Una vuelta por la calle de la Noria

Razonablemente equidistante del bullicioso y tur¨ªstico sur de Tenerife y del m¨¢s sosegado y verde Puerto de la Cruz, en el norte, Santa Cruz ha crecido a un ritmo vertiginoso en la ¨²ltima d¨¦cada -hasta alcanzar los 200.000 habitantes- y su perfil ha cambiado de manera radical. Para empezar, ha dejado de ser la ciudad peque?a y recoleta, ensimismada en su insularidad y reticente al Atl¨¢ntico que se divisa desde la avenida de Anaga. Ha dejado su imagen algo caduca y sopor¨ªfera, con tardes impregnadas de un silencio casi dominical, para convertirse en una ciudad de tama?o medio respecto a otras ciudades espa?olas gracias a una propuesta urban¨ªstica moderna, llena de comercios y grandes superficies, am¨¦n de multicines, centros comerciales y un buen n¨²mero de restaurantes de calidad y locales de ocio. Y todo ello sin perder su identidad, su amable gesto hacia el visitante, sus espacios verdes, con el parque de Garc¨ªa Sanabria como elegante pulm¨®n y la plaza del Pr¨ªncipe como alegre lugar de encuentro.

Sin necesidad de irnos hasta la conquista de la isla, Santa Cruz tiene una historia llena de bravuras y acometidas navales, lo que a¨²n se descubre en algunos vestigios fieles, como los herrumbrosos ca?ones situados cerca del club militar Paso Alto, donde se apost¨® la defensa que hizo el general Antonio Guti¨¦rrez contra el almirante Nelson, en 1774. Hoy en d¨ªa aquel lugar es un pac¨ªfico y peque?o enclave casi escondido entre los ¨¢rboles, estupendo para descansar de un paseo hasta los l¨ªmites de la ciudad en direcci¨®n a la playa de las Teresitas, a siete kil¨®metros. Capital de la isla desde 1723, a?o en que se traslada desde La Laguna, Santa Cruz ha sabido crecer adapt¨¢ndose ¨¢gilmente a los tiempos.

A mediados de los a?os noventa, ya el centro de la ciudad hab¨ªa sido tomado por un ej¨¦rcito de obreros que durante muchos meses pusieron a prueba la paciencia de los santacruceros al levantar de cabo a rabo calles, aceras, parques y v¨ªas. El resultado reeduc¨® la concepci¨®n de sus habitantes al convertir el centro en zona peatonal, lo que al principio parec¨ªa inconcebible para los ciudadanos acostumbrados al coche. Pero andando el tiempo resulta inobjetable que la ciudad ha mejorado y se ha embellecido, adquiriendo adem¨¢s un aire m¨¢s resuelto y cosmopolita. Pero el barrio del Toscal, lleno de casonas antiguas y pintorescas que sin embargo se deterioraban a pasos agigantados, parec¨ªa recalcitrante a cualquier cambio, y con el paso de los a?os se ensimismaba en su precariedad de calles estrechas y turbias, como un anciano anticuado, ajeno a la pujanza de otros barrios santacruceros. Otro tanto ocurr¨ªa con la calle de Miraflores y la calle de la Noria, a¨²n m¨¢s envejecidos y en algunos momentos algo peligrosos. Aquellas edificaciones que quedaban como vestigios de la Santa Cruz de principios de siglo (y a¨²n m¨¢s atr¨¢s en el tiempo) parec¨ªan condenadas a desaparecer ante la modernidad de nuevas construcciones y el ajardinamiento de otras zonas de la capital de Tenerife. Emplazada muy cerca del puerto y de la plaza de Espa?a, con la iglesia de la Concepci¨®n como referente hist¨®rico, el barranco de Santos como l¨ªmite natural y el teatro Guimer¨¢ como enclave cultural cercano, la zona apenas aceptaba el paso de turistas distra¨ªdos y de componentes de murgas y asociaciones carnavaleras que ensayaban en locales del barrio.

Bullicioso bulevar

Por fortuna, un cuidadoso y decidido plan de reconversi¨®n dot¨® a aquella zona de un nuevo vigor reformando edificios que se ca¨ªan a trozos, pavimentando las calles, pintando y arreglando las fachadas hasta dejar la calle de la Noria convertida en lo que es ahora: un bullicioso bulevar sembrado de terrazas y restaurantes que por las noches arde de m¨²sica y jolgorio y por el d¨ªa resulta delicioso para pasear y acercarse al centro cultural La Recova, siempre bullente, o al propio teatro Guimer¨¢. Adem¨¢s, en los cuatro o cinco ¨²ltimos a?os, la ciudad ha recuperado para su inevitable crecimiento grandes extensiones de terreno a la contigua Refiner¨ªa. El aperitivo en la plaza del Pr¨ªncipe o el bar del hotel Mencey, las noches de copas en la avenida de Anaga, el chapuz¨®n en las Teresitas, el paseo por la Rambla y la temporada de m¨²sica cl¨¢sica siguen siendo parte de la vida santacrucera sin que la modernidad les haya vencido el pulso.

El flamante auditorio de Santa Cruz, obra de Santiago Calatrava, est¨¢ inexorablemente ideado para convertirse en el icono de la nueva Santa Cruz, en su ni?a mimada, el sue?o de cosmopolitismo y deleite para una sociedad de mel¨®manos. Tiene un aire inconfundiblemente posmo, de plasticidad que recuerda a la ?pera de Sidney, con sus vol¨²menes casi org¨¢nicos y su gran pico curvo de animal mitol¨®gico: reflejado en el mar que pr¨¢cticamente alcanza sus orillas. Proyecto de larga elaboraci¨®n exigido ya desde los a?os setenta, pas¨® por diversas etapas, propuestas y emplazamientos hasta que en 1989 se le hizo el encargo al arquitecto valenciano. El auditorio ha sido blanco de controversia, cr¨ªticas y debate, pero al final all¨ª est¨¢, majestuoso y al mismo tiempo mesurado, como probablemente ocurra con la remodelaci¨®n de la vecina playa de las Teresitas, proyecto encargado al franc¨¦s Dominique Perrault y que ha puesto en pie de guerra a numerosas asociaciones ecologistas y vecinales que ven en este prop¨®sito la destrucci¨®n de una playa de rubia arena tra¨ªda del S¨¢hara, y que ha sido desde siempre el lugar predilecto de los chicharreros para sus chapuzones veraniegos o sus caminatas invernales. De hacerse ¨®ptimamente, Santa Cruz ganar¨¢ un estupendo espacio tur¨ªstico sin perder en el camino la belleza de su playa m¨¢s emblem¨¢tica.

Jorge Eduardo Benavides (Per¨², 1964) es autor de El a?o que romp¨ª contigo (Alfaguara)