Las mil caras del Pr¨ªncipe de la Paz
Un libro reivindica la figura de Godoy, pol¨ªtico afrancesado y millonario expoliado
La vida de Manuel Godoy (Castuera, Badajoz, 1767-Par¨ªs, 1851) es una sucesi¨®n fascinante de idas y vueltas, ascensos y ca¨ªdas entre la suerte y el poder, las camas, los latifundios, la grandeza de Espa?a, la grandeur de Francia, la c¨¢rcel, la ruina, el exilio y la muerte.
Miembro de una familia hidalga venida a menos, amante de la cultura y de los caballos, afrancesado y pacifista y, seg¨²n todos los indicios, campe¨®n europeo del sexo, Godoy inici¨® sus pasos en la carrera militar y a los 17 a?os entr¨® en la Real Compa?¨ªa de Guardias de Corps. Tres a?os despu¨¦s, tuvo su primer golpe de suerte: se cay¨® del caballo y al levantarse se dio de bruces con los pr¨ªncipes de Asturias, do?a Mar¨ªa Luisa de Parma y su muy fogoso esposo, Carlos de Borb¨®n, que luego ser¨ªa Carlos IV. Desde las patas de aquel caballo, don Manuel inici¨® su mete¨®rica carrera en la Corte, entre fuertes rumores de connivencia (m¨¢s carnal que intelectual) entre la futura reina y el apuesto joven.
Desde las patas de aquel caballo don Manuel inici¨® su mete¨®rica carrera en la Corte
La muerte de Carlos III y el ascenso al trono de Carlos IV permitieron a Godoy ascender a su vez: cadete supernumerario de su brigada. Poco despu¨¦s, fue nombrado duque de la Alcudia y meti¨® la cabeza en el Consejo de Estado. Y en 1793, a los 27 a?os, ocup¨® la primera Secretar¨ªa de Estado.
Europa viv¨ªa un momento especialmente agitado. Desde Par¨ªs llegaba ya el olor fresco a la sangre azul, real y arist¨®crata que manaba por la Asamblea Nacional, y la Monarqu¨ªa espa?ola trat¨® de evitar el contagio del chispazo revolucionario nombrando primer ministro a Godoy, un hombre moderado, afrancesado, ilustrado y de ideas avanzadas. Cuando la Revoluci¨®n quiso ajusticiar a Luis XVI, primo del monarca espa?ol, Godoy puso todo su empe?o en parar el magnicidio, maniobra humanitaria pero que casi cost¨® que el pa¨ªs entrara en guerra con el vecino.
Para impedirlo, Godoy no tuvo reparos en rendirse antes de que sonara un solo tiro y firm¨® el Tratado de San Ildefonso. Era 1796, y Espa?a suscrib¨ªa una hipoteca diab¨®lica: la gresca permanente con Inglaterra. A eso hab¨ªa que sumar una situaci¨®n interna crispada, inestable, horrenda en el plano econ¨®mico. Godoy opt¨® por la huida hacia adelante: boda-braguetazo con Mar¨ªa Teresa de Borb¨®n, condesa de Chinch¨®n (la del c¨¦lebre retrato de Goya, gran protegido de don Manuel) y, sobre todo, prima del rey, aunque media Espa?a sab¨ªa que el valido manten¨ªa hac¨ªa tiempo una estrecha relaci¨®n con Josefa Tud¨®, con la que m¨¢s tarde convivir¨ªa y terminar¨ªa cas¨¢ndose.
Ajeno a esas zarandajas amorosas, el Directorio acabar¨ªa forzando la ca¨ªda del valido en 1798, y entonces la suerte volvi¨® a sonre¨ªrle. La falta de tino de sus sustitutos al frente del Gobierno hizo crecer la popularidad de Godoy, que continu¨® gobernando en la sombra.
Su pol¨ªtica, siempre fielmente progabacha en lo militar y lo civil -Guerra de las Naranjas con Portugal (1801), apoyo financiero a Napole¨®n contra Inglaterra-, puso en bandeja al emperador el paseo militar a trav¨¦s del Pirineo. Napole¨®n prometi¨® a Godoy un reino en el Algarve y logr¨® el permiso para atravesar la pen¨ªnsula e invadir Portugal.
