La 'segunda vida' de Matisse
El museo del Luxembourg en Par¨ªs re¨²ne pinturas, tapices, dibujos, 'collages' y cartas del artista entre 1941 y 1954
Henri Matisse tiene 71 a?os cuando, en 1941, entra en el quir¨®fano para que le operen de un c¨¢ncer de est¨®mago. El pron¨®stico es muy pesimista, pues el m¨¦dico que le interviene cifra la esperanza de vida del enfermo en seis meses. Se equivoc¨® y Matisse, que le hab¨ªa pedido al doctor Leriche "cuatro a?os de vida" para poder acabar su obra, va a disfrutar de una pr¨®rroga de 13. "La alegr¨ªa de vivir ilumina mi obra mucho m¨¢s que antes. Ahora logro lo que llevaba 50 a?os persiguiendo", dice el artista en una de sus m¨²ltiples cartas.
La exposici¨®n que presenta el parisino museo del Luxembourg tiene como hilo conductor la correspondencia que Matisse mantuvo durante esos 13 a?os con Andr¨¦ Rouveyre, un dibujante especializado en la caricatura "inteligente, curioso y con mucha clase", al que sus contempor¨¢neos tem¨ªan como a un "vivisector sin piedad", pero que, afortunadamente para ellos, dej¨® los l¨¢pices tras casarse con una millonaria. "T¨² trabajas sin cesar y tienes que imponerte el descanso y yo descanso sin cesar para poder imponerme el trabajo", le dice Rouveyre a Matisse.
Le preguntan a Matisse si cree en Dios y responde: "S¨ª, pero Dios soy yo"
M¨¢s de 1.200 cartas, muchas de ellas ilustradas, testimonian una relaci¨®n de amistad y confianza, en la que Rouveyre aconseja, aprueba o desaprueba las opciones de un Matisse que no quiere saber nada del nihilismo del siglo.
Es dif¨ªcil detectar en la comunicativa alegr¨ªa de la obra de Matisse el reflejo de los dramas vividos, que no se limitan a la enfermedad, sino que incluyen la detenci¨®n de su esposa e hija por la Gestapo y la tortura de la segunda por los alemanes. Nada de eso transluce en las pinturas, tapices, dibujos, collages o gouaches reunidos en el Luxembourg. Le preguntan a Matisse si cree en Dios y ¨¦l responde: "S¨ª, pero Dios soy yo". Una monja que le hab¨ªa cuidado en el hospital de Ly¨®n le visita y le comenta que la capilla de los dominicos en Vance est¨¢ hundi¨¦ndose. ?l decide salvarla ante la inquietud del hermano Rayssiguier, que teme que la obra de un artista profano resulte improcedente. "No se preocupe, padre, antes de pintar la Virgen o una ninfa a la que un fauno sorprende en pleno sue?o siempre empiezo por unos instantes de recogimiento", explica un Matisse bromista.
Ese buen humor comunicativo, esa alegr¨ªa, esa sencillez y sabidur¨ªa profunda de un artista al que le agrada que le fotograf¨ªen con las tijeras en la mano, recortando el aire, "trabajando el color como los escultores la piedra", marca el conjunto de la exposici¨®n.
Picasso, amigo y rival de Matisse, le visita en Vance y le comenta su trabajo en la capilla: "Nunca un pintor hab¨ªa hecho cosquillas como t¨² a la pintura hasta conseguir tan sonoros estallidos de risa". Matisse no tiene el menor reparo en confesar: "Me siento en paz. Tengo las maletas hechas y ya s¨®lo me queda esperar la salida del tren".
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