La miseria recurrente de aquel sof¨¢ vien¨¦s
Un brillante diplom¨¢tico austriaco de entreguerras, excelso premio en su promoci¨®n del Theresianum de Viena, humanista cult¨ªsimo, contaba hace ya muchos a?os que d¨¦cadas antes, all¨¢ por 1938, se hab¨ªa dado cuenta de su terrible corresponsabilidad en el acceso al poder de la peste parda nazi cuando vio a unos personajillos, que en circunstancias normales no habr¨ªan sido sino peque?os delincuentes, entrar en la casa patricia de un gran hombre de letras y esp¨ªritu, no lejos de la Ringstrasse. Con sus uniformes de la SA, se bebieron los licores de la casa, sacaron con desprecio innumerables libros de las bellas estanter¨ªas, los tiraron y pisotearon sobre las alfombras y plantaron sus botas sobre los magn¨ªficos tapices de los sof¨¢s, exclamando todos m¨¢s o menos al un¨ªsono algo as¨ª como que "por fin hemos llegado a pisarles la seda a los se?ores". Sebastian Haffner y Viktor Klemperer son dos testigos de excepci¨®n de esta conducta social de la jactancia totalitaria perfectamente explicable que convierte al delincuente triunfador en amo de joyas que no conoce ni aprecia y que s¨®lo identifica para despreciarlas desde la soberbia ignorante. El triunfador, con sus deseos claros y el sentido de poder implacable, arrasa al due?o inane, lector dubitativo y hombre de cultura que, perplejo ante la rotundidad de estas manifestaciones violentas de la vida y ante la gloriosa falta de matices de los avasalladores, no hace sino pedir perd¨®n. El portero, que hab¨ªa abierto la puerta a la banda de nazis uniformados, gesticulaba junto a la puerta intentando transmitir a los atropellados en su propio hogar que desaprobaba conductas tan b¨¢rbaras que el acababa de permitir. El portero es, ya lo sabemos, el chivato y el mediador. Pero el diplom¨¢tico no era inocente porque hab¨ªa dejado que la basura cuajara.
Los ciclos hist¨®ricos son un misterio que no se anuncia y cuando nos creemos que hemos dado el salto al respeto general entre los individuos, de repente, entra el portero con cara atribulada y nos mete en casa a la banda de camisas pardas. Nos est¨¢ pasando y lo cierto es que no lo estamos viendo, al menos con la claridad que har¨ªa posible el movimiento reflejo. Pilar Bonet nos lo contaba ayer desde Tur¨ªn, donde coincidi¨® con ese viejo inteligent¨ªsimo que es Alexandr Yakovlev. "El pasado contin¨²a aterrorizando nuestra vida hoy", dice el anciano zorro, una de esas grandes excepciones en la selecci¨®n negativa del r¨¦gimen sovi¨¦tico que no hac¨ªa sino dar poder a los m¨¢s mediocres y a los que menos escr¨²pulos tuvieran. Yakovlev, un hombre que ha hecho historia y fue coautor con el mucho m¨¢s gris Mijail Gorbachov de la dinamitaci¨®n de las dictaduras sovi¨¦ticas. Sabe muy bien lo que sucede en Rusia y en todos los pa¨ªses en los que la oposici¨®n puede ser liquidada, criminalizada o marginada con ese terrible mecanismo del pensamiento d¨¦bil que tiene, parad¨®jicamente, una vocaci¨®n totalitaria y un inmenso ¨¦xito de consumo r¨¢pido.
En Rusia, no s¨®lo all¨ª, existe hoy una mayor¨ªa social perfectamente moldeable para una pol¨ªtica como la de Vlad¨ªmir Putin, que usa la palanca de la opini¨®n p¨²blica cautiva contra toda minor¨ªa que disienta. El que no muestre de forma fehaciente su docilidad y lealtad al pensamiento nacional o general es tachado de fascista, checheno o corrupto y queda laminado para cualquier aspiraci¨®n pol¨ªtica o proyecci¨®n social. Como si de encuentros monstruosos con el poder de Mijail Bulgakov u Ossip Mandelstam se tratara, pero con la totalidad sofisticada que el mundo medi¨¢tico actual garantiza, aquellos que disienten son literalmente fumigados con la liquidaci¨®n de su honor, su prestigio social, su hacienda y sus esperanzas. Siempre, insisto, con la benevolencia o el aplauso de unas mayor¨ªas sociales que saben muy bien que, al no haber alternativa ni opci¨®n distinta posible, su desaf¨ªo al poder solo puede tener consecuencias nefastas, sociales, econ¨®micas y vitales. Y la historia sirve ante todo como ese perfecto generador del rencor necesario para que la mayor¨ªa social se sienta reconfortada en una revancha contra las minor¨ªas que disienten y que el poder identifica. Es la miseria del sof¨¢ de Viena que nos acompa?¨® el pasado siglo y que ahora retorna implacable, el resentimiento.
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