El ejemplo del puma
Douglas Thompkins, un muchacho de San Francisco que en su adolescencia hab¨ªa sido un activista en las luchas por los derechos humanos y contra la discriminaci¨®n racial en los Estados Unidos, cre¨® en los a?os 60, con su esposa, Kris, una empresa de ropa para j¨®venes (y viejos empe?ados en parecerlo) que en poco tiempo conquist¨® los Estados Unidos y el mundo: Esprit. En los a?os 80 la empresa estaba instalada en m¨¢s de sesenta pa¨ªses y los Douglas se hab¨ªan hecho millonarios. Ambos, pero ¨¦l sobre todo, a la vez que imaginativos y eficientes empresarios, eran deportistas entusiastas, y Doug pasaba sus vacaciones escalando monta?as o remando en su kayak en la Patagonia, Rusia, Europa, la Ant¨¢rtica, Alaska y Canad¨¢.
"En 1985", me dice, sin la menor amargura y con una sonrisa de oreja a oreja, "me di cuenta que nada de lo que hab¨ªa hecho hasta entonces serv¨ªa absolutamente para nada, salvo para ganar dinero". Para entonces hab¨ªa le¨ªdo un libro de un par de ecologistas que le sacudi¨® las fibras m¨¢s ¨ªntimas: Deep Ecology: Living as if Nature Mattered, de George Session y Bill Devall. Y poco despu¨¦s descubri¨® los escritos del noruego Arne Naess, fil¨®sofo del ambientalismo y del retorno a la naturaleza, y monta?ista eximio, como el propio Doug. Entonces, de acuerdo con Kris, vendieron Esprit y su colecci¨®n de pintura y escultura moderna, y los 180 millones de d¨®lares que sacaron por ello los invirtieron en la Foundation for Deep Ecology (Fundaci¨®n para la Ecolog¨ªa Radical), a quien pertenece el gigantesco parque natural de Pumal¨ªn, en el sur de Chile, donde conversamos.
La belleza del lugar quita el habla. Son cerca de trescientas mil hect¨¢reas de bosques, lagos, volcanes, playas, r¨ªos, fiordos, casi despoblados de seres humanos, donde, gracias a los empe?os de los Thompkins y su centenar de colaboradores -podr¨ªa llam¨¢rseles ap¨®stoles- van siendo resucitados los milenarios alerces y muchos otros ¨¢rboles devastados por la tala indiscriminada, as¨ª como la fauna originaria, seg¨²n una metodolog¨ªa cuidadosamente establecida para lograr el ambicioso designio de Doug Thompkins: devolver a Pumal¨ªn su condici¨®n primigenia, anterior al hombre y a la historia.
Detr¨¢s de esta formidable empresa hay mucho m¨¢s que una defensa del medio ambiente y de los recursos naturales: una filosof¨ªa ut¨®pica que cuestiona los fundamentos de la vida moderna, desde la cultura urbana y la industrializaci¨®n hasta la globalizaci¨®n, el consumismo y la demograf¨ªa galopante, y proclama que lo ¨²nico que puede salvar a la humanidad de la apocal¨ªptica cat¨¢strofe hacia la que se dirige si no cambia de rumbo es el retorno a la vida primitiva, a aquel estadio hist¨®rico en que el hombre viv¨ªa sumergido en la naturaleza y adoctrinado por ella.
