La misteriosa muerte de un banquero
La investigaci¨®n del asesinato del financiero franc¨¦s Edouard Stern sigue tres teor¨ªas
La noche del 2 de marzo, en su lujoso apartamento de Ginebra, fue asesinado el banquero Edouard Stern. De tres balazos, dos de ellos en la cabeza. La mafia rusa fue la primera sospechosa. Despu¨¦s, cuando se supo que la v¨ªctima iba vestida con una combinaci¨®n de l¨¢tex, tom¨® cuerpo la hip¨®tesis sadomasoquista. Ahora se baraja la posibilidad de que todo sea un ajuste de cuentas entre profesionales franceses de las finanzas. Las tres teor¨ªas parecen v¨¢lidas, m¨¢xime cuando no medi¨® robo en un piso en el que las tentaciones eran muchas: obras de arte, objetos y dinero en met¨¢lico.
Edouard Stern naci¨® en Par¨ªs hace 50 a?os, hijo de un padre que pertenec¨ªa a una dinast¨ªa de banqueros y de una madre criada en las sucesivas embajadas de pap¨¢. Los Stern y los Laroche son parientes de los Rotschild, los Servan-Schreiber, los Goldschmidt, los David-Weill, un mundo de millonarios, artistas y cient¨ªficos. Hijo menor -que no de altura, pues med¨ªa 1,97-, Edouard ten¨ªa tres hermanas. Estudiante bullicioso, brillante pero poco aplicado, dotado de tanta memoria como de un empleo selectivo de la misma, a los 23 a?os entr¨® en la banca familiar de la mano de su t¨ªo Phillipe. Con ¨¦l, y ante la evidencia de que el padre, Antoine Stern, la dirig¨ªa como un diletante, deciden dar un golpe de estado y apoderarse de la misma. Estamos en 1974 y el comportamiento de Edouard escandaliza en un medio que tiene como norma el respeto de las formas. Durante 15 a?os padre e hijo no volver¨¢n a hablarse. Edouard se dedic¨® a las razzias burs¨¢tiles contra sociedades en dificultades. En 1984, despu¨¦s de reflotar la banca, la vende y se embolsa una plusval¨ªa importante. Un a?o antes se cas¨® con Beatrice David-Weill, de la que tendr¨¢ tres hijos. En 1992, su suegro, Michel David-Weill, le propone entrar en la banca Lazard para prepararle como su sucesor. "Le trat¨¦ como un hijo pero ¨¦l me trat¨® como a su padre", dice hoy David-Weill, que tuvo que desprenderse de Edouard en 1997, quien conspiraba para acelerar la sucesi¨®n.
Con varios centenares de millones de euros, Stern elige instalarse en Ginebra por razones fiscales. Crea una discreta sociedad de inversi¨®n y se dedica a la compra-venta de acciones, a intentar desestabilizar grupos como la farmac¨¦utica Rhodia o la banca Suez. Gana y pierde, como al p¨®ker. Invierte en el sector inmobiliario ruso, trata ah¨ª con gente poco recomendable. Mientras, gracias a su jet privado, tan pronto vive en Par¨ªs como visita a su esposa en Nueva York. Se han separado pero mantienen buena relaci¨®n.
En Ginebra, entre financieros, la vida privada de Stern se destapa en clubes nocturnos considerados m¨¢s que inquietantes, peligrosos. Como inquietaba el rumor de que, en su aventura rusa, hab¨ªa perdido 140 millones de euros. Ten¨ªa desde hac¨ªa un par de a?os permiso de armas. Y no era para servirse de ellas en sus safaris africanos.
Quienes le criticaban dicen que "era un hombre de t¨¢ctica pero sin estrategia", es decir, "un tipo al que le agradaba dar golpes, pero incapaz de construir algo". Todos coinciden en decir que siempre ten¨ªa prisa, que no soportaba que le hiciesen esperar y en que en ¨¦l conviv¨ªan dos personas, una seductora, inteligente y divertida, que sab¨ªa mezclar su pasi¨®n por Marcel Proust y Francis Bacon con su talento como esquiador; la otra persona era cruel y sin escr¨²pulos, v¨ªctima de accesos de rabia. ?l dec¨ªa de s¨ª mismo: "Mis palabras pueden ir m¨¢s all¨¢ de lo que pienso. Les ruego que no las tomen en consideraci¨®n". La advertencia no siempre serv¨ªa para hacerse perdonar. Hace pocas semanas, otro banquero le comentaba que "a los 50 a?os uno no s¨®lo tiene amigos en esta vida", a lo que Edouard le respondi¨®: "Tambi¨¦n me digo que no es posible que s¨®lo tenga enemigos".
Tres balas han acabado con la vida de ese meteoro de las finanzas que Douglas Sirk habr¨ªa convertido en el h¨¦roe autodestructor de uno de sus melodramas, demasiado mimado de peque?o para, de mayor, no sentir placer en el dolor. Bertolt Brecht habr¨ªa sido menos cari?oso o elegante y se habr¨ªa limitado a mostrarlo como el m¨¢s bello de los lobos de la manada.
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