De cabrero a doctor ingeniero
El subdirector de Investigaciones Agrarias aprendi¨® a escribir en la 'mili'
El que hoy es subdirector general del Instituto de Investigaci¨®n y Tecnolog¨ªa Agraria se cri¨® entre cabras, tan lejos del l¨¢piz y el papel como estaba la dehesa extreme?a de la escuela de su pueblo. El d¨ªa que se fue voluntario al servicio militar no dej¨® en la instancia que rellen¨® m¨¢s que los pobres garabatos de un joven analfabeto. Hoy tiene 58 a?os y es doctor ingeniero de Montes, miembro de la Academia Forestal Italiana y ha representado a Espa?a en varias conferencias internacionales. Numerosas publicaciones cient¨ªficas llevan su firma; ha escrito 15 libros, criado dos hijos y plantado muchos ¨¢rboles. Estuvo a punto de estudiar con los salesianos en la escuela que Pedro Almod¨®var recrea en su ¨²ltima pel¨ªcula, pero un cura torci¨® aquel camino.
Volvi¨® al pueblo como pe¨®n de alba?il y sac¨® el certificado de estudios primarios en clases nocturnas
Pero su historia no es la del cabrero autodidacta que hac¨ªa poes¨ªas mientras pastoreaba, sino la de una persona que supo burlar, tarde pero con ¨¦xito, un destino escrito con muchas faltas de ortograf¨ªa en los renglones m¨¢s torvos del franquismo.
Gregorio Montero naci¨® en Cabezabellosa, un pueblo al norte de C¨¢ceres al que s¨®lo volv¨ªa en verano, justo cuando la escuela estaba cerrada. El resto del a?o triscaba entre brezos y jaras, escalaba en busca de nidos, corr¨ªa delante de vacas bravas y cuidaba de sus hermanas chicas. Cuando ca¨ªa la noche en la dehesa extreme?a la familia compart¨ªa en el chozo las patatas del caldero. Tambi¨¦n dorm¨ªan juntos, uno en cada jerg¨®n, alrededor de la lumbre. La majada cambiaba de sitio, pero la vida era siempre la misma. "?ramos salvajes felices. Toda mi vida la recuerdo moderadamente feliz. En la adolescencia se hac¨ªa m¨¢s duro, es cuando buscas chicas, amigos, y te sent¨ªas paleto y fastidiado".
Volvieron al pueblo cuando ¨¦l ten¨ªa 12 a?os. El cura decidi¨® que su amigo Pedro se ir¨ªa a estudiar con los salesianos, pero Gregorio no pod¨ªa ir "porque era mayor y ten¨ªa muchas picard¨ªas". Los dos muchachos apenas se llevaban un a?o. El padre apart¨® una piara de cabras para Gregorio y el ni?o se independiz¨® con su reba?o hasta que cumpli¨® los 14. La escuela segu¨ªa siendo un sue?o. Aquel a?o vendieron el ganado y ¨¦l se coloc¨® cortando le?a.
En la vida de miseria que la dictadura amas¨® sin descanso en la Espa?a rural, el servicio militar era una escapatoria. Gregorio tambi¨¦n se imagin¨® vestido de sargento, pero la mili fue una opci¨®n "dura y est¨²pida". Su primer contacto con la escritura fue para prepararse el curso de cabo con aquel cuaderno de ortograf¨ªa, el Miranda Podadera. Cuando acab¨® la mili volvi¨® al pueblo como pe¨®n de alba?il y sac¨® su certificado de estudios primarios en clases nocturnas con la ayuda del maestro y la Enciclopedia ?lvarez. Eso le abri¨® las puertas para formarse como capataz forestal. Despu¨¦s hizo la carrera "sin pisar nunca una escuela ni un instituto". Sac¨® su doctorado en Ingenier¨ªa de Montes en 1987. Para entonces hab¨ªa ganado varias oposiciones. "Mi oficio me gusta, he disfrutado mucho siempre con esto". Unas 1.000 personas trabajan hoy en el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias y Alimentarias, del que es subdirector. Se dedican a la mejora gen¨¦tica y reproductiva de animales, a la protecci¨®n de semillas agr¨ªcolas, a homologar plantas. El instituto est¨¢ en Madrid, pero en medio del campo, rodeado de ¨¢rboles; lo m¨¢s parecido a la dehesa que puede tenerse en la capital. Su puesto es ahora m¨¢s pol¨ªtico, pero se sabe de paso. ?l es un esp¨ªritu libre. Despu¨¦s de todo, "el cabrero era la figura m¨¢s independiente de la dehesa". ?Sabe Gregorio orde?ar cabras todav¨ªa? "Eso no se olvida nunca".
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