Cuando le digo que sus ideas me recuerdan las utop¨ªas decimon¨®nicas de los franceses e ingleses que part¨ªan a Am¨¦rica en busca de tierras salvajes para refundar el Para¨ªso Terrenal, Doug Thompkins se r¨ªe y encoge los hombros, como diciendo, "Si eso soy, qu¨¦ se le va a hacer". Es un hombre sencillo, simp¨¢tico, apasionado, un visionario que transpira energ¨ªa y determinaci¨®n por todos los poros de su cuerpo. A su rancho de madera, levantado en el coraz¨®n de Pumal¨ªn, donde pasa por lo menos seis meses al a?o -el resto lo hace en otras tierras adquiridas por su Fundaci¨®n en la Patagonia chilena y en la argentina- y desde cuyas ventanas se divisa el soberbio y puntiagudo volc¨¢n Michimahuida coronado de nieve, no se puede entrar con zapatos. El mobiliario es artesanal, por razones de gusto y de principio, pues otro de los mandamientos de la religi¨®n laica de Doug es que la nefasta industrializaci¨®n ha cometido un genocidio con las culturas del mundo, ese archipi¨¦lago de artesan¨ªas y manufacturas caseras que expresaban la idiosincrasia de cada comunidad y eran un factor de cohesi¨®n y solidaridad comunal. Por ello, deben ser revividas, estimuladas y propagadas, algo que se est¨¢ haciendo ya en Pumal¨ªn, con el tradicional cultivo de la miel. A partir de este a?o, dice Doug, la miel de las abejas de Pumal¨ªn comenzar¨¢ a exportarse a Estados Unidos y el Jap¨®n.
Cuando en su austera y bella caba?a de madera descubro un ordenador, no resisto la tentaci¨®n de tomarle el pelo, pregunt¨¢ndole c¨®mo se compadece ese artefacto hijo de la m¨¢s avanzada industrializaci¨®n urbana con sus fulminaciones contra la civilizaci¨®n del dinero y el mercado. "Soy ecologista, pero no tonto", me explica. ?C¨®mo llevar¨ªa la administraci¨®n y vigilancia del inmenso territorio de Pumal¨ªn, donde no hay casi caminos que conecten sus diseminados caser¨ªos y centros de experimentaci¨®n, sin recurrir a la inform¨¢tica? Me tranquiliza un poco descubrir que en este profeta del regreso a la vida natural el fundamentalismo ecol¨®gico est¨¢ contrapesado por fuertes dosis de realismo. Lo compruebo a la hora del almuerzo, cuando mi temor de que mi anfitri¨®n me inflija un men¨² vegetariano rico en vitaminas y clorofila, pero intragable, resulta infundado: ¨¦l, previsiblemente, s¨®lo come tomates y lechugas, pero a m¨ª, urbanita irredento, me inflige un sabroso cordero.
Y lo confirmo cuando me trepa a su avi¨®n, un monomotor de dos plazas, que, me dice, es un verdadero prodigio de la aeron¨¢utica. Sin duda lo es, porque, si no, en esa excursi¨®n de una hora sobrevolando los id¨ªlicos paisajes de Pumal¨ªn, nos hubi¨¦ramos hecho mazamorra una docena de veces por lo menos, con las ca¨ªdas en picado que emprend¨ªa Doug Thompkins para mostrarme las inicuas quemas de bosques realizadas por los taladores furtivos en las laderas de un estrecho desfiladero, su empe?o en circunvalar el cr¨¢ter del imponente Michimahuida o sus intr¨¦pidos planeos a ras del mar para se?alarme con las dos manos ("?No ser¨ªa mejor que no soltara el tim¨®n en este momento, amigo Doug?") las plantaciones marinas de los salmoneros, esos Atilas del mar, que esterilizan las aguas, desaparecen todos los peces y las plantas acu¨¢ticas, y acercan el Apocalipsis.
No es extra?o que, con estas ideas, que propagan sin el menor embarazo y por las que luchan con todo lo que tienen - su dinero, su talento y su tiempo-, Kris y Doug Thompkins se hayan hecho de enemigos. Las murmuraciones y leyendas levantadas en torno al personaje alcanzan cimas literarias. En Santiago, me aseguran que Doug Thompkins es un agente de la CIA y que detr¨¢s de su filantrop¨ªa medioambiental est¨¢n los intereses estrat¨¦gicos de EE UU. Pero otros me juran que en verdad es un mero testaferro de laAsociaci¨®n Jud¨ªa Mundial, y que, detr¨¢s de los tres millones de hect¨¢reas de tierras que su fundaci¨®n lleva compradas en Chile y Argentina, est¨¢ la intenci¨®n de instalar el nuevo Israel cuando los israel¨ªes sean expulsados de Palestina por los ¨¢rabes. La Iglesia cat¨®lica no ve con buenos ojos a una fundaci¨®n que promueve el control de la natalidad. Y hay, tambi¨¦n, los cr¨ªticos nacionalistas, que consideran una amenaza para la soberan¨ªa nacional que un territorio tan vasto, y fronterizo, est¨¦ en manos de un extranjero. Pero Thompkins tambi¨¦n tiene partidarios entusiastas, sobre todo entre la gente joven, a la que seduce su idealismo, la manera directa, fresca, genuina -tan poco pol¨ªtica- con que argumenta y refuta a sus cr¨ªticos. Hace poco dio una conferencia en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Cat¨®lica de Chile y fue vitoreado por un auditorio compacto.
