La belleza enclaustrada

Por una feliz casualidad coinciden en Madrid dos exposiciones cuyo contenido no se puede saldar con la simple f¨®rmula de "arte religioso", no porque no sea ¨¦ste el contenido de las tres cuartas partes del patrimonio hist¨®rico-art¨ªstico occidental, sino por su singular especificidad, que encarece su respectiva importancia. En el caso de la dedicada al ajuar y decoraci¨®n del monasterio de Las Huelgas, creado por voluntad de Alfonso VIII y su esposa Leonor de Aquitania, convirti¨¦ndose ab origine en pante¨®n real, porque no s¨®lo rememora una fundaci¨®n hist¨®rica de la mayor enjundia de la Edad Media de nuestro pa¨ªs, sino porque incide en un aspecto, el de las vestiduras, que se puede calificar, sin exagerar, como ¨²nico en el mundo. En el caso, no s¨®lo art¨ªstico, sino antropol¨®gicamente curioso, de las "monjas coronadas", que tuvo un particular esplendor en el arte iberoamericano, porque, a trav¨¦s de un conjunto de pinturas de los siglos XVIII y XIX, nos adentra en un universo de misterio, pleno de sugerencias y connotaciones. En ambas muestras, a pesar de la distancia cronol¨®gica y el alcance que las separa, cabe usar la met¨¢fora expresiva de ser representaci¨®n de la "belleza enclaustrada".

En relaci¨®n con la exposici¨®n de Vestiduras ricas, hay que se?alar que es una de esas sorpresas impresionantes que nos suele reservar la gesti¨®n actual del Patrimonio Nacional. Comisariada por uno de nuestros mejores especialistas en arte medieval, Joaqu¨ªn Yarza, esta muestra rebasa con mucho lo que promete el t¨ªtulo. En ella se re¨²nen casi setenta piezas de tejidos y diversas prendas de vestuario, pero, junto a ellas, entre los siglos XII y XIV, libros miniados, esculturas, ata¨²des forrados y otros muchos enseres, entre los que est¨¢ el Pabell¨®n de la Batalla de Navas de Tolosa, por nombrar algo espectacular. Luego nos encontramos con el pellote y la saya encorsetada de do?a Leonor de Castilla, las ropas de do?a Berenguela, reina de Le¨®n y Castilla, el pellote, la aljaba, el bonete ceremonial, el manto y el cintur¨®n del infante don Fernando de la Cerda o el mism¨ªsimo manto de don Alfonso VIII, nos avisan acerca de la riqueza ¨²nica de lo que ahora se exhibe. Una muestra ¨²nica e irrepetible.

La muestra de Monjas coronadas es de muy distinta ambici¨®n, con prendas pict¨®ricas de calidad art¨ªstica modesta, pero de un inter¨¦s antropol¨®gico de primera. Son las pinturas que celebran la entrada o desposamiento con Cristo de las monjas, que iban ataviadas como novias en dicho ceremonial, o, en su caso, las que evocan su defunci¨®n, revestida asimismo con el jovial ornato de quien espera, tras la muerte, el encuentro con el divino Esposo. La visi¨®n latinoamericana, y, en especial, la mexicana, de este prototipo tiene, las m¨¢s de las veces, ¨ªnfulas barrocas, plenas de esplendor, pero, m¨¢s all¨¢ de la imaginaci¨®n de los adornos florales, toda esta parafernalia ceremonial nos adentra en un mundo misterioso y apasionante, que nos habla de la historia de la mujer, sus cuitas y otros muchos datos al respecto.