Ver la realidad a trav¨¦s de los ojos de nuestro enemigo
Nosotros, los israel¨ªes, no nos atrevemos todav¨ªa a creer sin reservas que el cambio est¨¦ verdaderamente cerca. Son demasiadas las veces que nos hemos permitido creer y esperar para luego sufrir una desilusi¨®n. Tengo la impresi¨®n de que algunos pensamos que lo ocurrido aqu¨ª en los ¨²ltimos a?os ha sido una especie de lecci¨®n, o incluso un castigo por haber sido lo bastante ingenuos, o lo bastante est¨²pidos, como para confiar en la posibilidad de un resultado positivo.
Este exceso de precauci¨®n, este miedo aterrador a creer en la posibilidad de que nuestras esperanzas se hagan realidad -incluso en un futuro lejano-, no es m¨¢s que un s¨ªntoma de nuestra situaci¨®n.
Vivir durante tantos a?os en estado de guerra, vivir desde hace ya m¨¢s de cien a?os en lo que se puede calificar de zona catastr¨®fica, significa tener la sensaci¨®n de que uno est¨¢ atrapado en el tiempo, condenado a repetir una y otra vez los mismos errores. Uno tiene la vaga y lejana impresi¨®n de que no vive la vida que le habr¨ªa gustado. Siente que no tiene la oportunidad de explorar lo que tiene que ofrecer una vida normal, una vida pac¨ªfica. Tiene el recuerdo, pero hay muchos momentos en los que, por pura desesperaci¨®n y por puro miedo, empieza a creer que esta locura es la vida real, que la guerra es la ¨²nica forma de vida posible.
En esta situaci¨®n, cu¨¢ntos israel¨ªes y cu¨¢ntos palestinos se han convencido a s¨ª mismos de que los de enfrente son malvados por naturaleza, y en esencia, una especie de malvados existenciales, casi c¨®smicos, que se oponen a nosotros por pura malicia, sin justificaci¨®n racional. En esta situaci¨®n, todos elaboramos y fabricamos ideolog¨ªas para justificar lo que hacemos y lo que nos ocurre, para ofrecer alguna explicaci¨®n l¨®gica de esta vida en la que las necesidades y los temores se convierten en valores y en la que el poder se convierte en el valor principal. Estamos tan envueltos en la distorsi¨®n que casi no nos damos cuenta del verdadero precio que estamos pagando por llevar ya cuatro generaciones de una vida paralela a la vida que podr¨ªamos haber tenido, la vida que nos merecemos.
Las dos partes se muestran entre s¨ª su lado m¨¢s oscuro. Las dos tienen excelentes motivos para justificar sus acciones e incluso sus errores. Ambas han convertido al enemigo en una versi¨®n t¨®pica de la humanidad. Un cat¨¢logo de estereotipos y prejuicios.
En un clima mental semejante, el mismo hecho de escribir un relato o un poema -incluso aunque uno no est¨¦ escribiendo en ese momento sobre "la situaci¨®n"- se convierte inmediatamente en un peque?o acto de protesta, de desaf¨ªo; un acto de definici¨®n personal en una realidad que amenaza con borrarnos a todos.
Cuando escribimos, imaginamos o creamos, aunque s¨®lo sea una nueva combinaci¨®n de palabras, logramos superar durante un rato la dureza y la arbitrariedad de "la situaci¨®n". Creamos vida dentro de una realidad que elimina la vida muy f¨¢cilmente. Dedicamos enormes esfuerzos a construir un personaje, darle sus rasgos humanos e individuales, y lo hacemos en unas circunstancias que -por naturaleza- act¨²an sin cesar para arrasar lo humano, para despreciar lo individual e idiosincr¨¢sico. Escribir en una realidad tan violenta es un intento constante de redimir la individualidad, de reclamar la singularidad del individuo, en una situaci¨®n que desdibuja la singularidad y el matiz, una situaci¨®n que invade la intimidad y viola el espacio personal. Cuando escribimos, logramos experimentar la flexibilidad casi olvidada que supone un cambio de perspectiva, mirar la realidad a trav¨¦s de los ojos de otra persona, a veces incluso los ojos de nuestro enemigo.