?C¨®mo no resultar¨ªa atractiva a muchos j¨®venes, nacidos en medio del gran naufragio de las viejas utop¨ªas colectivistas y autoritarias, esta fantas¨ªa verde, generosa, de un mundo en el que las contaminadas ciudades donde ganarse la vida vuelve al hombre lobo del hombre, ser¨ªan reemplazadas por peque?as comunas entra?ables y fraternas, que, rodeadas de bosques y r¨ªos y mares ub¨¦rrimos, dedicar¨ªan su tiempo a quehaceres creativos y solidarios, sin amos y sin siervos, al servicio del ser humano y de la naturaleza, del hermano b¨ªpedo y del hermano puma y del hermano pez y de la hermana tar¨¢ntula, viviendo estrictamente de lo que la buena madre tierra, y el padre bosque, y el abuelo cielo se dignar¨ªan proveer. Un mundo sin ansiedad, sin pobres ni ricos, sin f¨¢bricas, sin lujos, de espartana belleza, de talleres, donde la diferencia de las culturas ser¨ªa una virtud y habr¨ªa tantos dioses como seres vivientes.
Incluso a m¨ª, urbano hasta la m¨¦dula, amante del asfalto y el acero, al¨¦rgico al pasto, al mosquito y a todo lo gregario, convencido de que la inevitable pulverizaci¨®n de las fronteras y las mezclas consiguientes -la odiada globalizaci¨®n- es lo mejor que le ha pasado a la humanidad desde la aparici¨®n de la literatura, cuando oigo a Doug Thompkins y veo lo que ha hecho en Pumal¨ªn, me conmuevo y quisiera creerle. Por lo aut¨¦ntico que es y porque detr¨¢s de aquello que sostiene ha puesto su vida entera. Pero luego recapacito y digo no: "?sta es otra utop¨ªa y, como todas las utop¨ªas de la historia, terminar¨¢ tambi¨¦n hecha pedazos". Pero, eso s¨ª, alguna buena huella dejar¨¢, algunos bellos bosques y parques y acaso la conciencia en buen n¨²mero de seres humanos de que la indispensable defensa del medio ambiente debe ser arm¨®nica con el desarrollo de la ciencia y la t¨¦cnica y la industria, gracias a las cuales el ser humano tiene hoy, pese a todo, una vida infinitamente mejor que la del hombre y la mujer de la ¨¦poca feral.
Fui a Pumal¨ªn con el sue?o de ver a un puma en libertad y nunca lo vi. Pero, gracias a los esfuerzos de Kris y Doug Thompkins, ese hermoso animal, que estaba en v¨ªas de extinci¨®n, ha renacido y merodea ahora de nuevo por aqu¨ª, en la floresta, o en los recovecos de las monta?as, esperando la noche para bajar a hacer sus excursiones por los gallineros y los corrales. Pocos lo han visto, porque es arisco, pero todo el mundo ha visto las ovejas destrozadas y las aves de corral devoradas por su ferocidad. El puma, ay, no participa de los rom¨¢nticos anhelos de convivencia, paz y hermandad de los Thompkins, a los que debe su renacimiento Pumal¨ªn. El puma es un salvaje depredador. Como el humano.
? Mario Vargas Llosa, 2005. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2005.
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