Juan Pablo II, atlante del milenio
Ha fallecido el papa Karol Wojtyla. Finaliza el segundo pontificado m¨¢s largo de la historia de la Iglesia: 26 a?os y medio. S¨®lo el de P¨ªo IX le super¨® en seis a?os (1846-1878). El hecho de que cada uno de estos dos pontificados llenara m¨¢s de un cuarto de siglo, en el XIX y el XX, los convierte ya de por s¨ª en papados de referencia. Nadie negar¨¢ a Wojtyla la experiencia personal de las dictaduras nazi y comunista. Desde el solio pontificio pudo adem¨¢s contribuir de forma patente al estruendoso derribo del muro de Berl¨ªn. P¨ªo IX tuvo que vivir como prisionero dentro de los muros del Vaticano. Juan Pablo II, en cambio, ostenta el r¨¦cord mundial de peregrino y mensajero de la paz con m¨¢s de mill¨®n y medio de kil¨®metros recorridos en los 146 viajes dentro de la pen¨ªnsula italiana y 104 visitas apost¨®licas a las comunidades de todos los continentes. Los 3.000 discursos pronunciados en estos encuentros hay que sumarlos a las 14 enc¨ªclicas, 14 exhortaciones apost¨®licas y 40 cartas apost¨®licas. Hasta las conversaciones espont¨¢neas con los periodistas que sol¨ªan acompa?arle en el avi¨®n fueron dise?ando su imagen medi¨¢tica y las dimensiones globalizadoras de sus actuaciones. Su obra herc¨²lea es comparable con la del Atlante del mito griego. Ha muerto un atleta de la fe cat¨®lica.
Esta condici¨®n itinerante constituye la gran novedad del pontificado. Ning¨²n Papa, en los ¨²ltimos siglos, ha insistido tanto en la presencia de s¨ªmbolos dirigidos a toda la humanidad. Derrotado el movimiento comunista como agitador social de masas, Karol Wojtyla se dirige al pensamiento liberal que reduce el fen¨®meno religioso a un simple hecho subjetivo o privado. La Iglesia posconciliar corr¨ªa el riesgo de ocultarse en la di¨¢spora. Quiso abrazarla y sostenerla con sus propios brazos, porque sent¨ªa la necesidad de hacerla p¨²blicamente visible. Identific¨® su ministerio y su persona con la dimensi¨®n universal de la Iglesia. Los t¨¦rminos universal y cat¨®lica tienen un contenido teol¨®gico distinto, aunque en la nueva sociedad medi¨¢tica aparezcan como equivalentes. Se trataba de dar especial ¨¦nfasis a los signos religiosos dirigidos al mundo y a la mentalidad de los hombres y mujeres actuales de todas las clases y categor¨ªas. De hecho, Wojtyla consigui¨® una nueva forma de presencia de la Iglesia en el mundo actual y hasta una manera distinta de entenderse directamente con la sociedad, sin pasar por la mediaci¨®n del Estado, con el que se mostraba tan exigente en la defensa de las libertades y derechos humanos, y muy especialmente con los principios morales cat¨®licos de la procreaci¨®n. Por eso multiplic¨® su presencia hasta confines incre¨ªbles, acerc¨¢ndose a todos y cada uno. Su figura, sus gestos, sus dotes de comunicaci¨®n con las masas, los encuentros interreligiosos, las grandes concentraciones y la multiplicaci¨®n de beatificaciones se encadenaban en una serie de acontecimientos que la televisi¨®n, la radio y la prensa no pod¨ªan ignorar. Los medios de comunicaci¨®n social buscan eventos espectaculares. En el mundo medi¨¢tico actual todo acontecimiento no puede menos de ser narrado o comunicado al conjunto de la sociedad. El Papa se hizo ¨¦l mismo noticia.
Los medios fueron sus aliados m¨¢s poderosos. Las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n, antes de ¨¦l poco m¨¢s que toleradas en la Iglesia, ahora fueron integradas en la misi¨®n pastoral del pont¨ªfice. Indirectamente, el Papa convoc¨® a los profesionales de los medios para dar plenitud a su proyecto. Quiz¨¢ buena parte de este ¨¦xito se ha debido a su carisma personal. Lo cierto es que Karol Wojtyla introdujo su ministerio y la imagen del Papa en una nueva ¨¢gora de dimensiones c¨®smicas. El tiempo dir¨¢ si por esta presencia simb¨®lica de las personas y de las instituciones religiosas se puede recuperar un nuevo estatuto p¨²blico y si se puede legitimar en la posmodernidad esta nueva presencia real del mensaje religioso. Los medios de comunicaci¨®n, como principales conductos de la globalizaci¨®n, se han convertido tambi¨¦n en factores de legitimaci¨®n. En este sentido, el Papa hiri¨® al liberalismo en la dovela clave de su arco ideol¨®gico: la separaci¨®n entre religi¨®n y sociedad, entre la profesi¨®n individual de la fe y la actuaci¨®n p¨²blica de la misma. El cristiano hoy no tiene por qu¨¦ avergonzarse del evangelio. Y esto tiene que hacerlo p¨²blicamente sin desestimar los medios de comunicaci¨®n.
