Se?oras del desierto
Gertrude Bell, Freya Stark o Mary Montagu abrieron los caminos de Oriente a pol¨ªticos, artistas y arque¨®logos. Tuvieron un papel relevante en la definici¨®n de fronteras del actual Irak y en el descubrimiento de su cultura. Un libro revela su papel de aut¨¦nticas Lawrence de Arabia.
En una ocasi¨®n, Fahad Bey, jeque de la tribu de los anazeh, invit¨® a su tienda beduina a la famosa viajera y diplom¨¢tica inglesa Gertrude Bell. Mientras los dos, sentados en el suelo sobre unas alfombras, charlaban animadamente en ¨¢rabe, su anfitri¨®n le pregunt¨®: "D¨ªgame la verdad. ?Por qu¨¦ vienen tantos viajeros al desierto? ?Es por dinero o por trabajo?". La dama le respondi¨® que no hab¨ªa otro motivo que la curiosidad. El anciano Fahad Bey no pod¨ªa creer que hubiera ingleses capaces de abandonar el confort de sus mansiones para jugarse la vida en una geograf¨ªa tan desolada y extrema. Gertrude, al comprobar que su anfitri¨®n no se quedaba satisfecho con su respuesta, a?adi¨®: "Es que a los ingleses no nos gusta mucho quedarnos en casa; nos encanta ver mundo".
En aquel a?o de 1914, Gertrude Bell ya era una exploradora conocida y respetada en todo el Oriente Pr¨®ximo. A¨²n faltaban cuatro a?os para que se convirtiera en la mujer m¨¢s poderosa del Imperio Brit¨¢nico, una moderna Condoleezza Rice -la actual secretaria de Estado de EE UU- que se mov¨ªa a sus anchas entre los personajes m¨¢s influyentes de la pol¨ªtica internacional, ya fueran diplom¨¢ticos, reyes o presidentes de Gobierno. En la Conferencia de El Cairo en 1921, donde Winston Churchill reuni¨® a los mayores expertos en Oriente Pr¨®ximo de todo el Imperio Brit¨¢nico para decidir el futuro de Mesopotamia, Cisjordania y Palestina, Gertrude Bell fue la ¨²nica mujer entre los 40 altos funcionarios invitados a la cumbre.
Gertrude ten¨ªa entonces 53 a?os, hablaba con fluidez el ¨¢rabe, el turco y el persa, y era considerada una de las mejores especialistas en la compleja pol¨ªtica de aquella zona del mundo. Nadie como ella hab¨ªa conseguido reunir tanta informaci¨®n sobre la geograf¨ªa y las tribus de Mesopotamia desde su primer viaje a Siria en 1899, cuando, en compa?¨ªa de un gu¨ªa local y dos cocineros, se aventur¨® a lomos de mula por las abruptas monta?as del Y¨¦bel Druso burlando a las autoridades turcas. En el transcurso de sus largas y temerarias expediciones en solitario, que tambi¨¦n la llevaron a adentrarse en los desiertos de Arabia Central, tuvo ocasi¨®n de conocer a los jeques de las tribus m¨¢s importantes, que la invitaban a cenar en sus tiendas negras de pelo de cabra y la trataban como a un "hombre honorario". Su larga relaci¨®n y profundo conocimiento de los pa¨ªses ¨¢rabes culmin¨® en 1917 con su nombramiento de secretaria para Oriente, el puesto clave del Servicio de Inteligencia brit¨¢nico.
Tras la I Guerra Mundial, la se?orita Bell ayudar¨ªa a trazar las fronteras del actual Irak asegur¨¢ndose de incluir dentro de sus l¨ªmites la provincia turca de Mosul, donde se localizaban las mayores reservas de petr¨®leo. Gertrude (la "reina sin corona de Mesopotamia") apoy¨® los planes de T. E. Lawrence para colocar al emir Faisal -hijo del jerife de La Meca- en el trono del pa¨ªs. La elegante y fr¨¢gil dama inglesa, vestida siempre a la moda de Par¨ªs, y Lawrence, el apuesto pr¨ªncipe del desierto envuelto en vaporosas t¨²nicas blancas, formar¨ªan una extra?a y compenetrada pareja; ella le transmiti¨® todos sus conocimientos y el amor que sent¨ªa por Irak, un pa¨ªs que se convirti¨® en su verdadero hogar: "(...) es sorprendente hasta qu¨¦ punto el Oriente se ha apoderado de m¨ª de forma que no s¨¦ qu¨¦ soy yo y qu¨¦ no soy (...) soy m¨¢s ciudadana de Bagdad que muchos nativos de Bagdad, y presumo que ninguno de ellos se preocupa m¨¢s, o siquiera la mitad que yo, por la belleza del r¨ªo o los palmerales, ni se aferra m¨¢s a los derechos de ciudadan¨ªa que yo he adquirido", escribir¨ªa en una carta a su padre.
