El camale¨®n que perdi¨® la habilidad de camuflarse
El hombre que parec¨ªa predestinado a ocupar un lugar de privilegio entre los africanos ilustres -junto al ghan¨¦s Kuame Nkruma, el tanzano Julius Nyerere y el surafricano Nelson Mandela- puede acabar como el zaire?o Mobutu Sese Seko: expulsado de la presidencia y considerado un paria por todos.
Los que conocen bien a Robert Gabriel Mugabe, de 81 a?os, lo definen como un camale¨®n que ha perdido la habilidad de camuflarse. Ya no parece el tipo tranquilo de comienzos de los ochenta, un pragm¨¢tico de ret¨®rica socialista y decisiones m¨¢s o menos capitalistas, madrugador compulsivo (se levanta a las cuatro), aceptado en Occidente y mimado en ?frica. Se ha tornado en un hombre irascible, inseguro, que mueve constantemente las manos y los pies, y obcecado por conservar el poder.
"Es un eg¨®latra enfermizo. No tiene otra ideolog¨ªa que ¨¦l mismo, habituado a la adulaci¨®n permanente", dice un hombre que le conoce desde ni?o
Tres hechos le han desnudado: la muerte, en julio de 1999, de Joshua Nkono, su gran rival hist¨®rico, vicepresidente sin poder real y que desde su sensatez serv¨ªa de contrapeso; la inesperada derrota en el refer¨¦ndum para la reforma constitucional, en febrero de 2000, frente a una oposici¨®n fuerte (Movimiento para el Cambio Democr¨¢tico, MDC), y el fallecimiento, en 1992, de su primera esposa, Sally, una maestra ghanesa, feminista, que luch¨® por la independencia junto al joven Mugabe y que dedic¨® su vida a elevar el nivel educativo del pa¨ªs de adopci¨®n (el 85% de los zimbabuenses sabe leer y escribir, la tasa m¨¢s alta de ?frica).
Grace ama el lujo
Sally fue reemplazada, dos a?os antes de extinguirse por un c¨¢ncer, por Grace, una ambiciosa secretaria con quien ya tiene cuatro hijos. Sin otro ideal pol¨ªtico que el lujo, Grace es clienta habitual en Par¨ªs y Londres, y fuente constante de esc¨¢ndalos y excesos en un pa¨ªs con un desempleo cercano al 70%. El ¨²ltimo capricho de la primera dama fue hacerse construir una mansi¨®n de 27 habitaciones (100 millones de d¨®lares) en The Iron Mask, una finca a 50 kil¨®metros de Harare, que pertenece legalmente a los blancos John y Eva Matthews, y que fue confiscada.
De los tres contratiempos fue la derrota de 2000 (a pocos meses de unas elecciones legislativas) la que meti¨® el miedo en el cuerpo a Mugabe. En su entorno reconocen que lo ocurrido entonces pospuso en varios a?os todo plan de jubilaci¨®n. El presidente, que coquetea con dejar el cargo en 2008, al final de su mandato, le gusta repetir que seguir¨¢ al frente hasta que "la revoluci¨®n est¨¦ completa". John Makombe, uno de los analistas m¨¢s l¨²cidos de Zimbabue, lo explicaba a en su oficina de Harare en 2001: "Es un dictador obsesionado con el poder. Teme que sin su manto protector acabar¨¢ ante un tribunal. No se ir¨¢ hasta que est¨¦ seguro de que su sucesor le proteger¨¢ de toda investigaci¨®n".
Makombe se refiere a las matanzas de ndebeles (segunda etnia de Zimbabue, el 14% de la poblaci¨®n) en 1983 y 1984, cuando Mugabe guerre¨® con la milicia de Nkono por el control del nuevo pa¨ªs independiente. El obispo espa?ol Ignacio Prieto, en aquellas fechas al frente de la di¨®cesis de Huange, estim¨® que las operaciones de la 5? Brigada (todos, shonas, la tribu mayoritaria y a la que pertenece Mugabe) costaron 10.000 vidas. Los brit¨¢nicos multiplican la cifra por tres. Jam¨¢s hubo una investigaci¨®n independiente.
Pero Makombe tambi¨¦n se refiere al saqueo econ¨®mico durante los 25 a?os que Mugabe lleva en el poder, y, sobre todo, a la cleptocracia que reina desde 1998, cuando acudi¨® en ayuda de Laurent Kabila en la Rep¨²blica Popular del Congo. Mugabe envi¨® 7.000 soldados para proteger las minas de diamantes de Mbuji Maji y las de cobre de Katanga. La aventura cost¨® una media de un mill¨®n de d¨®lares al mes (cantidad 44 veces superior al presupuesto del Ministerio de Desarrollo Agr¨ªcola). Los beneficios de las concesiones minerales recibidas de Kabila no ingresaron en las arcas del Estado, de donde salieron los gastos; se desviaron a los bolsillos del entorno presidencial.
