo hago? ?Si en realidad lo odio!". Una vez all¨ª, casi siempre acababa refugi¨¢ndose en la cocina. Pero no le serv¨ªa de nada: a menudo la mayor¨ªa de los invitados acababan tambi¨¦n en la cocina. Y para su sorpresa, normalmente se lo pasaba la mar de bien.
En una foto famosa tomada durante el rodaje de 'Barry Lyndon' se ve a su marido furioso, sentado junto a Ryan O'Neal, que, tras una noche bastante movidita, est¨¢ inhalando ox¨ªgeno con una mascarilla. ?Detestaba los excesos de los actores?
Le parec¨ªa algo espantoso. Por eso tiene esa cara en la foto. O'Neal no se sent¨ªa bien, ten¨ªa una resaca terrible, y eso con un equipo de 40 o 50 personas. El propio Stanley no beb¨ªa alcohol y no le gustaba que los actores llegaran al plat¨® sin haber preparado nada y con el texto sin aprender, pero en el fondo los admiraba mucho y se tomaba m¨¢s tiempo para trabajar con ellos que cualquier otro director. Disfrut¨® trabajando con gente profesional como Nicole Kidman, Jack Nicholson o Tom Cruise. Y ellos tampoco se han quejado nunca del trato que ¨¦l les dispens¨®.
Quiz¨¢ cuando m¨¢s lejos lleg¨® la cosa fue con Kirk Douglas durante el rodaje de 'Espartaco'. Douglas dijo que su marido era "un trozo de mierda con mucho talento".
En realidad, el asunto no fue tan grave. Eran explosiones temperamentales. En cierto modo, los dos eran parecidos, por eso se estuvieron peleando sin cesar por cualquier cosa y el enfrentamiento subi¨® r¨¢pidamente de tono. Intenso, pero breve. Lo que ocurre es que despu¨¦s se hizo un mundo de todo aquello.
?Llegaron a reconciliarse?
No hubo oportunidad. Nunca volvieron a verse. Pero despu¨¦s de la muerte de Stanley me encontr¨¦ a Kirk Douglas en un hotel berlin¨¦s y mantuvimos una conversaci¨®n muy agradable sobre los viejos tiempos, sobre su trabajo en Senderos de gloria, cuando los dos est¨¢bamos de rodaje en M¨²nich y yo conoc¨ª a Stanley.
En una bella fotograf¨ªa de la ¨¦poca del rodaje de 'Lolita', su marido parece comerse con los ojos a Sue Lyon, la int¨¦rprete del personaje protagonista. ?Lleg¨® usted a sentir celos en alguna ocasi¨®n?
Nunca me dio motivos para ello. Me habr¨ªa entristecido mucho si hubiese ocurrido lo contrario. Por lo dem¨¢s, fui yo quien hizo esa foto de Lolita y quien les pidi¨® que posaran as¨ª.
Su marido se plante¨® muy pronto rodar la versi¨®n cinematogr¨¢fica de 'Traumnovelle', de Schnitzler, sobre las fantas¨ªas sexuales de un matrimonio. ?Por qu¨¦ le desaconsej¨® por aquel entonces que acometiera este tema que qued¨® postergado hasta la realizaci¨®n de la que ser¨ªa su ¨²ltima pel¨ªcula, 'Eyes wide shut'?
Fue debido a mi propia inmadurez. El tema me parec¨ªa inapropiado. Mi madre era una alemana de Hamburgo y me hab¨ªa ense?ado a no hablar de esas cosas. Y mucho menos en detalle. As¨ª que cuando llegu¨¦ a Estados Unidos hacia finales de los cincuenta, me qued¨¦ escandalizada al ver la desenvoltura con la que la gente hablaba de sus conversaciones con el psiquiatra. Eso era algo absolutamente inconcebible en la Alemania de aquel entonces. Me resultaba terriblemente embarazoso.
