Bodrio pol¨ªtico
Hace unos a?os, mentes pensantes en sentido lato, o sea, corrientes y molientes, se reunieron en Barcelona y all¨ª fraguaron la llamada Declaraci¨®n de Barcelona; y la parieron. Los padres de tan alto documento pol¨ªtico eran gentes del BNG, PNV y CiU. Quer¨ªan una Espa?a confederal. Los peneuvistas lo llaman ahora Estado Libre Asociado, seg¨²n se dice en el Plan Ibarretxe. Cr¨¢neos privilegiados.
La confederaci¨®n es cosa del siglo XIX. Todav¨ªa se oye hablar de Federaci¨®n Helv¨¦tica, pero Suiza se convirti¨® en Estado federal en 1848. Alemania tambi¨¦n dej¨® por entonces atr¨¢s la charlotada, puesta en pr¨¢ctica dos veces. Hoy, la CEI ex sovi¨¦tica es pura mugre, algo as¨ª como la Commonwealth. Claro. Dos o m¨¢s Estados pueden aliarse para defenderse contra un enemigo com¨²n, pero para eso no hace falta producir una legislaci¨®n. Para confederarse, s¨ª. Un derroche de tiempo y papel vac¨ªos de contenido para decir que los Estados confederados no ceden un ¨¢pice de su soberan¨ªa, que conservan intactas sus respectivas constituciones e instituciones, que cada uno tiene su propio ej¨¦rcito y su propia moneda, am¨¦n de su sistema fiscal; y que un Estado puede salirse cuando quiera, de modo que si la confederaci¨®n est¨¢ formada por s¨®lo dos, adi¨®s al invento. Que en Espa?a se plantee siquiera esta f¨®rmula a uno le hace sentir verg¨¹enza ajena. Pero no cabe esperar una gran clase pol¨ªtica en un pa¨ªs mediocre, dijo hace a?os Felipe Gonz¨¢lez; y si no recuerdo mal, se aplicaba el cuento, si bien uno no se f¨ªa de los arrebatos de modestia.
Maragall se queda a distancia cierta, pero tambi¨¦n a cierta distancia de los protagonistas de la Declaraci¨®n de Barcelona; pero qu¨¦ distancia es esa, admito no saberlo, pues a ese hombre hay que leerle entre l¨ªneas y contradicciones, lo que, en principio, tal como est¨¢ el patio, es muy probable que sea lo m¨¢s plausible. Una ventaja inicial del federalismo sobre el autonomismo es que, con suerte, el pueblo no se enterar¨¢ de la diferencia o lo har¨¢ cuando ya no importe. Pero Maragall, por convicci¨®n o porque se siente obligado por el clima pol¨ªtico de su tierra, las dice gordas. As¨ª por ejemplo, con ocasi¨®n del Carmel dice en el Parlament: "Por eso, en Catalu?a te hacen una moci¨®n de censura y en Espa?a una guerra civil". (Cito de memoria pero dejando intacto el meollo). Subrayo esta y tan lejana al esp¨ªritu federal como al centralismo. Me imagino a un ciudadano y no digamos a un senador estadounidense diciendo: "En Oreg¨®n y en Estados Unidos...". Podr¨ªa armarse. ?Acaso Oreg¨®n no es Estados Unidos? Pero a?adi¨¦ndole sal a la herida, Maragall suelta una comparaci¨®n odiosa entre lo que esa y ha convertido en dos Estados distintos: en Espa?a ser¨ªa guerra lo que en Catalu?a se queda en moci¨®n de censura. En un Estado federal a este hombre se le har¨ªa dimitir, as¨ª tuviera raz¨®n, que no la tiene. Resiento verme en el brete de pasar por nacionalista, cuando no soy de parte alguna y me encuentro mal en todas. El caso es que tuve que aprender la historia de Espa?a de la segunda mitad del siglo XIX y primeros a?os del XX y es igualmente sonrojante para todos. Con recordar que Men¨¦ndez y Pelayo fue un ¨ªdolo de los c¨ªrculos pensantes catalanes, ya hay mucho dicho. Los Torras i Bag¨¦s (obispo y disc¨ªpulo del santanderino), los Almirall, los Pompeyo Gener. Todos xen¨®fobos y adictos al nacionalcatolicismo. "Comprendo, alabo y hasta bendigo la Inquisici¨®n", dec¨ªa don Marcelino, mientras Gener hablaba de "la impureza de la raza castellana, mestiza de semita y presemita", con mezcla en favor de los elementos inferiores.
Si Espa?a se disgrega, temor que ya he visto expresado en medios de distintas tendencias, ser¨¢ desde arriba y esa es otra. Seg¨²n la encuesta de La Vanguardia, el 44% de los catalanes piensa que Catalu?a es una regi¨®n y s¨®lo el 21% cree que es naci¨®n. La reforma del Estatut ocupa el octavo lugar de las preocupaciones de la ciudadan¨ªa. Preceden: inmigraci¨®n, vivienda, paro, delincuencia, sanidad, corrupci¨®n y educaci¨®n. Siguen: uso del catal¨¢n e infraestructuras. Eso nada tiene que ver con el "clamor popular" que se inventan los pol¨ªticos de todas partes cuando quieren imponer una cosa u otra. Hoy se habla mucho de la democracia en peligro y se citan las lacras, pero sin otorgarle un valor preferente -si le otorgan alguno- a la mayor de las amenazas: el divorcio entre el pa¨ªs real y el oficial. La manipulaci¨®n es un narc¨®tico vigoroso, pero cuando se ejerce sobre millones de gente, suele estallar en las manos de los manipuladores. Es cierto que en ocasiones la luz se hace tarde, pero eso suele ocurrir cuando la propaganda ha abusado de los m¨¦todos totalitarios m¨¢s refinados. Puede que dos a?os m¨¢s de latazo con el agua del Ebro inunde a los maniobreros.
Puede ser una cosa y puede ser otras. Ser¨ªa temerario profetizar el futuro no muy lejano de un pa¨ªs cr¨®nicamente enfermo. Si se convierte en caricatura de s¨ª mismo en tiempos de Zapatero, quien esto escribe no pensar¨ªa que Zapatero es culpable. Fueron los populares quienes exaltaron los ¨¢nimos de quienes mezclan pasi¨®n hereditaria y cambalache. Unos vender¨ªan a su pa¨ªs por un plato de lentejas y otros anteponen la pitanza a los padres que los hicieron; y de ambos espec¨ªmenes hay ejemplares para dar y vender en ambos bandos. Pero entre otras inc¨®gnitas est¨¢n las imprevisibles reacciones del pueblo, como acabamos de escribir. Pueblo patriotero donde los haya y tan impredecible como el que m¨¢s. Y tan arbitrario. (Nuestros inmigrantes, legalizados o no, en la miseria o en aceptable situaci¨®n econ¨®mica, suspiran por las patrias que dejaron atr¨¢s y donde fueron tratados a patadas. Tan indelebles adhesiones me producen p¨¢nico. Crec¨ª en un pueblo que me trat¨® mal y no quiero verlo ni en pintura).
Puede ocurrir, sin embargo, que todos pidan el cupo vasco y navarro y que tambi¨¦n figura en el programa del tripartito. Con el escarnio de la miseria caritativa, disfrazada eufem¨ªsticamente de solidaridad. Nada m¨¢s contrario al esp¨ªritu autonomista, al federal y al centralista. Solidaridad general, hambre para todos.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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