Decidi¨® separarse de su melena
Menchu Guti¨¦rrez (Madrid, 1957) es, sin duda, un caso ejemplar dentro de la actual narrativa peninsular escrita en lengua castellana: con independencia absoluta respecto a las modas y a los dictados del mercado, ha huido desde su primera novela de esa superstici¨®n -que tan da?ina est¨¢ resultando para nuestra literatura- consistente en la creencia de que la lectura de un texto narrativo es una funci¨®n que debe darse masticada al lector, y que, por tanto, el autor del texto tiene que velar por la facilidad del mismo. Afortunadamente, ni todos los autores obedecen a esa absurda regla ni todos los lectores est¨¢n conformes con que se les tome por iletrados capaces de leer ¨²nicamente relatos de cronolog¨ªa lineal, de p¨¢rrafos cortos y muchos espacios en blanco, y sin complicaciones estructurales. Menchu Guti¨¦rrez es un ejemplo de que se puede escribir literatura y, al mismo tiempo, entusiasmar a un p¨²blico incondicional. De cu¨¢ntos lectores se compone este p¨²blico es asunto que no entra ni sale del texto ni de las intenciones de la autora a la hora de escribirlo. Por supuesto, cuanto m¨¢s extenso sea ese p¨²blico, mejor, no s¨®lo para ella sino para la literatura y para los propios lectores que disfrutan de la lectura.
DISECCI?N DE UNA TORMENTA
Menchu Guti¨¦rrez
Siruela. Madrid, 2005
114 p¨¢ginas. 15 euros
Autora de varios libros de poemas (La mordedura blanca, Premio de Poes¨ªa Ricardo Molina, 1989, y La mano muerta cuenta el dinero de la vida, 1997, entre otros), Menchu Guti¨¦rrez se inici¨® en el campo de la narrativa con Basenji (Lumen, 1994, novela visionaria, dominada por la poderosa presencia de un perro africano, atento al viaje de su amo de camino hacia la muerte), a la que siguieron Viaje de estudios, 1995; La tabla de las mareas, 1998; La mujer ensimismada, 2001, y Latente, 2002 (todos estos t¨ªtulos editados por Siruela), hasta llegar a esta Disecci¨®n de una tormenta, su ¨²ltima entrega novel¨ªstica, que la confirma como uno de los autores m¨¢s apasionantes y m¨¢s ambiciosos de nuestras letras. Y hablo de ambici¨®n desde el punto de vista estrictamente literario, esa ambici¨®n que tanto falta en la novela espa?ola, en el sentido de aspirar a la obra perfecta, a la obra perdurable, a escribir textos dignos de la compa?¨ªa de los grandes maestros.
Menchu Guti¨¦rrez elabora
universos y lenguajes que s¨®lo ella puede escribir. Eso da lugar a un fen¨®meno muy poco habitual en nuestra novel¨ªstica: el lector puede abrir un libro de esta autora, por cualquier p¨¢gina, sin saber el nombre de qui¨¦n lo ha escrito, y, si ha le¨ªdo alguno de sus otros t¨ªtulos, no hay duda de que reconocer¨¢ su autor¨ªa. Eso ocurre con contad¨ªsimos narradores espa?oles. Y, en el caso de Menchu Guti¨¦rrez, esa caracter¨ªstica, tan esencial en los grandes creadores, obedece no s¨®lo al tejido de s¨ªmbolos que genera sus espacios narrativos y las sorprendentes e inquietantes experiencias ¨ªntimas de sus personajes, sino a la inconfundible textura y tremendo poder¨ªo de su prosa. Disecci¨®n de una tormenta se asienta en elementos tem¨¢ticos presentes en los t¨ªtulos anteriores de la autora: la existencia como un camino de b¨²squeda y de conocimiento individual; la muerte, despojada de envoltura religiosa pero entendida como complemento al viaje interior a uno mismo, como experiencia ¨ªntima encaminada al cumplimiento de la extrema conciencia; creaci¨®n de un espacio f¨ªsico al margen de todo orden que no se corresponda con el que vertebra la interioridad de la protagonista y que, al mismo tiempo, es traducci¨®n simb¨®lica de una identidad siempre peregrina. Si en Viaje de estudios ese espacio casi surreal en su limpia geometr¨ªa dequiriquiana era una decoraci¨®n formada por fosos, agujeros negros y agujeros blancos, y en La mujer ensimismada la aventura inici¨¢tica de su protagonista se desplegaba de acuerdo con la visita a 12 casas situadas alrededor de una plaza, aqu¨ª, Disecci¨®n de una tormenta, la narraci¨®n se desarrolla en las estancias (biblioteca, sala de m¨²sica, sala de dibujo, enfermer¨ªa, comedor, despacho del director...) de una mansi¨®n, a orillas de un lago y rodeada de monta?as, que tienen mucho de los cuadros de Remedios Varo.
En esos interiores m¨¢gicos,
habitados por mujeres rapadas y silenciosas, aparentemente dedicadas a labores exquisitas (una labor de puntos invisibles, un dibujo que remite a otro, una m¨²sica cuyas notas ritman los pasos del avance hacia el abismo o hacia la resurrecci¨®n), espera la protagonista, junto a otros hu¨¦spedes, la llegada de la tormenta. Como otros habitantes de la casa, ha ingresado en la instituci¨®n para contar sus sue?os y pensamientos a un director en cuyo poder ha depositado, al llegar, sus largas melenas cortadas, envueltas en un pa?uelo de seda, y deambula de la sala de m¨²sica a la biblioteca, donde escribe sus impresiones en un cuaderno para "intentar explicar lo que me llev¨® a tomar la decisi¨®n; reconstruir, en la medida de lo posible, el momento en que decid¨ª separarme de mi pelo". Instante determinante en la existencia de la protagonista, a partir del cual "es como si hubiera perdido el interruptor entre el s¨ª y el no, como si estuviera en el filo de la inmovilidad y tuviera que limitarme a ver y a sentir en un nuevo c¨®digo de lenguaje", estado que la lleva a la instituci¨®n para volver a la vida o a la muerte (seg¨²n llegara de uno u otro sitio), mientras "como y bebo; alimento mi pelo y luego lo vuelvo a cortar, de ra¨ªz", y cuenta sus visiones al misterioso director ("la visi¨®n que se repite: una larga, interminable cabellera de mujer que ocupa todo mi campo de visi¨®n, una cortina de pelo ondulante que desciende por una escalera sin principio ni fin con la fuerza del agua; pelo que respira, que incluso jadea, como un animal"). En definitiva, un libro espl¨¦ndido.
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