Las pel¨ªculas de su marido son famosas por la imagen pesimista que ofrece del g¨¦nero humano. ?l mismo dijo una vez que probablemente la persona m¨¢s capacitada para percibir el verdadero estado en que se encuentra sumido el mundo sea un esquizofr¨¦nico paranoide. ?Alguna vez sus pel¨ªculas le han hecho sentir miedo?
Viv¨ªamos formas de espiritualidad muy diferentes. Aunque ¨¦l no era religioso y 2001 supone en realidad un grito agn¨®stico ante un dios enojado que ha dejado al ser humano abandonado a su suerte, lo cierto es que se notaba que hab¨ªa recibido una educaci¨®n jud¨ªa: por ejemplo, siempre miraba con reproche al cielo cuando se enojaba por algo. Y adem¨¢s era supersticioso: no quer¨ªa a nadie vestido de negro a su alrededor y nadie pod¨ªa abrir un paraguas dentro de su habitaci¨®n. Pero, a pesar de su rechazo a toda forma de religi¨®n, en una ocasi¨®n encendi¨® una vela en Notre Dame por su equipo de b¨¦isbol, los Cincinnati Reds. Sonri¨® ir¨®nicamente y dijo: "?Nunca se sabe!".
?Es cierto que su marido sent¨ªa antipat¨ªa por los m¨¦dicos y cre¨ªa incluso que no hab¨ªa nadie m¨¢s capacitado que ¨¦l para curar sus dolencias cardiacas?
Era un t¨ªpico hijo de m¨¦dico. Cre¨ªa que sab¨ªa mucho, pero tambi¨¦n era muy miedoso y ten¨ªa terror a los especialistas. Manten¨ªa conversaciones telef¨®nicas sobre aspectos t¨¦cnicos m¨¦dicos, sobre todo con su amigo John Calley, el antiguo jefe de Sony Pictures Entertainment. A menudo terminaban con un intercambio rec¨ªproco de pastillas: ?era espantoso! Pero no se limitaba a desconfiar de su m¨¦dico, sino de todos los m¨¦dicos, tambi¨¦n de los de sus hijos. En realidad ten¨ªa unos conocimientos superficiales en la materia, que pod¨ªan llegar a ser realmente mort¨ªferos.
?Cu¨¢les eran las diversiones de Kubrick en su vida privada?
Le gustaba estar con su familia. Con nuestros animales. Y ver retransmisiones deportivas en televisi¨®n. Ped¨ªa que le enviaran los partidos de la liga de rugby desde Estados Unidos, y durante los torneos de Wimbledon en casa no se hac¨ªa otra cosa que seguir la competici¨®n. En una ocasi¨®n, tras contemplar un partido de Boris Becker contra John McEnroe, coment¨®: "Ninguna pel¨ªcula lograr¨¢ jam¨¢s ponerme en semejante estado de excitaci¨®n".
?Le interesaban los acontecimientos de la pol¨ªtica internacional, de los que se burl¨® a mediados de los sesenta con la pel¨ªcula 'El doctor Strangelove o c¨®mo aprend¨ª a dejar de preocuparme y a amar la bomba'?
S¨ª, echo mucho de menos sus constantes comentarios mientras ve¨ªamos los informativos de la noche. Hab¨ªa acontecimientos que le parec¨ªan horribles, como la primera guerra del Golfo, pero al tiempo se sent¨ªa fascinado. Se sentaba entusiasmado delante del televisor provisto de un mapa y a la vez se sent¨ªa avergonzado de lo que estaba haciendo. Ese hombre que sacaba de la ba?era a un escarabajo a punto de ahogarse y que daba de comer a sus gatitos con la cuchara, se frotaba las manos antes de que comenzara la batalla y exclamaba: "?Qu¨¦ fant¨¢stica sesi¨®n de tele!".
?Qu¨¦ opini¨®n cree que le merecer¨ªa la actual pol¨ªtica norteamericana?
