Alma negra
La mayor¨ªa de la gente curiosa, que se congrega alrededor del Windsor, piensa que s¨®lo es un edificio quemado; en cambio, para quienes tienen ya los ojos preparados, esa gran carbonera es una instalaci¨®n de arte, un montaje expresionista de vanguardia, que ha creado el fuego en una noche de inspiraci¨®n. El artista alem¨¢n Anselm Kiefer realiza actualmente un trabajo semejante, aunque de dimensiones muy manejables, con destino a los museos y a algunos coleccionistas sensibles. Parte de su obra se compone de muros chamuscados por los bombardeos, a los que intenta rescatar del horror incorporando en ellos una belleza pat¨¦tica. Unir la est¨¦tica con el espanto no es nada f¨¢cil. Se trata de una ardua labor del esp¨ªritu que a Kiefer le habr¨¢ llevado largos a?os de b¨²squeda interior; pero aqu¨ª ha bastado un cortocircuito, un cigarrillo mal apagado o el bid¨®n de gasolina de cualquier incendiario que ni siquiera es artista, para convertir el insulso edificio Windsor en una obra maestra del vanguardismo salvaje. Estos d¨ªas los amantes del arte tienen dos magn¨ªficas opciones en Madrid. En el museo Thyssen se puede ver la exposici¨®n de los expresionistas alemanes, Heckel, Kirchner, Mueller, Nolde, Pechstein, Schmidt-Rottluff, quienes a principios del siglo XX, en la ciudad de Dresde, comenzaron a pintar desnudos de mujeres descoyuntadas, tipos macilentos, espejos que reflejaban lechos desolados, edificios y escaparates quebrantados, paisajes acuchillados por los colores. Los nazis quemaron esas pinturas por considerarlas un arte degenerado, pero aquellos artistas no hab¨ªan hecho sino captar en sus lienzos la destrucci¨®n que iba a llegar. Dresde, cuna de su inspiraci¨®n, fue bombardeado hasta las ra¨ªces durante la guerra y los cuadros que se libraron de las llamas hoy nos subyugan por el magnetismo de su exquisita y diab¨®lica decadencia. El arte nunca es inocente. Lo que se ha salvado del edificio Windsor es su alma, que ya era negra, y que ahora extrae los reflejos m¨¢s refinados del oro sucio cuando la puesta de sol la vuelve a incendiar cada tarde. Despu¨¦s de visitar la exposici¨®n de los expresionistas alemanes en el museo Thyssen, la contemplaci¨®n de la carbonera del Windsor supone un ejercicio complementario, aun m¨¢s espiritual. Si uno fija la mirada en la luz de antracita que despiden sus escombros, sentir¨¢ que esa belleza tenebrosa le pertenece. La obra de Kiefer no es nada frente al esplendor de un alma negra que el fuego ha purificado.
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