No hay nada de malo en ello: el deseo de ver la realidad a trav¨¦s de los ojos de nuestro enemigo no "debilita" lo justo de nuestra posici¨®n, si es que de verdad lo es. Nos obliga a ver la realidad tal como es, en toda su complejidad, y no la imagen de la realidad que so?amos cuando proyectamos sobre el mundo nuestros miedos, nuestros anhelos m¨¢s profundos y nuestras ilusiones. En realidad, es un deber que nos impone el estado de guerra: intentar comprender c¨®mo interpreta el enemigo el complejo texto de nuestra realidad com¨²n. As¨ª podemos saber exactamente qu¨¦ es lo que ve y qu¨¦ es lo que no ve, y qu¨¦ historia es la que se cuenta a s¨ª mismo, esa historia en la que, a veces, queda atrapado. Es posible que entonces seamos capaces de entender, como no hemos entendido jam¨¢s hasta ahora, que ese enemigo aterrador y demoniaco no es m¨¢s que un grupo de personas aterradas, atormentadas y desesperadas, igual que nosotros. ?se ser¨¢ el comienzo de cualquier proceso de reconciliaci¨®n. Y una cosa m¨¢s: el enemigo tambi¨¦n es el que ve nuestra cara m¨¢s oscura, m¨¢s cruel e incluso brutal, la que le mostramos en tiempo de guerra. Por supuesto, nos gusta decir que esa faceta que mostramos es s¨®lo "provisional", simples medidas que tomamos contra el enemigo hasta que amaine la ira, termine la guerra y volvamos a ser los seres humanos de esp¨ªritu ¨¦tico que ¨¦ramos antes. Pero es posible que, en realidad, el enemigo haya visto antes que nosotros hasta qu¨¦ punto la crueldad y la falta de humanidad han penetrado en todas las ¨¢reas de nuestra vida, incluso las que se supone que no est¨¢n en contacto "directo" con el enemigo. De forma que la imagen de nosotros mismos que obtenemos al ver la realidad a trav¨¦s de los ojos de nuestro enemigo tiene que servir para conocernos mejor y, tal vez, ayudar a protegernos de peligros mucho m¨¢s terribles y fundamentales que esta disputa actual.
Ver la realidad a trav¨¦s de los ojos de nuestro enemigo nos puede librar de la tiran¨ªa de la verdad ¨²nica que un pa¨ªs sitiado, un pa¨ªs amenazado e inseguro, se cuenta a s¨ª mismo. Podemos liberarnos de la historia oficial que, a fin de cuentas, se convierte en una trampa para el pa¨ªs y le condena a estar continuamente atrapado en una situaci¨®n de guerra.
Cuando nos atrevemos a entrar en contacto con toda la complejidad, toda la confusi¨®n de esta historia que son nuestras vidas, con el hecho de que no s¨®lo nosotros tenemos nuestra historia, sino que el enemigo tambi¨¦n tiene la suya, su propia justicia, su propio sufrimiento; cuando nos atrevemos a mirar la realidad cara a cara, sin demonizar al enemigo ni idealizarnos a nosotros, y viceversa; cuando dejamos que todas esas voces contradictorias hablen juntas, entonces tenemos el valor de entrar en el coraz¨®n de nuestro miedo -pero esta vez por otra puerta, una nueva- y entonces, de repente, en medio de la par¨¢lisis, vemos que nos hemos abierto m¨¢s espacio para respirar. Durante un instante, un momento ¨²nico, raro y delicioso, no hemos sido v¨ªctimas.Y todos sabemos que el principal peligro que amenaza a naciones como las nuestras, como las naciones israel¨ª y palestina, es que acabemos convencidos de que existe alg¨²n designio divino que nos ordena matarnos unos a otros. Un designio divino que nos ordena vivir con la espada en la mano y nos condena a perpetuar nuestra tragedia.
En ese sentido, ya no somos libres. Somos v¨ªctimas de nuestra historia tr¨¢gica, de nuestra psicolog¨ªa, de nuestro miedo y desesperaci¨®n, de nuestra fatiga.
En estos ¨²ltimos y terribles a?os, los que se han dedicado a escribir no han sido las v¨ªctimas. Los que han creado aqu¨ª, en Israel y Palestina -aunque no escribieran directamente sobre "la situaci¨®n"-; los que han insistido en crear, inventar, imaginar, exigir matices, cambiar una y otra vez sus expresiones para agitar el coraz¨®n del lector, para no quedarse encerrados en los t¨®picos habituales; los que se han negado a describir la situaci¨®n con los t¨¦rminos que intentaban imponerles los Gobiernos, los ej¨¦rcitos y la propia situaci¨®n, no han sido v¨ªctimas.
Espero, por el bien de todos,que pronto Israel se encuentre en una situaci¨®n completamente distinta: que la ocupaci¨®n haya terminado o, al menos, que, como parte del proceso de paz, no haya una sola persona en toda la regi¨®n que siga sometida a ocupaci¨®n. Espero que las dos sociedades empiecen a investigar otra forma de vida, empiecen a expresar sus esperanzas en otros t¨¦rminos, hablen de crecimiento, y prosperidad, y apertura mutua, y curiosidad respecto al otro, y vayan despidi¨¦ndose poco a poco del vocabulario que utilizan ahora, en el que s¨®lo est¨¢n subrayadas, casi sin excepci¨®n, las palabras que se refieren a la violencia, las fronteras, el nacionalismo y el extremismo.
Y deseo que nosotros, los israel¨ªes, seamos capaces -tal vez por primera vez en nuestra historia- de dejar de ser constantemente centro de atenci¨®n mundial, una prioridad en las agendas internacionales; que, por fin, dejemos de ser una historia desbordante, como hemos sido desde el amanecer de los tiempos, y empecemos a ser una historia m¨¢s entre las historias de todos los pa¨ªses; una historia especial, por supuesto, una historia apasionante, conmovedora e intrincada, pero no una historia desbordante; s¨®lo una historia de vida como otra cualquiera.
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