La estupidez y la crueldad con que se ha recurrido a la invenci¨®n de la existencia de armas de destrucci¨®n masiva para invadir Irak le habr¨ªa hecho subirse por las paredes y adem¨¢s habr¨ªa confirmado una de sus sentencias favoritas sobre su trabajo: el cine s¨®lo puede subestimar la realidad, exagerarla es imposible. En una ocasi¨®n defini¨® la testarudez del puritanismo estadounidense en los siguientes t¨¦rminos: es "el temor corrosivo a que alguien en alg¨²n sitio pueda estar siendo feliz".
?C¨®mo reaccion¨® ¨¦l cuando se enter¨® de que usted es sobrina del realizador de pel¨ªculas de propaganda nazi Veit Harlan?
Sent¨ªa curiosidad. Desde el principio hablamos mucho sobre la ¨¦poca nazi. No hay que olvidar que mi familia era un fiel reflejo a peque?a escala del entramado que en aquel entonces compon¨ªa la sociedad alemana: la hermanastra de mi madre era jud¨ªa, mi t¨ªo era el director de El jud¨ªo S¨¹ss. Habl¨¢bamos de c¨®mo se hab¨ªa podido llegar a semejante cat¨¢strofe. Realmente es el m¨¢ximo sufrimiento que el ser humano ha infligido nunca a sus cong¨¦neres, y, naturalmente, el hecho de que precisamente mi t¨ªo hubiera colaborado como buf¨®n en todo eso era espantoso. De ni?a, Veit Harlan me ca¨ªa bien, era un t¨ªo estupendo. En mis tiempos de estudiante vi todos los documentos f¨ªlmicos sobre campos de concentraci¨®n que exist¨ªan, entonces se pod¨ªan ver en el cine, era una aut¨¦ntica prueba de valor. Despu¨¦s uno se pasaba una semana sin dormir de puro espanto.
?Por qu¨¦ su marido nunca hizo realidad sus proyectos de rodar una pel¨ªcula sobre la ¨¦poca del nazismo?
Por un lado, quer¨ªa hacer una sobre la vida cotidiana dentro del mundo del espect¨¢culo tomando como referencia una familia como la m¨ªa. Mantuvo largas conversaciones con Kristina S?derbaum, la mujer de mi t¨ªo, pero al final sac¨® poco en claro. Tampoco se le ocurr¨ªa una historia de ficci¨®n. M¨¢s tarde quiso llevar al cine la novela de Louis Begley, Mentiras en tiempos de guerra, pero se cruz¨® en su camino La lista de Schindler, de Steven Spielberg.
Dicen que su marido coment¨® que 'La lista de Schindler' le parec¨ªa una pel¨ªcula demasiado optimista.
La pel¨ªcula le impresion¨® mucho. Pero a ¨¦l personalmente no le interesaba hablar de los pocos jud¨ªos que lograron salvarse, sino de los muchos que fueron asesinados bestialmente. De aquellos que fueron eliminados sistem¨¢ticamente o torturados literalmente con las propias manos hasta la muerte. A uno le entran temblores cuando lee estos relatos. Stanley quer¨ªa hacer una pel¨ªcula que mostrara la verdad. Pero es probable que la verdad no se pueda mostrar nunca. Porque no se puede pedir a los actores que se sumerjan en una realidad semejante, ni tampoco a los espectadores.
Su marido muri¨® hace ya casi seis a?os. ?Con qu¨¦ frecuencia visita su tumba?
No a diario, pero s¨ª a menudo. Est¨¢ enterrado aqu¨ª, en nuestra propiedad, en un lugar que le gustaba mucho y en el que se sentaba a menudo. No pertenec¨ªa a ninguna iglesia ni a ning¨²n templo, y le horrorizaban los cementerios. La tumba est¨¢ decorada con una gran piedra.
?No est¨¢ prohibido en Gran Breta?a enterrar a una persona en el jard¨ªn de casa?
En principio, s¨ª. Por eso nos sentimos muy afortunados por haber obtenido el permiso de las autoridades. La ¨²ltima persona para la que hicieron una excepci¨®n semejante en la zona fue George Bernard Shaw.
