... y Google rapt¨® a Europa
Hace unas semanas, con el t¨ªtulo 'Cuando Google desaf¨ªa a Europa', el director de la Biblioth¨¨que Nationale de France, Jean-No?l Jeanneney, publicaba un art¨ªculo en Le Monde (22-1-2005). Sus palabras son una buena muestra del recelo ante las intervenciones sobre el patrimonio cultural y ante el dominio que ejerce Estados Unidos en el mundo digital. Desde su aparici¨®n, el debate ha ido creciendo (blogs, listas de correo de bibliotecarios...): 10.000 p¨¢ginas de la web unen ya el nombre de Jeanneney y el del buscador. Entre ellas destacan las reflexiones de Herv¨¦ Le Crosnier 'Cuando Google estimula la reflexi¨®n', en la lista BIBLIO-FR, y Hubert Guillaud, 'Google y el desaf¨ªo de la indizaci¨®n', en Internet Actu.
El punto de partida fue el anuncio, el 14 de diciembre, de que Google digitalizar¨¢ los libros de varias grandes bibliotecas de EE UU e Inglaterra. En total, 15 millones de libros: los que est¨¢n en el dominio p¨²blico ser¨¢n ofrecidos en su integridad, y de los que tienen copyright vigente se mostrar¨¢n fragmentos con permiso de los editores y como v¨ªa para vender la obra (como ya ven¨ªa haciendo Amazon). ?Cu¨¢l es el problema? "La primera reacci¨®n ante esta perspectiva gigantesca", dice Jeanneney, "podr¨ªa ser el puro y simple j¨²bilo. He aqu¨ª que estamos a punto de que se encarne el sue?o mesi¨¢nico definido a finales del siglo pasado: todos los saberes del mundo, accesibles gratuitamente a todo el planeta". No parece mal, ?no?; pero Jeanneney -que reconoce que las bibliotecas anglosajonas contienen muchos libros en otras lenguas (o traducciones de libros de otras lenguas)- alerta, no obstante: estos libros van a ser objeto de una selecci¨®n, bajo criterios anglosajones, y, por tanto, "se confirma el riesgo de una dominaci¨®n aplastante de Am¨¦rica en la definici¨®n de la idea que las pr¨®ximas generaciones se har¨¢n del mundo".
?La soluci¨®n que propone? Un plan masivo de digitalizaci¨®n a escala europea, dotado de un abundante presupuesto, que sea "una protecci¨®n contra los efectos perversos de una b¨²squeda de beneficio disimulada tras la apariencia del desinter¨¦s", puesto que Google -recuerda Jeanneney- es una empresa privada que cotiza en Bolsa y que tiene af¨¢n de lucro.
Las tensiones sobre el patrimonio cultural digital son ya un cl¨¢sico. La cuesti¨®n se viene a plantear as¨ª: ellos (los EE UU) tienen la t¨¦cnica, nosotros (Europa) tenemos la cultura. Ellos quieren ganar dinero con el saber, nosotros (se supone) queremos ofrecerlo libremente, al servicio de todos. Sin embargo, las bibliotecas p¨²blicas y universitarias americanas o canadienses han sido siempre un ejemplo de facilitaci¨®n del acceso al saber, y no hablo s¨®lo de sus extens¨ªsimos fondos (que podr¨ªan ser tan s¨®lo producto de igualmente grandes presupuestos), sino en su vocaci¨®n y pr¨¢ctica. Digamos que la cultura de Google no es sino la continuaci¨®n de toda una ideolog¨ªa de difusi¨®n del saber sin elitismos, lo cual no ha sido exactamente el caso europeo.
