De la selva a la civilizaci¨®n
Sabine Kuegler se cri¨® desde los cinco a?os en un rinc¨®n remoto de la selva de Pap¨²a occidental. A los 17 a?os regres¨® a Europa, y ahora ha escrito un libro en el que cuenta lo que un d¨ªa fue su infancia junto a los fayus, una tribu de guerreros que anta?o eran can¨ªbales.
Sabine Kuegler tiene el alma partida en dos. Un mal que empez¨® a sufrir el d¨ªa en que decidi¨® regresar a la civilizaci¨®n. Cuando esta mujer de 32 a?os puso por vez primera los pies en la jungla era una peque?a y rubia ni?a blanca europea de cinco. Hija de ling¨¹istas y misioneros protestantes alemanes, Sabine creci¨® en el Valle Perdido, un altiplano aislado en la selva de Pap¨²a occidental. Ese para¨ªso que ahora desvela en un libro autobiogr¨¢fico -Das Dschungelkind (La ni?a de la jungla), editorial Droemer Knaur- forma parte de Pap¨²a y Nueva Guinea, en el este de Indonesia. La casa de la familia Kuegler se encontraba en un claro al borde del r¨ªo Klihi. Sus vecinos eran los fayus, una tribu de guerreros, anta?o can¨ªbales, que conviven con los cad¨¢veres de sus parientes hasta que sus cuerpos se deterioran y sus huesos se convierten en adornos de sus caba?as. Huesos de avestruz atraviesan sus narices, y desconocen el uso del metal.
Sabine tiene una deuda con aquel mundo ba?ado en colores y olores intensos, con aquella regi¨®n tan atractiva para antrop¨®logos y etn¨®logos. Sus 400.000 kil¨®metros cuadrados representan uno de los espacios m¨¢s ricos del mundo en variedades de flora y fauna. Desde su retorno a la civilizaci¨®n en 1989, a la edad de 17 a?os, la chica de la jungla, por diversos motivos, nunca ha vuelto a Pap¨²a, a pesar de que sus padres, Klaus y Doris, permanecen en aquel lugar. Ambos visitan una vez al a?o a su hija en Europa, y cuando se desplazan a comprar comida hasta Jayapura, capital de Pap¨²a occidental, hablan por tel¨¦fono.
Hoy, Sabine vive en un piso en Buxtehude, una aldea al norte de Alemania, cerca de Hamburgo. Y echa de menos la naturaleza perdida. Se lamenta: ahora, para ver a algunos de esos animales que fueron sus compa?eros en la selva y por los que sinti¨® tanta fascinaci¨®n, su ¨²nica posibilidad es visitar un zool¨®gico. Tres d¨ªas de viaje en avi¨®n, avioneta, canoa y una caminata, y a?os de a?oranza y sufrimiento, separan a esta mujer de su infancia. Abandon¨® aquel entorno con la idea de regresar. Al no despedirse definitivamente y jam¨¢s acostumbrarse del todo a la vida civilizada, qued¨® como suspendida en el aire, instalada en un fr¨¢gil lugar de nadie.
Sabine jugaba de ni?a con ara?as y papagayos, com¨ªa carne de cocodrilo y gusanos, y usaba arco y flecha. Hasta que un d¨ªa se sinti¨® atra¨ªda por "el otro lado". Su ¨²nico contacto con el mundo moderno durante aquel tiempo fueron las clases del colegio a distancia, los libros que le¨ªa y que ca¨ªan del cielo cada tantos meses, cuando una avioneta arrojaba el correo. La civilizaci¨®n so?ada se encontraba a miles de kil¨®metros de distancia, pero ella sent¨ªa que la esperaba para descubrirla. Sin embargo, su expedici¨®n hacia nuestra jungla de edificaciones y normas result¨® un callej¨®n sin salida. Sabine tuvo cuatro hijos de dos padres; los de 13 y 11 a?os de edad viven con su progenitor en Suiza; los otros dos, de tres y cuatro, con ella.
Descubri¨® al otro sexo al llegar a Europa, al ingresar en un internado de Montreux (Suiza). Una compa?era se encarg¨® de introducirla en el ambiente de los adolescentes europeos y le explic¨® el "sexo seguro" con un pl¨¢tano y un cond¨®n en la mano. Sabine dej¨® de ser ingenua en cuestiones pr¨¢cticas, pero quiz¨¢ no lo suficiente. El primer hombre que conoci¨® fue un modelo franc¨¦s, "el hombre m¨¢s atractivo" que hab¨ªa visto nunca. Estaba casado. Del segundo qued¨® embarazada y hubo boda. Sobre su actual matrimonio no dice m¨¢s que "¨¦l vive en Jap¨®n". Le cuesta admitir que su ex marido es uno de los motivos, adem¨¢s del dinero, que le impiden el regreso a Pap¨²a. ?l no permite a sus hijos el viaje a Indonesia. As¨ª que, en su vida moderna, Sabine se conforma con recordar, al menos hasta este verano. Por primera vez, tras 15 a?os de ausencia, volver¨¢ sola por un mes al lugar donde se cri¨®.