Gertrude Bell, nacida en el seno de una rica familia de la alta burgues¨ªa brit¨¢nica, consigui¨®, tras graduarse en Oxford, viajar sola por las regiones m¨¢s peligrosas de Arabia Central, dedicarse a la arqueolog¨ªa, explorar tierras desconocidas por encargo de la Royal Geographical Society, y todo ello sin dejar de ser una coqueta dama brit¨¢nica que sent¨ªa aut¨¦ntica debilidad por la ropa cara. Ya en su primera expedici¨®n al desierto sirio en 1909, su fiel criado armenio Fattuh necesit¨® varias mulas para cargar su voluminoso equipaje, que inclu¨ªa un completo y elegante mobiliario de campa?a -cama plegable, mesa y sillas de tijera-, ba?era de lona, alfombras, bater¨ªa de cocina y manteler¨ªa de lino. Miss Bell nunca renunci¨® a su vajilla de porcelana, cuberter¨ªa de plata y fina cristaler¨ªa, y recib¨ªa a los jeques en su tienda de campa?a vestida con la misma elegancia y pulcritud que si se encontrara en el sal¨®n de su casa londinense.
Aunque la historia y m¨¢s tarde la pel¨ªcula Lawrence de Arabia, del director David Lean, consagraron al t¨ªmido capit¨¢n ingl¨¦s y arque¨®logo T. E. Lawrence como un h¨¦roe rom¨¢ntico, su ¨¦xito en la rebeli¨®n ¨¢rabe contra los turcos se debe en buena parte a la minuciosa informaci¨®n obtenida por Gertrude Bell en sus expediciones sobre las tribus de la regi¨®n del Hiyaz y el gran desierto del Nefud. Gertrude Bell, viajera y diplom¨¢tica, tuvo m¨¢s autoridad en Oriente Pr¨®ximo que su exc¨¦ntrico amigo y aliado. A ella nunca le interes¨® la fama, y cuando el rey Faisal ya no la necesitaba como consejera pol¨ªtica, regres¨® a su gran pasi¨®n de juventud: la arqueolog¨ªa.
El mejor regalo que le pudo ofrecer el emir Faisal el d¨ªa que cumpli¨® 54 a?os fue nombrarla directora del Patrimonio Hist¨®rico y de la Biblioteca de Salam en Bagdad. Dispuesta a recuperar el glorioso pasado de Irak, Gertrude logr¨® reunir una colecci¨®n de m¨¢s de 3.000 objetos procedentes de las excavaciones de antiguas ciudades sumerias como Ur, una colecci¨®n que m¨¢s tarde formar¨ªa parte del Museo de Irak, saqueado durante la invasi¨®n estadounidense el 8 de abril de 2003.
Dos a?os despu¨¦s de que Gertrude Bell se suicidara en su casa de Bagdad con una sobredosis de somn¨ªferos, otra infatigable exploradora y escritora de viajes desembarcaba en Beirut atra¨ªda por la magia de Oriente. Se trataba de Freya Stark, que a sus 43 a?os se dispon¨ªa a perfeccionar su ¨¢rabe y realizar una peligrosa traves¨ªa por la Monta?a de los Drusos, en el sur de Siria. Al poco tiempo de instalarse en la aldea de Brummana, Freya Stark escribi¨®: "Oriente me est¨¢ absorbiendo. No s¨¦ exactamente lo que es; no es su belleza, ni su poes¨ªa, ni ninguna de las cosas habituales (...) y sin embargo siento el deseo de pasar aqu¨ª muchos a?os". Su primer viaje, en 1927, la har¨ªa mundialmente conocida al ser detenida tras romper el cord¨®n militar de los franceses que rodeaba a los rebeldes drusos.