Este estilo tiene su proyecci¨®n inevitable en la estructura interna de la Iglesia. El primer efecto visible es de concentraci¨®n de poder. No pocos lo entender¨¢n como centralizaci¨®n de la organizaci¨®n de la Iglesia, contraria a su naturaleza sinodal, con el consiguiente desequilibrio entre el primado romano y el gobierno colegial de los obispos recomendado por el Concilio. Habr¨¢ que tener en cuenta el esfuerzo paralelo que hizo Wojtyla por celebrar los s¨ªnodos regionales con la jerarqu¨ªa de cada regi¨®n. Tanto la lectura "conservadora" como la "progresista" de esta ubicuidad personal resultan claramente insuficientes. No ser¨ªa justo tomar de este pontificado s¨®lo un aspecto o una parte del mismo. Fue recibido por los gobiernos de los pa¨ªses como soberano del Estado Vaticano, pero su misi¨®n era religiosa. Cre¨ªa personalmente que los "signos de los tiempos" anunciaban una nueva primavera cristiana, precisamente mientras la secularizaci¨®n, las crisis de fe y el abandono de las pr¨¢cticas religiosas convert¨ªan en minoritarias a las Iglesias de los pa¨ªses tradicionalmente m¨¢s cat¨®licos.
La Iglesia del futuro dif¨ªcilmente mantendr¨¢ la continuidad de Wojtyla, aunque fuera en tono menor. ?l mismo exig¨ªa que le siguieran con m¨¢s coraje. No me sorprenden los juicios m¨¢s opuestos sobre este pontificado que ahora termina. Entre los mismos eclesi¨®logos e historiadores habr¨¢ quienes lo exalten y quienes lo critiquen duramente. En realidad, hasta los m¨¢s fieles al evangelio se convirtieron en piedra de esc¨¢ndalo para unos o para otros.
Recordamos, con especial emoci¨®n, aquel primer grito de su pontificado en la explanada de la bas¨ªlica de San Pedro en la misa pontifical de su coronaci¨®n: "?No teng¨¢is miedo. Abrid las puertas a Cristo!". Fue su primer alegato contra el temor que, a su manera de ver, ahogaba la acci¨®n apost¨®lica de la Iglesia. Nunca hab¨ªamos contemplado a un Papa que, al final de la celebraci¨®n lit¨²rgica, rompiera el protocolo y se adelantara hasta la primera fila del p¨²blico enarbolando el crucifijo de su b¨¢culo y mostr¨¢ndolo de forma expresiva a los cientos de miles de personas que all¨ª y a trav¨¦s de la televisi¨®n contemplaban con manifiesta curiosidad la imagen del nuevo Papa. Bajo aquellos ademanes lat¨ªa el desaf¨ªo por la libertad de la Iglesia y del evangelio.
En las celebraciones acad¨¦micas de las bodas de plata pontificales, septiembre y octubre de 2003, sorprendi¨® que los cardenales encargados de presentar las actuaciones y palabras m¨¢s sobresalientes del pont¨ªfice no se refirieran a la cuesti¨®n del perd¨®n, m¨¢s de 100 veces implorado en los discursos de Juan Pablo II. Luego aprovech¨® el mismo Papa la homil¨ªa de la misa jubilar del d¨ªa 16 para concluir con una invocaci¨®n al perd¨®n por el mal que pudiera haber causado con su ejemplo. ?l mismo tuvo que destacar el otro rasgo m¨¢s sobresaliente de su pontificado. El historiador Alberto Monticone, durante seis a?os presidente nacional de la Acci¨®n Cat¨®lica Italiana, que trat¨® personalmente a Juan Pablo II, llega a afirmar que "en la petici¨®n de perd¨®n a todos reside la ¨²ltima clave de los viajes de Juan Pablo II". Aleccionado por el Concilio y por el ejemplo de sus antecesores los papas Juan y Pablo, Wojtyla vio en el jubileo del tercer milenio la gran ocasi¨®n para entonar un mea culpa hist¨®rico que, al menos en parte, descargara a la Iglesia del peso de los muertos y la liberara de la prisi¨®n del pasado.
Ya en 1978 sorprendi¨® su convicci¨®n profunda de que Dios le hab¨ªa encomendado preparar e introducir a la Iglesia en el tercer milenio. Hablaba de su pontificado como tiempo del adviento, de esperanza en ese gran acontecimiento del que le separaban 22 a?os. Nos enteramos despu¨¦s de que Wojtyla confi¨® a su amigo ¨ªntimo el cardenal de Varsovia, Wyszynski, en cuanto fue elegido Papa, el sentimiento profundo recibido de Dios: "T¨² debes llevar la Iglesia en el tercer milenio. Y ¨¦l quiere que entre menos gravada por el peso de la historia, m¨¢s reconciliada con el resto de las comunidades cristianas, con lazos de amistad con todas las religiones y con todos los hombres de buena voluntad". Wojtyla proven¨ªa del sector eclesial valiente y resistente al marxismo sin las claudicaciones que hab¨ªan tenido, por ejemplo, ciertos obispos h¨²ngaros. Aportaba la nueva experiencia eslava y era reconocido pol¨ªglota. Su buena salud alejaba el espectro de una muerte fulminante que hab¨ªa traumatizado a los electores del papa Luciani.
