Hawelka, Jan Pawel y la normalidad
Habr¨ªa sido perfectamente absurdo que, cuando el mundo se halla conmocionado por la desaparici¨®n de un hombre irrepetible que cambi¨® la historia e hizo mejores y m¨¢s libres a tantos millones de seres humanos desde el inquebrantable postulado de la buena fe, hubiera tenido alg¨²n eco la muerte casi simult¨¢nea de Josefine Hawelka, la irrepetible Pepi, due?a y alma del Caf¨¦ Hawelka, en la Dorotheagasse, a cuatro pasos de la catedral de San Esteban, templo de la lectura gratuita de prensa, de la escritura m¨¢s o menos diletante y durante d¨¦cadas el zulo de algunas de las m¨¢s mordaces tertulias vienesas. Se ha muerto el Papa, y Pepi Hawelka, que seguro que estaba avisada, le ha precedido en unos d¨ªas en el corto pasito al m¨¢s all¨¢. No hay que ser agorero para saber que su marido, Leopold, no la sobrevivir¨¢ mucho tiempo. Poldi padece una demencia senil que vuelve literalmente locos a todos los camareros porque el octogenario se niega a quedarse en casa y multiplica el caos de aquella guarida abigarrada de lectores reflexivos, polemistas ca¨®ticos y turistas no bien vistos por los asiduos. El Hawelka siempre fue m¨¢s sociable que el vecino Br?unerhof. Mientras el escultor m¨¢gico Alfred Hrdlicka debat¨ªa hasta con desconocidos -y por supuesto con Pepi Hawelka- sobre aromas de Armagnac, de aguardiente de albaricoque (Marillenbrant) o sobre la existencia de Dios, Elias Canetti disertaba con amigos sobre Sefarad o las ¨²ltimas gamberradas ret¨®ricas de Bruno Kreisky y el genial cabaretista Helmut Qualtinger se beb¨ªa hasta las copas de sus amigos, en el Br?unerhof, Thomas Bernhardt le¨ªa gratis y siempre solo los peri¨®dicos de medio orbe, incluido EL PA?S, y ten¨ªa perfectamente instruidos a los camareros para abortar por cualquier medio y con la necesaria contundencia todo intento de aproximaci¨®n de pelmazos que, para Bernhardt, eran pr¨¢cticamente la totalidad de la especie humana.
Pepi era, nadie lo dude, una buena persona. Como Leopold sigue si¨¦ndolo en este su ¨²ltimo tramo en el que cree moverse por ese caf¨¦ que ha sido el escenario de su vida durante seis d¨¦cadas y, sin embargo, ya est¨¢ en otra parte. Pero la normalidad y la belleza tienen aqu¨ª, como en tantas otras ocasiones, trampa. Porque antes de ser el Hawelka de los Hawelka era el orgulloso establecimiento de un jud¨ªo que desapareci¨®, all¨¢ pocas semanas despu¨¦s del Anschluss de marzo de 1938, la anexi¨®n de Austria al Tercer Reich. Y Pepi y Poldi pujaron en la subasta del proceso de "arizaci¨®n" emprendido entonces, cuando los jud¨ªos son desposeidos de sus propiedades, en lo que fue su primer paso hacia Auschwitz. Pepi y Poldi no mandaron a nadie al campo de exterminio y jam¨¢s habr¨ªan aprobado que al anterior due?o de su caf¨¦ y a su familia les dieran una ducha con gas ZyklonB y despu¨¦s los convirtieran en humo y cenizas con las que jugaba el viento por los campos helados de Oswiecim. Pepi me ha servido miles de caf¨¦s y de aguardientes de pera, el mejor de la casa. Pero nunca la o¨ª hablar del pasado sino como "la normalidad". Siempre con la buena conciencia de la normalidad.
La normalidad es el anhelo continuo de quienes no quieren verse importunados. En el caso de Bernhardt la distorsionaban los humanos en general. En el de Pepi era aquel jud¨ªo desconocido cuyo caf¨¦ "hered¨®". Aqu¨ª, en el Pa¨ªs Vasco, el 17 de abril se augura tambi¨¦n el triunfo de la normalidad, del buen comer y cocinar y del esp¨ªritu "jatorra". Las v¨ªctimas no pueden arrogarse el derecho a condicionar la vida de quienes no lo son. El crispar no tiene sentido porque la mayor¨ªa exige normalidad. S¨®lo revela mal car¨¢cter. Ahora las verdades fluct¨²an. Con ellas los principios. Pepi naci¨® en el Imperio, malvivi¨® en la rep¨²blica y el austro-fascismo, se entusiasm¨® con el nazismo, convivi¨® con el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico ocupante y fue musa diligente de esp¨ªritus exquisitos de la Viena renacida. Todo era para ella normal. Ha muerto al mismo tiempo que un hombre, Juan Pablo II, que sab¨ªa indignarse y para el que la simulaci¨®n de la normalidad era una perfidia. Ambos eran buenas personas. Pero creo que debiera advertirse cierta diferencia.
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