A diferencia de la aristocr¨¢tica Gertrude Bell, Freya viajaba ligera de equipaje, sin cartas de recomendaci¨®n, sin amigos influyentes en las embajadas y con muy poco dinero. La primera vez que lleg¨® a Bagdad, dispuesta a organizar un viaje por el desierto y explorar las fortalezas levantadas en el siglo XI por la misteriosa secta de los Asesinos, que aterroriz¨® Oriente con sus terribles cr¨ªmenes, se aloj¨® en unas modestas habitaciones de un c¨¦ntrico barrio de la capital iraqu¨ª. Pronto descubrir¨ªa que se hab¨ªa instalado en el barrio de las prostitutas, un detalle que le record¨® con reprobaci¨®n una estirada dama brit¨¢nica en una fiesta a la que fue invitada: "Con su escandalosa forma de vida, se?orita Stark, est¨¢ usted rebajando el prestigio de las mujeres brit¨¢nicas".
Gertrude y Freya, aunque contempor¨¢neas, nunca llegaron a conocerse. Ambas ten¨ªan muchas cosas en com¨²n, fueron grandes viajeras y profundas conocedoras de Oriente Pr¨®ximo, donde vivieron buena parte de su vida; eran esp¨ªritus solitarios y n¨®madas que amaban la arqueolog¨ªa. Las dos eran mujeres extravagantes -Freya se paseaba en Londres con un ex¨®tico lagarto azul del Yemen- y muy presumidas. En pol¨ªtica, su amplio conocimiento del mundo ¨¢rabe les permiti¨® entrar en un universo exclusivo de hombres; si Gertrude fue la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria para asuntos orientales del Alto Comisionado Brit¨¢nico en El Cairo, Freya, durante la II Guerra Mundial, fue esp¨ªa y organiz¨® una red de inteligencia para evitar que los ¨¢rabes apoyaran a Hitler. En febrero de 1940, Freya Stark, acompa?ada por un sirviente sirio, un conductor somal¨ª, dos ayudantes y un cocinero yemen¨ª, parti¨® desde el puerto de Ad¨¦n para llevar a cabo su misi¨®n secreta en la ciudad de Sanaa, la actual capital del Yemen. En su equipaje llevaba un proyector y, escondidas entre la ropa, tres pel¨ªculas sobre la vida inglesa y el poder¨ªo militar brit¨¢nico. Cuando Freya entr¨® en Sanaa, entonces una impresionante ciudad medieval gobernada por un poderoso im¨¢n, comenz¨® una aventura de dos meses que ya forma parte de su leyenda. En un rapto de audacia, se dedic¨® a organizar sesiones de cine para las esposas, las hijas y las princesas del har¨¦n, y en un perfecto ¨¢rabe les explicaba las bondades de la vida en la campi?a inglesa. Finalmente, el im¨¢n del Yemen tuvo acceso a las pel¨ªculas, que debieron impresionarle lo suficiente como para decidir que su pa¨ªs se mantuviera neutral durante la II Guerra Mundial.
Freya Stark fue una de las mujeres m¨¢s singulares del siglo XX. Hablaba nueve idiomas -entre ellos el ¨¢rabe, y se defend¨ªa en turco, persa y kurdo-, viaj¨® sola por todo el Oriente Pr¨®ximo, desde Persia (Ir¨¢n) hasta Yemen, y descubri¨® ciudades perdidas en el sur de Arabia siguiendo la antigua ruta comercial del incienso. Escribi¨® una treintena de magn¨ªficos libros de viajes y lleg¨® a vivir 100 a?os. Su insaciable curiosidad la llev¨® con m¨¢s de 80 a?os a recorrer el Lejano Oriente y a viajar a lomos de mula por las monta?as del Himalaya atravesando pasos a m¨¢s de 5.000 metros de altitud.