Siempre se interes¨® Sabine por la aventura. De chica, cuando hac¨ªa los deberes en la caba?a de madera situada al borde del Klihi, pensaba en todas las tentaciones que le esperaban fuera. Ning¨²n texto, excepto El libro de la selva, pod¨ªa competir con aquella vida excitante cuyos elementos hostiles eran los jabal¨ªes, las infecciones, la malaria? En aquella vida, los juguetes y compa?eros ten¨ªan patas, pelo, nombres: el rat¨®n George, el papagayo Bobby, la ara?a Daddy Long Legs, los avestruces Hanni y Nanni, el canguro Jumper, el cuscus (parecido al perro) Wooly? En esta colecci¨®n animal s¨®lo faltaba un cocodrilo. Un d¨ªa, Sabine amonton¨® las ollas, trapos, botellas de aceite y cuchillos de la familia en la mesa de la cocina. Su madre pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªa. "Necesito tus cosas", respondi¨® ella. "All¨ª fuera me est¨¢ esperando un fayu que me dar¨¢ un beb¨¦ de cocodrilo a cambio". Se interesaba la madre: "?Y d¨®nde vivir¨¢?". El hogar del nuevo amigo iba a ser un cubo que serv¨ªa para recoger agua del r¨ªo, lavarse y cocinar; uno de los utensilios de supervivencia m¨¢s importantes de los Kuegler en el Valle Perdido. El beb¨¦ cocodrilo que, seg¨²n Sabine y el fayu, val¨ªa lo que todos los objetos, jam¨¢s entr¨® en la casa. Sigui¨® su camino por donde deb¨ªa, por el agua. Su especie ten¨ªa la carne m¨¢s rica y sabrosa de la selva de Pap¨²a, aparte de la de v¨ªbora. Sab¨ªa a cerdo.
Sabine Kuegler naci¨® en Patan (Nepal), pero cuando ten¨ªa cinco a?os, sus padres y sus dos hermanos (Judith, de siete, y Christian, de tres) se trasladaron a Pap¨²a. All¨ª, el matrimonio Kuegler quer¨ªa investigar la lengua de los fayus contando con el apoyo de una sociedad cristiana estadounidense, la Wycliffe, y del Summer Institute of Linguistics de Tejas. En Pap¨²a occidental viv¨ªan 250 pueblos ind¨ªgenas, y muchos sufr¨ªan ataques guerrilleros. Se instalaron en principio en Danau Bira, una base selv¨¢tica levantada por antrop¨®logos, pilotos y misioneros para ahorrarse, entre una y otra expedici¨®n a la jungla, los 500 kil¨®metros hasta Jayapura. Dos a?os m¨¢s tarde, los Kuegler se mudaron a un lugar aislado del mundo que pap¨¢ Kuegler hab¨ªa descubierto un d¨ªa. ?l aspiraba a aprender el idioma fayu y a intentar salvar su cultura aut¨®ctona, a punto de desaparecer.
Los fayus desconoc¨ªan entonces hasta su propia historia a causa de la guerra continua que les obligaba a concentrarse en su supervivencia. El padre de Sabine estaba seguro de que el sistema de venganzas desembocar¨ªa en la extinci¨®n de los abor¨ªgenes de la regi¨®n. Cuando los Kuegler entraron en su mundo quedaban unos 400, de los varios miles que un d¨ªa hab¨ªan sido. Se sabe que algunos grupos no se limitaban a matar al enemigo; tambi¨¦n lo devoraban. Sabine nunca vio que un ser humano se comiera a otro, pero asegura que s¨ª, que all¨ª, "r¨ªo arriba", exist¨ªa el canibalismo. La familia no corr¨ªa peligro. No se encontraba en guerra con nadie. Simplemente viv¨ªa all¨ª y representaba otro modelo de convivencia.
