Chico malo
Si no fuera por el fastidio que produce este hombre, habr¨ªa que acudir a abrazar a Mourinho, empe?ado en convertirse en el gran malvado del f¨²tbol mundial. Se empe?a, pero se le nota demasiado. Mourinho acent¨²a tanto el rasgo con sus intemperancias que termina por ofrecer una vertiente infantil, no la del malvado que pretende ser, sino la del chico malo que reclama constantemente la atenci¨®n para que le quieran un poco. Es m¨¢s inquietante la enigm¨¢tica sonrisa de su patr¨®n, el magnate Roman Abramovich, que toda la traviesa pirotecnia del entrenador portugu¨¦s, que en muchos de sus actuaciones recuerda a Javier Clemente, un Clemente m¨¢s refinado si se quiere, pero igual de aparatoso en sus mecanismos de actuaci¨®n. Uno de ellos es el car¨¢cter provocador que les anima a enfrentarse con las fuerzas vivas del f¨²tbol: las federaciones -tanto la nacional como la internacional-, los grandes clubes rivales, los entrenadores, la prensa. En definitiva, cualquier elemento que identifiquen como poderoso y que les permita un ruidoso combate, con el protagonismo que eso significa. Y mejor todav¨ªa si todo ello acarrea sanciones, castigos, la clase de reprensi¨®n que los chicos malos interpretan con una injusticia del sistema y les convierte en lo que m¨¢s desean: v¨ªctimas.
En su condici¨®n de v¨ªctima, Mourinho, como Clemente, pretende la t¨ªpica cruzada contra el mundo. En la medida que recibe una respuesta contundente a sus provocadores ataques, Mourinho se siente v¨ªctima de una conspiraci¨®n universal y, por tanto, lo vive como un refuerzo a sus intempestivas actuaciones. Es muy probable que alrededor de Mourinho, como sucedi¨® con Clemente, se produzca una cohesi¨®n fan¨¢tica que rinda grandes beneficios a corto plazo. A simple vista, el Chelsea se encuentra ante la temporada de su historia: est¨¢ a punto de ganar la Liga inglesa y tiene una buena oportunidad de atacar la Copa de Europa. Para un club que s¨®lo ha conquistado un campeonato ingl¨¦s, la perspectiva es inmejorable. Claro que Mourinho se ha visto respaldado por Abramovich, un goliat del dinero que satisface todas las peticiones de su entrenador. Pero tambi¨¦n es cierto que los resultados han sido intachables: Mourinho ha dado al Chelsea el ¨¦xito que le ha esquivado.
La cuesti¨®n pasa por saber si es un ¨¦xito productivo o no. Comienzan a aparecer suficientes signos para pensar que no. Mourinho ofrece el perfil del eg¨®latra que terminar¨¢ sobrepasado por los acontecimientos. En realidad, se trata del t¨ªpico viaje autodestructivo de los personajes que terminan por desconocer sus l¨ªmites. Al fondo se aprecian complejos derivados de trayectorias marcadas por la frustraci¨®n. En el caso de Clemente fue la lesi¨®n que le apart¨® tempranamente del f¨²tbol. A Mourinho quiz¨¢ le pesa su vivencia de personaje residual en sus primeros a?os en la profesi¨®n. Primero fue el subordinado de Bobby Robson y luego fue un irrelevante ojeador del Bar?a, al menos a los ojos de la opini¨®n p¨²blica. A Mourinho le cabe el m¨¦rito de destruir esos prejuicios, de convertir su frustraci¨®n en un imparable motor competitivo, con una fulgurante carrera.
Sin embargo, las consecuencias del ¨¦xito pueden resultar contraproducentes en ciertos casos. En su victorioso camino, Mourinho deja atr¨¢s tierra quemada. El n¨²mero de enemigos que se ha granjeado es demasiado elevado. El Chelsea, que pretende situarse como el nuevo equipo referencial en el mundo, va a enterarse muy pronto de que s¨®lo es querido por sus propios hinchas. Es el precio que paga por la personalidad de un entrenador que se ha ganado la enemistad de la UEFA, de la mayor¨ªa de sus colegas de profesi¨®n, de la mayor¨ªa de los equipos que sufren las impertinencias del t¨¦cnico portugu¨¦s y de casi todo el gremio de aficionados, que ve al Chelsea como un club cada vez m¨¢s desagradable, metido en toda clase de pleitos y dirigido por un entrenador tan empe?ado en oficiar de chico malo que tiene al mundo del f¨²tbol, hasta el gorro.
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