El malestar del pr¨ªncipe Fernando ante la cesi¨®n produjo el mot¨ªn de Aranjuez (marzo de 1808), que acab¨® con el rey y con Godoy y dio con los huesos de ¨¦ste en prisi¨®n. Su casa fue saqueada; ¨¦l, insultado, atacado y herido por la turba.
La mediaci¨®n de la reina logr¨® que los franceses lo llevaran a Bayona, donde se producir¨ªan las c¨¦lebres abdicaciones que permitir¨ªan a Napole¨®n okupar el trono. Godoy, sus inseparables ex reyes y otros de los suyos iniciaron el destierro italiano. ?l se cas¨® con Tud¨®, pero todos sus bienes (media Espa?a, incluida la Albufera de Valencia) fueron confiscados.
Para la depresi¨®n, Par¨ªs: all¨ª vivir¨ªa casi treinta a?os, arruinado, con mala salud, en silencio absoluto y gracias a la modesta pensi¨®n que le otorg¨® Luis Felipe de Francia.
En 1847, Isabel II firm¨® el decreto que le devolv¨ªa sus bienes. Pero, sin tiempo para recuperarlos, Godoy muri¨®, cuatro a?os m¨¢s tarde, en una estrecha buhardilla. Ten¨ªa 87 a?os. Su cuerpo fue enviado al pudridero, aunque un amigo pag¨® finalmente una tumba individual.
Su historia, ya se ve, no es f¨¢cil de etiquetar ni moral ni ideol¨®gicamente, pues Godoy aparece alternativamente como un tipo majo, pobre, afortunado, leal, ilustrado, guaperas, arribista, conspirador, millonario, mecenas, exiliado, patriota, antipatriota...
As¨ª y todo, los t¨®picos maniqueos antepusieron siempre en el imaginario colectivo sus errores a sus aciertos, aunque escritores como Larra y Blanco White o, m¨¢s recientemente, historiadores tan solventes como Carmen Iglesias, han tratado de que predominase la luz sobre las sombras.
Ahora, dos personas, por m¨¢s se?as un matrimonio, se han apiadado del alma vilipendiada del Pr¨ªncipe de la Paz.
Jos¨¦ Belmonte, doctor en Derecho, y Pilar Leseduarte, doctora en Historia, ambos por Deusto, han publicado un libro de 500 p¨¢ginas que reivindica que Godoy fue, adem¨¢s de todo lo anterior, "la v¨ªctima de un expolio escandaloso, decidido sin juicio ni sentencia, que dur¨® medio siglo y le forz¨® a morir en un exilio miserable".
Godoy, historia documentada de un expolio (Ediciones Beta) empieza por desmentir sus cacareados amores con la reina: "Es dif¨ªcil pensar que una mujer como ella, que tuvo 12 o 14 partos y otros tantos abortos, y que mandaba a su marido de caza para que se desfogase, y que cuando conoci¨® a Godoy ya ni ten¨ªa dientes, se echara en brazos de un joven como ¨¦l. M¨¢s bien encontr¨® al hijo fiel que no hab¨ªa sido Fernando", sostiene Belmonte.
Adem¨¢s, el libro revela, a trav¨¦s de un copioso material in¨¦dito (un centenar de cartas y un millar de documentos jur¨ªdicos, escrituras, actas notariales, pr¨¦stamos, letras de cambio protestadas...), las extremas dificultades de salud y dinero que vivi¨® Godoy en Par¨ªs: "Le quitaron todo, lo que compr¨®, lo que permut¨® con el rey y lo que recibi¨® en donaci¨®n. Pero como el Estado no ten¨ªa dinero suficiente para resarcirle, jam¨¢s le devolvieron nada. Sus herederos intentaron recuperarlo, pero fue in¨²til. Y cuando lleg¨® la I Rep¨²blica, Castelar decidi¨® nacionalizarlo todo".
"Fue una gran injusticia", a?ade Belmonte, "porque fue un gobernante que promovi¨® la cultura, la universidad, los bot¨¢nicos, las publicaciones, las escuelas... Hoy, lamentablemente, s¨®lo queda su tumba silenciosa".
Babelia
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