Nadie como Freya Stark retrat¨® aquellas magn¨ªficas ruinas enterradas en la arena, de ciudades de arcilla ancladas en el tiempo, caravanas, harenes y nobles beduinos. Hoy, ese mundo ya no existe, pero nos quedan sus libros, fotograf¨ªas y cartas, que desvelan su aut¨¦ntica pasi¨®n por la vida y los viajes: "Quer¨ªa espacio, distancia, historia y peligro, y me interesaba el mundo vivo".
Al igual que Gertrude Bell o Freya Stark, otras audaces damas brit¨¢nicas, en el pasado, abandonaron la fr¨ªa y h¨²meda Inglaterra atra¨ªdas por la cultura ¨¢rabe y los ardientes desiertos de arena. La lectura de Las mil y una noches despert¨® en ellas la fascinaci¨®n por un mundo de harenes, odaliscas, eunucos, caravanas y n¨®madas beduinos. En aquel tiempo, viajar m¨¢s all¨¢ de El Cairo o Estambul era una peligrosa aventura de la que muy pocos regresaban con vida. El pillaje, los desp¨®ticos pach¨¢s, las epidemias de peste y c¨®lera, las largas traves¨ªas por el desierto bajo un sol implacable, la falta de agua y las tormentas de arena echaban para atr¨¢s a los viajeros m¨¢s curtidos. Pero el misterioso Oriente no fue un escenario exclusivo de grandes exploradores como el catal¨¢n Ali Bey, el extravagante y polifac¨¦tico Richard Burton o el jesuita aventurero William Palgrave, que disfrazados con ropas ¨¢rabes entraron en las ciudades prohibidas de La Meca y Medina. Hubo un buen n¨²mero de intr¨¦pidas arist¨®cratas que dejaron su huella en las movedizas arenas del desierto y vivieron largas temporadas en ciudades como Estambul, Damasco o El Cairo, donde a¨²n se las recuerda.
Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador brit¨¢nico en Constantinopla, fue la primera occidental en acceder al interior de los harenes otomanos. Ocurr¨ªa en 1716, y la dama describi¨® aquel mundo "nuevo y sensual" en unas cartas que tras su publicaci¨®n tuvieron una gran influencia en los pintores orientalistas. El franc¨¦s Ingres nunca viaj¨® a Oriente ni pis¨® un har¨¦n, pero se inspirar¨ªa en las descripciones del hamman de lady Montagu para crear las voluptuosas odaliscas de su cuadro m¨¢s c¨¦lebre, El ba?o turco. La extra?a lady Hester Stanhope, sobrina del primer ministro brit¨¢nico William Pitt, se convirti¨® en un personaje legendario al ser la primera europea en entrar en la ciudad romana de Palmira, en el desierto sirio, al frente de una impresionante caravana de cincuenta camellos y un ej¨¦rcito de beduinos. En 1817 y tras una vida de extraordinarias aventuras, lady Hester decidi¨® vivir como un eremita en un antiguo convento de las monta?as del L¨ªbano. Poco tiempo despu¨¦s, la hermosa lady Jane Digby, tras una intensa vida amorosa en Europa, llegaba a Damasco y sucumb¨ªa a los encantos de un noble jefe beduino de la tribu de los mezrab. Su matrimonio con Abdul Medjuel escandaliz¨® a la puritana sociedad victoriana, aunque ella encontr¨® en este n¨®mada ¨¢rabe el verdadero amor de su vida.
Estas brit¨¢nicas extravagantes y algo atolondradas se adaptaron sin dificultad a la dura vida n¨®mada, a la falta de intimidad, a dormir en las tiendas beduinas, a montar en camello y a sobrevivir en una naturaleza extrema. Nunca echaron de menos los lujos de la civilizaci¨®n, y disfrutaron de la compa?¨ªa de los nobles y hospitalarios beduinos, a los que consideraban "los aut¨¦nticos arist¨®cratas del desierto". El viaje a Oriente cambiar¨ªa para siempre sus vidas, tal como reconoc¨ªa Gertrude Bell en su diario: "No creo que nadie que haya viajado por aqu¨ª vuelva a ser el mismo. Para bien o para mal, esto te imprime un sello muy especial? a pesar de la desolaci¨®n y el enorme vac¨ªo?".
El libro de Cristina Morat¨® 'Las damas de Oriente. Grandes viajeras por los pa¨ªses ¨¢rabes' est¨¢ editado por Plaza & Jan¨¦s.
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