Su marido amuebl¨® las dependencias de su finca con piezas de atrezo de sus propias pel¨ªculas. ?Ha tirado algunas de estas piezas despu¨¦s de su muerte?
He reorganizado mi dormitorio y me he comprado una cama nueva. Pero todav¨ªa conservamos el resto. Por ejemplo, en la cocina est¨¢ la gran mesa de madera de El resplandor sobre la que Jack Nicholson escrib¨ªa a m¨¢quina una y otra vez: "No dejes para ma?ana lo que puedas hacer hoy".
?Y emplea el hacha asesina de esa pel¨ªcula de terror como utensilio de cocina?
No, est¨¢ colgada en la pared de uno de nuestros antiguos establos, junto a las hachas para los bomberos. Es una peque?a broma.
Es evidente que est¨¢ usted muy interesada en que se tenga una imagen de su marido m¨¢s acorde con la realidad. Pero, ?no es cierto que el ejemplo de Howard Hughes, el otro artista misterioso del siglo XX, demuestra que hasta hoy las leyendas de personajes grandiosos y misteriosos han sido siempre las que han fascinado al p¨²blico?
S¨®lo lucho contra las historias falsas que tratan de mostrar a mi marido como un monstruo. Y le dir¨¦ que ¨¦l, el gran hombre misterioso, no era capaz de guardar ni un solo secreto. Ni durante un segundo. Lo contaba todo y al final siempre suplicaba: "Pero, por favor, ?no se lo digas a nadie!".
'Los archivos de Stanley Kubrick', de Alison Castle, editorial Taschen; un libro en dos partes: su obra e im¨¢genes in¨¦ditas de su archivo personal. Con estos fondos, la nueva FNAC de Parquesur (Legan¨¦s, Madrid) organiza una muestra del 10 de mayo al 30 de junio. Adem¨¢s, 'Stanley Kubrick, Retrospektive' se puede visitar hasta el 11 de abril en Berl¨ªn (Martin-Gropius Bau).
El director exquisito Por Vicente Molina Foix
Stanley Kubrick controlaba cada m¨ªnimo detalle de sus pel¨ªculas. Tambi¨¦n los doblajes en cada pa¨ªs donde ¨¦stas se proyectaban. El autor de estas l¨ªneas se encarg¨® del de algunas de ellas en Espa?a y as¨ª conoci¨®, trabaj¨®, intim¨® y entrevist¨® al famoso y genial director norteamericano.
Mi trato personal y profesional de m¨¢s de veinte a?os con Stanley Kubrick lo debo a Carlos Saura, quien en 1976 se puso en contacto conmigo, residente en Inglaterra desde comienzos de la d¨¦cada, pregunt¨¢ndome si estar¨ªa dispuesto a traducir los di¨¢logos de La naranja mec¨¢nica para su diferido estreno en condiciones normales en Espa?a. Esta pel¨ªcula de 1971 hab¨ªa sido antes semiprohibida por la censura franquista, releg¨¢ndola a los entonces llamados cines de arte y ensayo (pocos y s¨®lo en grandes capitales), donde se exhibi¨® en una versi¨®n original con subt¨ªtulos confeccionados por la productora, sin supervisi¨®n alguna del director.
Ahora bien, entre 1971 y 1975, fecha de producci¨®n de su siguiente obra, Barry Lyndon, Kubrick hab¨ªa conseguido uno de los muchos privilegios que marcan de manera incomparable su trayectoria de perfeccionista exigente tolerado -en funci¨®n de su inmenso tir¨®n en las taquillas del mundo- por los magnates de Hollywood. El privilegio que aqu¨ª nos concierne fue la imposici¨®n a la Warner Brothers de que sus pel¨ªculas fueran traducidas en cada lengua de exhibici¨®n mundial por escritores o traductores literarios, y, en los pa¨ªses donde el doblaje era indispensable, la direcci¨®n del mismo se encomendase a un cineasta de prestigio que el propio Kubrick elegir¨ªa.