A esto se une el hecho de que Europa (que, no lo olvidemos, invent¨® la www... y luego renunci¨® a ella) ha tenido un desarrollo ¨ªnfimo de las tecnolog¨ªas digitales en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. Los gigantes americanos del software (Microsoft) y de los servicios (Google) se han hecho imprescindibles. Este ¨²ltimo se ha convertido, adem¨¢s, en algo que preocupa extremadamente: es el medio privilegiado, casi monopol¨ªstico, de acceso al saber en la Red. Es el medio que usan los espa?oles para saber qu¨¦ hay en la web hispanohablante, y lo mismo ocurre en todas las lenguas de cultura. Google indiza los contenidos culturales europeos (gestados durante siglos, y que los presupuestos y los esfuerzos de nuestros gobiernos y patrocinadores han puesto en l¨ªnea) ?y gana dinero poni¨¦ndolos gratis al alcance de todos! No ser¨¦ yo quien abogue por la bondad de una determinada empresa, aunque lo diga ella misma (y menos, una que tiene un poder de facto tan grande), pero recordemos que la fuerza de Google es que interpreta y filtra un trabajo que hacemos entre todos: escucha la voz de la colmena, la actividad de los millones de sitios de la Internet p¨²blica que apuntan unos a otros, y nos cuenta lo que oye. Esta caracter¨ªstica (que hace muy dif¨ªcil la pesadilla de Jeanneney: que el buscador sesgue los contenidos culturales que uno busca, por ejemplo, en lenguas distintas del ingl¨¦s) se oculta sin embargo bajo algoritmos que son secreto comercial.
Otro tema bien distinto es el de la informaci¨®n espec¨ªficamente cient¨ªfica (las bases de datos comerciales), mercado en el que tambi¨¦n hay un servicio, Google Scholar, que aspira a convertirse en el nuevo Citation Index. Este ¨²ltimo, como se ha denunciado con frecuencia, prima la producci¨®n en ingl¨¦s y los modelos de difusi¨®n de las ciencias duras, de modo que las ciencias humanas y sociales -precisamente las que m¨¢s tienen que ver con el patrimonio cultural-, y en otras lenguas, son las m¨¢s perjudicadas. Pero el problema de la hegemon¨ªa de la ciencia en lengua inglesa es anterior a Google, y esta empresa no va a cambiarlo si no empieza por hacerlo la propia ciencia europea (ya hay alguna iniciativa en este sentido)...
?Vale la pena, como pide Jeanneney, hacer un Google europeo (si pudi¨¦ramos)? ?No podemos pensarlo al rev¨¦s?: ?Google est¨¢ indizando gratis para nuestros usuarios nuestros contenidos culturales! Si ma?ana Google ofreciera digitalizarnos gratis toda la Biblioteca Nacional de Espa?a, o de Francia, d¨¢ndonos una copia de lo que digitalice, ?dir¨ªamos que no?
?D¨®nde quiero ir a parar? La fuerza real de la Red es que es una red con muchos centros. Como se?ala Le Crosnier, ¨¦sta es una estructura muy conveniente para una Europa llena de lenguas y de culturas. Quiz¨¢s es mejor invertir en coordinar pr¨¢cticas de digitalizaci¨®n (para evitar que se repitan trabajos ya hechos, o que fondos digitalizados con dinero p¨²blico no est¨¦n accesibles); en sus criterios (no queremos fotos de libros en l¨ªnea, sino textos buscables); en normas de amigabilidad ante los buscadores (para que nuestros contenidos se abran a los indizadores: hoy, Google; tal vez ma?ana, uno europeo con est¨¢ndares abiertos); en sistemas de interoperabilidad de archivos, descriptores, metadatos (para que desde nuestras redes bibliotecarias y de investigaci¨®n todo el panorama europeo sea accesible); en trabajos de la web sem¨¢ntica (para aplicar nuestras categor¨ªas culturales a nuestros propios datos); en utilizaci¨®n de licencias (que dejen bien claro qu¨¦ uso queremos que se d¨¦ a nuestro patrimonio); en softwares ling¨¹¨ªsticos (que permitan hacer b¨²squedas usando la lengua natural y salten las barreras entre idiomas). Todo ello con est¨¢ndares abiertos, no propietarios, que permitan que las aplicaciones crezcan a medida que haga falta, y sirvan a los intereses de todos los colectivos, sin pagar royalties al exterior. Y articulando una pol¨ªtica que haga real la tesis (contra la que nadie levantar¨¢ la voz) de que queremos cultura para todos, cultura de calidad para todos y sobre todo para quienes, en Espa?a o en Francia, en los pa¨ªses hispanohablantes y en la francofon¨ªa, tienen menos medios.
?No somos tan cultos? Demostr¨¦moslo...
Jos¨¦ Antonio Mill¨¢n es editor y colabora en el proyecto digital de la Residencia de Estudiantes.
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