Tan animales
Hay que lavarse los ojos despu¨¦s de cada mirada. Ya no s¨¦ si es un proverbio japon¨¦s o me lo ha dictado esa voz femenina que se instala "en la cabeza del narrador" de esa singular, extraordinaria novela que es Imposturas, del irland¨¦s John Banville. Seguramente George Steiner va bien encaminado cuando dice que tal vez Banville es el escritor de lengua inglesa m¨¢s inteligente y el estilista m¨¢s elegante. Es Banville un novelista que mezcla de forma genial a Beckett con Nabokov, dos escritores precisamente nada f¨¢ciles de combinar. A esa mezcla, Banville le a?ade su propia y contundente originalidad, es decir, lo que realmente entendemos por un mundo propio, y el resultado es grandioso.
Acab¨¦ la novela hace unas horas, y luego me qued¨¦ deambulando por la casa sin un rumbo fijo que, bien pensado, despu¨¦s de todo no era necesario que lo tuviera, sobre todo si, como a m¨ª me parec¨ªa, quien hab¨ªa salido vencedor de la f¨®rmula qu¨ªmico-literaria hab¨ªa sido Beckett, maestro del rumbo err¨¢tico. En cualquier caso, cansado del deambular errante, acab¨¦ entrando en Internet y ca¨ª en un blog de notas al margen, donde una mediocre e indocumentada hormiga catalana daba cuerda a unos tristes tigres que no paraban de decir agresivas animaladas aut¨®ctonas. Y tan contentos ellos. Y tan animales. Fue entonces cuando pens¨¦ que ten¨ªa que lavarme los ojos por cada mirada que hab¨ªa dirigido al blog. Era la hora del caf¨¦, una hora a veces peligrosa. Me lav¨¦ cien veces los ojos y luego, para escapar de la hormiga, abr¨ª la televisi¨®n y all¨ª encontr¨¦ m¨¢s animaladas. Nadie duda que los documentales de La 2 sobre animales tienen prestigio. De hecho, siempre ha quedado muy bien citarlos como modelo de lo que deber¨ªa verse en la televisi¨®n. Pero todo tiene su final.
Pas¨¦ a ver por en¨¦sima vez las aburridas conductas depredadoras de una serie de bestias lamentables. Adoro a los animales, pero no me gustan las bestias. Si de algo debemos sentirnos orgullosos los humanos es de haber roto esa cadena de fatalidad que llev¨® a los animales durante siglos a despedazarnos impunemente. Algo ganamos con la punta de la flecha que se convirti¨® en rival de los colmillos. Como dice Calasso, es muy probable que los animales no nos hayan perdonado por esto. Seguramente es as¨ª, no nos han perdonado este peque?o paso. Ellos han seguido siendo, fielmente, aquello que eran. Siguen matando y siendo matados por las antiguas reglas. S¨®lo el hombre ha osado extender el repertorio de sus gestos. Y precisamente porque hemos sabido extender el repertorio, resulta cada d¨ªa m¨¢s absurda la conducta depredadora de algunos paisanos que parecen no haberse a¨²n enterado de que un d¨ªa el hombre os¨® extender el repertorio de sus gestos.
Huyendo de los animales, termin¨¦ por salir a la calle, y escribo ahora esto en el caf¨¦ de la esquina. Andaba hace un momento vagando en un viaje solitario por los m¨¢s inexplorados continentes de la inteligencia de Banville y me dispon¨ªa a comenzar a leer Eclipse (una novela no tan reciente de este autor y que, seg¨²n Rodrigo Fres¨¢n, es a¨²n mejor que Imposturas) cuando se han sentado en el caf¨¦ unos desconocidos y sus palabras han exhalado inmediatamente una estupidez inefable, encantadora, animal. Poco a poco he perdido la pista de mi viaje solitario, he cedido a la llamada primigenia de la estupidez y notado que una suav¨ªsima languidez me invad¨ªa. S¨¦ que, si no reacciono, estoy perdido. Buscar¨¦ un pa¨ªs que sea tan extranjero que en ¨¦l ni siquiera haya la menor necesidad de huir ni de volver a casa. Un pa¨ªs sensato. Sin agresividad aut¨®ctona. Ni documentales.
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