Kubrick era un admirador de Saura, de quien un d¨ªa hab¨ªa descubierto en televisi¨®n, ya empezada, Peppermint frapp¨¦; la vio hasta el final, consigui¨® despu¨¦s las cintas de otras obras del cineasta espa?ol (su predilecta era Cr¨ªa cuervos), y en 1975 le pidi¨® dirigir el doblaje de Barry Lyndon. Pero as¨ª como Saura acept¨® en ese caso el texto traducido que le facilitaron, al llegar el momento de trabajar en el doblaje de La naranja mec¨¢nica, ¨¦l, siguiendo principalmente el criterio de su entonces mujer Geraldine Chaplin, rechaz¨® por deficiente la traducci¨®n de los di¨¢logos, realizada, seg¨²n parece, en alguna oficina de los estudios norteamericanos. Como es sabido, La naranja mec¨¢nica es una fiel adaptaci¨®n de la novela hom¨®nima de Anthony Burgess, en la que el escritor ingl¨¦s cre¨® para el protagonista Alex y sus tres drugos (amigos) una lengua o jerga peculiar, el nadsat, compuesta a partir de ciertas ra¨ªces del idioma ruso y muy rica en palabras de sonante onomatopeya.
Acept¨¦ naturalmente el ofrecimiento v¨ªa Saura, y, viviendo yo en Londres, la conexi¨®n qued¨® inmediatamente establecida con la oficina de Kubrick, desde la que, una vez enviado el gui¨®n de la pel¨ªcula, se me propuso ir cotejando los di¨¢logos con los fotogramas respectivos en una moviola. Lo que no esperaba, al acabar mi primera jornada de trabajo en la peque?a sala de una mansi¨®n situada en las afueras de Londres, era ver al propio Kubrick deambulando por all¨ª, abierto a la conversaci¨®n y curioso de saber c¨®mo traducir¨ªa yo, por ejemplo, el gulliver (la cabeza) del nadsat original al espa?ol ("quijotera" fue mi soluci¨®n). En los d¨ªas siguientes volv¨ª a ver, casi siempre de pasada, al director norteamericano, hasta que uno de sus ayudantes me explic¨® que era lo m¨¢s normal, puesto que la mansi¨®n donde estaban las oficinas, las salas de montaje y proyecci¨®n, el taller y algo que parec¨ªa un almac¨¦n -m¨¢s que museo- de fotos, latas de pel¨ªcula y restos de antiguos decorados cinematogr¨¢ficos, era la casa donde Stanley viv¨ªa con su familia y varios perros tan ladradores como zalameros.
Segu¨ª traduciendo los di¨¢logos, tanto para el doblaje como para el subtitulado, de todas las pel¨ªculas posteriores de Kubrick, incluyendo los de la anterior Senderos de gloria (1957), que, prohibida hasta la d¨¦cada de los ochenta por su feroz antimilitarismo (y no s¨®lo en Espa?a, sino tambi¨¦n, largo tiempo, en Francia, donde sucede la acci¨®n durante la Primera Guerra Mundial), Kubrick rescat¨® e hizo suya, aplic¨¢ndole as¨ª el ya habitual tratamiento de mimo en calidad de copia, doblaje antirrutinario y escrupulosa fidelidad a los di¨¢logos, abundant¨ªsimos por cierto en esa excelente pel¨ªcula. Senderos de gloria y La chaqueta met¨¢lica (1987) tuvieron como directores de doblaje a Mario Camus y Jaime de Armi?¨¢n, volviendo Saura a ese cometido en El resplandor y Eyes wide shut; pero todas ellas contaron con la supervisi¨®n directa y constante de Kubrick en los m¨¢s nimios detalles ling¨¹¨ªsticos o vocales (el director se hac¨ªa enviar previamente pruebas de voz de diferentes actores para cada uno de los papeles del filme, y sobre ellas eleg¨ªa ¨¦l mismo; as¨ª, la voz de Ver¨®nica Forqu¨¦, que a muchos espectadores espa?oles les desconcierta en El resplandor, fue decidida sin ninguna duda por Kubrick, sabiendo que ella era una actriz muy conocida y en funci¨®n, naturalmente, del peculiar¨ªsimo timbre de Shelley Duvall, a quien Forqu¨¦ dobla muy bien).