Aclara esta mujer que muchos a¨²n creen que los misioneros llegan a cualquier sitio, agitan la Biblia y gritan: "Sois todos pecadores y os vais al infierno. Ten¨¦is que hacer lo que os predico", pero que eso no es as¨ª. "Mi padre siempre nos dec¨ªa que no se puede obligar a la gente a nada, que deb¨ªamos servirles de ejemplo: 'Lo hacemos si vivimos lo que creemos, y as¨ª ellos ver¨¢n si quieren aprender, por ejemplo, a perdonar, en vez de matarse por venganza".
Al principio, a Sabine le costaba trabar amistades, a pesar de ser una ni?a despierta y rebelde. Cuenta que ella y sus hermanos jugaban mucho al borde del r¨ªo y que "los ni?os fayus permanec¨ªan sentados contra un ¨¢rbol o se agarraban de sus padres, y no se re¨ªan jam¨¢s".
Luego entender¨ªa la raz¨®n. Viv¨ªan aterrorizados, pues en cualquier momento pod¨ªan ser atacados por el enemigo. Delante de la casa de los Kuegler, los cuatro grupos de la tribu fayu se enfrentaban en sangrientas peleas cuyo motivo nadie recordaba. El lema era "ojo por ojo". Pero el lugar se convertir¨ªa luego, sostiene Sabine, "en una plataforma para reunirse y hablar". El proceso de paz se inici¨® cuando los Kuegler no soportaron m¨¢s esa crueldad; el d¨ªa en que Judith cay¨® en estado de p¨¢nico al escuchar el inicio del baile de guerra. El padre sali¨® corriendo de la casa. Por primera vez, el hombre blanco se enfurec¨ªa. Los fayus se detuvieron al ver que Klaus, en vez de atacar, los abrazaba. Les mostr¨® que exist¨ªa el perd¨®n. Quiz¨¢ ayud¨® que la familia misionera viv¨ªa en una especie de zona neutral. Recuerda Sabine que "de repente ten¨ªan un motivo para encontrarse sin matarse: todos quer¨ªan ver al hombre blanco".
Uno de los mejores amigos de la selva de Sabine fue Tuare. Todo comenz¨® cuando ¨¦ste le regal¨® un arco con flechas. Surgieron luego otros, gracias a la lluvia. ?sta transform¨® una colina al borde del r¨ªo en un tobog¨¢n de lodo. Cuando los hermanos Kuegler se tiraban por ¨¦l al agua, se aproximaban todos los ni?os de la vecindad. El r¨ªo era el centro de la vida social del Valle Perdido. Serv¨ªa para desplazarse, para pescar, para ba?arse y para entretenerse. Incluso para salvar la vida, cosa que ocurri¨® cuando una manada de jabal¨ªes atac¨® a Judith. Ella salt¨® al agua mientras los dem¨¢s treparon a tiempo a los ¨¢rboles para escapar de la mayor amenaza de muerte de aquella selva.
Aparte de los jabal¨ªes, Sabine no recuerda que los animales fueran algo peligroso. Al contrario, muchos orientan, cual relojes, a esos hombres que viven a¨²n en la edad de piedra. Cada hora del d¨ªa se identifica por alg¨²n animal. El canto de los p¨¢jaros llenaba a Sabine de alegr¨ªa. Por la ma?ana, uno; por la tarde, otro. "Se produc¨ªan cambios de sonidos y siempre sab¨ªas qu¨¦ era lo que ven¨ªa; una variaci¨®n anunciaba una gran tormenta o que iba a temblar la tierra". Los animales, con su "instinto fenomenal", les advert¨ªan del futuro. "El cielo estaba azul, pero si un tipo de rana aparec¨ªa, sab¨ªamos que la lluvia estaba cerca". Existen unas 700 variedades de p¨¢jaros en Pap¨²a occidental; muchas de las 200 variedades de serpientes son venenosas, pero Sabine vio una sola vez que una mordiera a alguna persona.
"Mucha gente me critica porque describo el lugar de mi infancia como un verdadero para¨ªso. La vida no lo era, desde luego, pero s¨ª la naturaleza", se defiende esta mujer, ex¨®tica a su manera, a la que es f¨¢cil imaginar narrando an¨¦cdotas a sus cuatro hijos, disfrutando al recuperar esas im¨¢genes del pasado, un placer del que parecen gozar su cuerpo, sus gestos, su voz. "Ya de ni?a me sent¨ªa muy unida a aquella naturaleza. Amaba los atardeceres. No puedes imaginar la felicidad que se siente al ver el cielo te?ido de rojo, ?o las estrellas! Se ve¨ªan tan cerca que cre¨ªas tocarlas", explica con convicci¨®n.