Para conseguir el perd¨®n puso en marcha novedades sorprendentes: comenzar ¨¦l mismo en nombre de la comunidad cat¨®lica a reconocer los errores cometidos por los hijos de la Iglesia en tiempos pasados, visitando las comunidades que en otros tiempos sufrieron violencia por culpa de la Iglesia, tales como la comunidad jud¨ªa, los cristianos separados, las v¨ªctimas de la trata de negros y de la Inquisici¨®n, etc¨¦tera. Se reuni¨® m¨¢s de 40 veces con los ind¨ªgenas de Am¨¦rica y con los nativos de todos los continentes y cinco veces reconoci¨® expresamente las injusticias que los cristianos cometieron con ellos. Se da cuenta de que la frontera con el islam contin¨²a siendo la m¨¢s dif¨ªcil. A pesar de la ausencia de respuestas, ¨¦l lanza tres mensajes: cristianos y musulmanes son hermanos del mismo Padre; ambos deben superar el pasado de guerra que nos separa; esto s¨®lo puede conseguirse a trav¨¦s del mutuo perd¨®n. Rehabilita, en cierto modo, la figura de Lutero cuando en Paderborn dice: "Hoy, 450 a?os despu¨¦s de la muerte de Mart¨ªn Lutero, el tiempo transcurrido nos permite comprender mejor a la persona y la obra del reformador alem¨¢n y ser m¨¢s justos con ¨¦l". En tres ocasiones se refiri¨® a los "errores" de la Inquisici¨®n y en una de ellas habl¨® claramente de los "m¨¦todos de intolerancia e incluso de violencia". Precisamente esta cuesti¨®n hist¨®rica le afectaba de manera especial y pidi¨® a la comisi¨®n teol¨®gico-hist¨®rica del Comit¨¦ del Gran Jubileo que organizara dos congresos internacionales sobre la verdad hist¨®rica y teol¨®gica de aquellos tribunales (1999).
Ya en noviembre de 1994 public¨® la enc¨ªclica Ante el tercer milenio, en la que pide a la Iglesia que "asuma, con una conciencia m¨¢s viva, el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Esp¨ªritu de Cristo y de su evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espect¨¢culo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de esc¨¢ndalo. Es bueno que la Iglesia d¨¦ este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los ¨²ltimos 10 siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a su hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes" (n. 33).
El estudio La Iglesia y las culpas del pasado fue propuesto a la Comisi¨®n Teol¨®gica Internacional de parte de su presidente, el cardenal Ratzinger, con vistas a las exigencias del Jubileo del a?o 2000. Dicha Comisi¨®n celebr¨® sesiones en 1998 y 1999; fruto de las mismas fue un extenso documento que desarrolla el proceso necesario de lo que el Papa llama, en la Bula de Jubileo, purificaci¨®n de la memoria. "Consiste en el proceso orientado a liberar la conciencia personal y com¨²n de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede habernos dejado, mediante una valoraci¨®n renovada hist¨®rica y teol¨®gica, de los acontecimientos implicados, que conduzca, si resultara justo, a un reconocimiento correspondiente de la culpa y contribuya a un camino real de reconciliaci¨®n".
Las comunidades de creyentes en todos los continentes son los verdaderos santuarios de la fe cristiana a los que peregrin¨® el papa Wojtyla y sobre los que consigui¨® centrar la atenci¨®n del mundo moderno. Buscaba para la Iglesia una forma nueva de presencia. En los pa¨ªses avanzados de m¨¢s profunda tradici¨®n religiosa, la cultura cat¨®lica ha perdido peso en la opini¨®n p¨²blica. Incluso el magisterio eclesi¨¢stico ha sufrido un duro golpe en su autoridad moral. Las comunidades de fe pueden ser minoritarias, pero no marginales. La sal y la luz son imprescindibles para la vida. Por otra parte, emergen con fuerza en la memoria colectiva los errores del pasado. Con este magisterio itinerante, el Papa trataba de purificar esa memoria y ped¨ªa perd¨®n. As¨ª abr¨ªa el camino al di¨¢logo y la reconciliaci¨®n, imprescindibles para la nueva evangelizaci¨®n. A esta revisi¨®n someti¨® su mismo ministerio petrino y no dud¨® en pedir perd¨®n para ¨¦l y para sus antecesores (Ut unum sint, 1995).
Buena y urgente lecci¨®n para los espa?oles, a quienes nos horroriza pensar en nuestro pasado religioso reciente. Buscamos la reconciliaci¨®n y el di¨¢logo, pero no acabamos de enfrentarnos con las culpas de nuestro pasado. Purificar nuestra propia memoria colectiva ser¨ªa el mejor homenaje a Juan Pablo II de los cat¨®licos espa?oles.
Jos¨¦ M. Mart¨ªn Patino es presidente de la Fundaci¨®n Encuentro.
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