La aventura congole?a provoc¨® una primera crisis econ¨®mica y el aumento de los carburantes. El no en el refer¨¦ndum de febrero de 2000 fue un rechazo al r¨¦gimen, y as¨ª lo entendi¨® Mugabe, que se lanz¨® a una campa?a de ocupaci¨®n de haciendas a trav¨¦s de los llamados veteranos (supuestos luchadores por la independencia). La idea parec¨ªa popular: el 30% de las tierras de Zimbabue, las mejores, estaba en manos de 3.200 blancos heredados de los acuerdos de independencia. Pero, lejos de promover una aut¨¦ntica reforma agr¨ªcola, que necesita el pa¨ªs, el presidente se las entreg¨® a sus leales, generales y ministros sin experiencia alguna en explotaci¨®n agraria. El colapso econ¨®mico fue autom¨¢tico: 384% de inflaci¨®n en 2005, frente al 76 de 2001; el 80% de la poblaci¨®n vive en la pobreza, y el hundimiento del sistema sanitario, en un pa¨ªs afectado por la pandemia del sida, ha reducido la esperanza de vida a 43 a?os.
Ahora, Mugabe abusa de la ret¨®rica anticolonialista de la ¨¦poca de la lucha contra la metr¨®poli (¨¦l jam¨¢s empu?¨® un arma) y al sentirse acorralado califica de traidores a los votantes del MDC. La conservaci¨®n del poder sin importar el precio ha costado caro a Zimbabue y a ¨¦l le ha costado el prestigio, algo importante para un hombre instalado en "la egolatr¨ªa enfermiza", como asegura un europeo que le conoce desde ni?o. "No tiene otra ideolog¨ªa que ¨¦l mismo, habituado a la adulaci¨®n permanente", dice. Otros que le trataron a?aden: "Es un hombre poco sofisticado, pero listo e intuitivo, que sabe por d¨®nde sopla el viento".
Lo mismo se afirmaba de Sadam Husein y de otros a quienes atropell¨® la historia. En los primeros a?os, tras la independencia, en 1980, Mugabe practic¨® la moderaci¨®n, alejado del radicalismo verbal de los a?os anteriores. En sus Gobiernos incluy¨® a blancos y se entendi¨® con los granjeros heredados de los Acuerdos de Lancaster House. Parec¨ªa querer convencer a todos de que era el hombre adecuado en el momento adecuado. Veinticinco a?os despu¨¦s, el camale¨®n ha perdido el color que le convert¨ªa en un personaje atractivo. El viejo antiimperialista ha quedado al descubierto: es un simple remedo del tirano banderas.
Un jugador a la sombra de Nkono
ROBERT MUGABE no es el h¨¦roe de la independencia que proclama su biograf¨ªa oficial, que le considera El Hombre. Antes de ingresar en la prisi¨®n de QueQue, donde pas¨® 10 a?os de su vida (1964-1974) condenado por subversi¨®n, fue responsable de propaganda de la Uni¨®n Popular Africana de Zimbabue (ZANU) de Joshua Nkono, el hombre que ten¨ªa todos los apoyos del exterior, y cofundador en 1962 de la disidente Uni¨®n Nacional Africana de Zimbabue (ZANU) del reverendo Ndabaningi Shitole.
En 1975, Mugabe dio un golpe interno y se hizo con el control del ZANU, traicionando a Shitole, que acab¨® expulsado de la organizaci¨®n por traidor. Pese a lograr el liderazgo de una formaci¨®n que acabar¨ªa siendo la m¨¢s importante, Mugabe era todav¨ªa una figura menor a la sombra del gran Nkono (hombre inmenso en tama?o y prestigio). Mugabe coquete¨® con China y Corea del Norte para marcar distancias con el ZANU, apoyado por la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el partido clandestino del
surafricano Nelson Mandela, y radicaliz¨® su discurso en contra de los blancos del Gobierno de Salisbury (Harare).
En marzo de 1975 fue asesinado en Lusaka (Zambia) Herbert Wiltshire Chitepo, jefe del ZANU en el exterior y un personaje con gran carisma. Nunca se aclar¨® su asesinato. Unos se?alaron a los servicios secretos rodesianos, y otros, incluida la investigaci¨®n conducida por la polic¨ªa zambiana de Kenneth Kaunda, al brazo militar del ZANU, dirigido por entonces por Josiah Tongonara, muerto a?os despu¨¦s en un accidente de autom¨®vil en Mozambique. Hoy, Nkono, Chitepo y
Tongonara reposan juntos en el pante¨®n de los h¨¦roes de la patria, un lugar en el que a Mugabe le gustar¨ªa tener, llegado el d¨ªa, un lugar de honor.
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