En el interesante libro Kubrick, que escribi¨® en el a?o 2000, Michael Herr, periodista americano autor de unas legendarias cr¨®nicas sobre la guerra de Vietnam, recopiladas despu¨¦s bajo el t¨ªtulo de Despachos de guerra, y, en funci¨®n de ese libro (editado en castellano por Anagrama), narrador de Coppola en Apocalypse now y coguionista de Kubrick en La chaqueta met¨¢lica, se lee lo siguiente: "Dicen que [Kubrick] no ten¨ªa vida personal, pero eso es rid¨ªculo. Ser¨ªa m¨¢s correcto decir que no ten¨ªa vida profesional, pues todo lo que hac¨ªa lo hac¨ªa personalmente; cada movimiento y cada llamada que hac¨ªa, cada impulso que expresaba, era totalmente personal, dedicado a la elaboraci¨®n de sus pel¨ªculas, que eran todas personales" (cito por la traducci¨®n de Dami¨¢n Alou, publicada tambi¨¦n por Anagrama).
Aunque algunos de esos trabajos de traducci¨®n posteriores a La naranja mec¨¢nica los hice desde Espa?a, una vez reinstalado en Madrid, tuve la fortuna de vivir una semana en la casa de Kubrick en Childwickbury Manor, al norte de Londres, durante el verano de 1980, y de poder comprobar qu¨¦ acertada habr¨ªa de ser la afirmaci¨®n de Herr respecto a la indistinguible mezcla kubrickiana de lo personal y lo profesional.
Acababa de terminar El resplandor, y, por alguna raz¨®n que desconozco, la versi¨®n espa?ola fue la primera en empezar a prepararse minuciosamente; en el aeropuerto de Heathrow me recogi¨® un coche que, sin pasar por el hotel cercano, me llev¨® directamente a la mansi¨®n de Kubrick, donde, dejando la maleta en un rinc¨®n, me sent¨¦ a ver en pantalla una copia de la pel¨ªcula sin t¨ªtulos de cr¨¦dito y a falta, me advirtieron, de los ¨²ltimos retoques en la banda sonora. Al acabar, y una vez encendidas las luces de la sala, Kubrick estaba de pie junto a la puerta, solo y callado. Me acerqu¨¦ hasta ¨¦l, le di la mano, farfull¨¦ palabras de elogio al filme (para m¨ª, una absoluta obra maestra), pero me di cuenta de que eso no bastaba.
Kubrick me pregunt¨® si no me importar¨ªa bajar a almorzar con ¨¦l en la cocina, y una vez sentados all¨ª, entre la expectaci¨®n pronto disipada de los perros, reyes de la planta baja, me fue sometiendo de manera educada pero acuciante a un interrogatorio sobre la pel¨ªcula. S¨®lo esa noche, cuando su ayudante Leon Vitali me acompa?¨® hasta el hotel, al final de la primera jornada de trabajo, entend¨ª que el delicado apremio de Kubrick no ten¨ªa que ver con el supuesto valor de mi opini¨®n; era, sencillamente, la muy comprensible curiosidad que todo artista, por grande y reconocido que sea, siente por saber c¨®mo se recibe de entrada su obra. Y yo hab¨ªa sido, fuera de su equipo de realizaci¨®n, el primer espectador absoluto de El resplandor.