La chica deportiva, alta y delgada, de pelo corto marr¨®n y ojos de un verde tropical, a?ora andar descalza y sentir el calor extremo, estar con personas "que te saludan con cara radiante". Aunque, al principio, cuando lleg¨® a Pap¨²a occidental no fuera as¨ª. Se asust¨® al ver las expresiones serias, las miradas oscuras de los ind¨ªgenas. Chill¨®, y su padre la arrastr¨® hacia el jefe de la tribu, que la salud¨® con un restreg¨®n de frentes que la dej¨® marcada con el sudor ennegrecido de polvo ajeno. Pero aqu¨¦l fue un temor en nada comparable al terror que sentir¨ªa Sabine a los 17 a?os, cuando aterriz¨® en Hamburgo y tom¨® el tren (el primero de su vida) rumbo hacia su nueva existencia en el internado suizo.
En aquel terrible momento, una conocida de sus padres la dej¨® sola en la estaci¨®n central. Le entreg¨® su billete y le dijo que fuera al and¨¦n 14. Ella no entend¨ªa, y pregunt¨® a un polic¨ªa qu¨¦ significaba and¨¦n. ?ste la mir¨® con tanta extra?eza que ella corrigi¨® inmediatamente su pregunta: "?D¨®nde queda el and¨¦n 14?". "?Me entr¨® p¨¢nico! ?Estaba segura de que morir¨ªa all¨ª mismo!", exclama. Tan concentraba estaba en detectar los peligros de la civilizaci¨®n que no recuerda nada m¨¢s de aquel primer instante. Fue un choque cultural.
El a?o pasado, Sabine escribi¨® su autobiograf¨ªa. Das Dschungelkind naci¨® de la esperanza de liberarse de traumas y miedos, de encontrarse a s¨ª misma, aceptarse, asumir que es distinta y siempre lo ser¨¢. Lo hizo, dice, para descubrir a qu¨¦ lugar pertenece. Y lo consigui¨® en parte. "Al finalizar el libro sent¨ª que a¨²n me queda por cerrar un cap¨ªtulo de mi historia. De joven me dije: voy, estudio y regreso. Pero no lo hice". Y tras un largo suspiro a?ade que su vida ha sido como una traves¨ªa "a ninguna parte", como cuando viajas de continuo y siempre tienes "la maleta hecha". Lo que s¨ª ha cambiado es que ahora identifica mejor sus necesidades, la manera c¨®mo desea vivir. Estudi¨® econom¨ªa, trabaj¨® en hosteler¨ªa y el a?o pasado abri¨® una agencia de comunicaci¨®n. Pretende producir documentales, libros, art¨ªculos que traten de emociones, "del amor, el luto, la paz y la guerra". Los protagonistas tendr¨¢n una historia que contar igual que la tiene ella, su primer producto promocional.
Sus hermanos Judith y Christian viven en EE UU y est¨¢n libres de esa inseguridad y a?oranza, de esa extra?eza existencial que le quita el sue?o a Sabine y en cuya desesperaci¨®n lleg¨® un d¨ªa incluso a herirse en los brazos con una hoja de afeitar, hasta que su instinto de supervivencia la hizo reaccionar ante la sangre a su alrededor.
Los padres de Sabine, que trabajan hoy para una organizaci¨®n local y con apoyo del Gobierno indonesio en su protecci¨®n de los fayus (los peligros del desarrollo no se han parado ante sus tierras, pero se mantiene su n¨²mero en los ¨²ltimos a?os y ha mejorado su esperanza de vida de 35 a 50 a?os), hubieran preferido que esta "hija de la selva" viviera con ellos, en aquel lugar donde tan bien encajaba. Pero ella dice que comienza a integrarse, que ahora tiene "un seguro de vida y esas cosas que se tienen en Occidente". Con 30 a?os recibi¨® su primer carn¨¦ de identidad y se enorgulleci¨® de ello. Seg¨²n su pasaporte, es alemana. "?Pero, qu¨¦ quiere decir ser de un pa¨ªs?", pregunta. En su libro suena m¨¢s convencida: "Aqu¨ª, junto al pueblo de los fayus reci¨¦n descubierto, que se caracterizaba por una brutalidad terrible y por el canibalismo, que viv¨ªa en la edad de piedra y que un d¨ªa aprendi¨® a amar en lugar de odiar, a perdonar en vez de matar; aqu¨ª cambi¨® mi vida, junto a esta tribu que pas¨® a ser una parte de m¨ª, igual que yo a ser una parte de ella? Ya no era la ni?a blanca que ven¨ªa de Europa. Me convert¨ª en una aborigen, en una fayu".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.