En esa semana del verano de 1980 tuve numerosas oportunidades de conversar de pol¨ªtica con Kubrick (le interesaba la cambiante situaci¨®n espa?ola, y segu¨ªa pensando en la buena pel¨ªcula sobre la Guerra Civil que se podr¨ªa sacar del Homenaje a Catalu?a, de Orwell), de cotillear un poco sobre algunos directores espa?oles que le intrigaban, de jugar con la maqueta del laberinto de El resplandor que Kubrick conservaba en su despacho, llegando incluso a ganarme la confianza del perro m¨¢s arisco de la casa. Conoc¨ª tambi¨¦n a dos de las hijas del director y a su mujer, Christiane, actriz alemana que hab¨ªa interpretado el ¨²nico papel femenino de Senderos de gloria y se cas¨® con Kubrick poco despu¨¦s del rodaje. Reacio a las entrevistas, tuvo la gentileza de concederme una extensa, que se public¨® en su d¨ªa entre el suplemento Artes de este peri¨®dico (una parte) y la revista Fotogramas (la otra), apareciendo tambi¨¦n en revistas de Francia, Italia e Inglaterra, hasta ser recogida ahora en el libro antol¨®gico de la editorial Taschen.
Tambi¨¦n hubo trato cordial con su cu?ado Jan Harlan (hermano de Christiane), quien trabaj¨® siempre junto al cineasta y a su muerte ha seguido ocup¨¢ndose de su legado cinematogr¨¢fico; Harlan es autor del excelente documental p¨®stumo Stanley Kubrick, una vida en im¨¢genes, donde se mezclan testimonios de colaboradores y actores de sus pel¨ªculas y muchas deliciosas filmaciones caseras de la infancia y la ¨²ltima madurez del director de 2001.
En abril de 1999, pocas semanas despu¨¦s de su muerte, un grupo de personas entre las que estaban Patrice Ch¨¦reau (que dirigir¨ªa el doblaje franc¨¦s), los traductores italiano y alem¨¢n y yo mismo, vimos en una estupenda pantalla casera instalada en la cocina de la mansi¨®n de Childwickbury Manor el definitivamente ¨²ltimo kubrick, Eyes wide shut, tambi¨¦n en este caso sin la m¨²sica completa ni los t¨ªtulos de cr¨¦dito. Nuestra anfitriona fue Christiane, entristecida pero entera a lo largo del medio d¨ªa que pasamos all¨ª tras la proyecci¨®n, almorzando todos y visitando con ella el jard¨ªn donde, por una concesi¨®n muy especial del Ayuntamiento local, Stanley hab¨ªa sido enterrado junto a una peque?a arboleda. El ambiente de la jornada volvi¨® a recordarme la absoluta falta de pretensi¨®n que caracterizaba la personalidad de Kubrick y su mundo, ¨ªntimo, artesanal y obsesivamente detallista, pese a moverse ¨¦l en un contexto de grandes millonadas, grandes estrellas dif¨ªciles (las borracheras de Nicholson en el rodaje de El resplandor llegaron a soliviantar en una ocasi¨®n la suavidad paciente del director) y grandes estudios interesados en ventas al por mayor.
Viendo meses m¨¢s tarde Eyes wide shut ya del todo finalizada y doblada al espa?ol, record¨¦ lo que el director Gianni Amelio cont¨® en el n¨²mero de homenaje p¨®stumo de Cahiers du Cin¨¦ma a Kubrick; hablando un d¨ªa en los a?os ochenta con Fellini, ¨¦ste le manifest¨® que sent¨ªa una gran envidia por el director americano, y, ante la extra?eza de Amelio, dijo el autor de 8 y medio: "Kubrick puede contar todas las historias que quiera sin por ello dejar de contarse a s¨ª mismo. Yo, por el contrario, estoy condenado a una suerte de eterna autobiograf¨ªa". Al cumplirse seis a?os de la muerte de Stanley Kubrick, la posibilidad de revisitar las ficciones de su extraordinaria obra f¨ªlmica ofrece tambi¨¦n la oportunidad de vislumbrar algo que es m¨¢s privado y revelador: la indoblegable voluntad del poeta que supo hacer un exquisito y elocuente verso libre sin salirse nunca de la prosa del cine.
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