Una experiencia religiosa
Hac¨ªa veinte a?os que no me fijaba como lo hice hace pocos d¨ªas en los palacetes y las iglesias de la calle de Trinquete de Caballeros. Casi todos los edificios de esta calle fueron restaurados. La fachada de Lo Rat Penat, por ejemplo, no ten¨ªa un solo desperfecto. El zagu¨¢n de un convento de monjas que hay enfrente, ten¨ªa aspecto de un hotel con encanto lleno de actividad. De otros edificios pr¨®ximos, sin placa de identificaci¨®n de sus privilegiados ocupantes, sal¨ªan curas ataviados a la antigua: sotanas de buen tejido y corte muy elegante con alzacuellos que recordaban a los del portavoz Zaplana. Estos cl¨¦rigos caminaban hacia San Juan del Hospital como si fueran pr¨ªncipes de la Iglesia llamados al c¨®nclave. Se adentraban por un patio alargado en la iglesia, la m¨¢s antigua de Valencia (1238) que en el pasado perteneci¨® a la Orden militar de San Juan de Jerusal¨¦n, aunque ya estaba desde el origen de los tiempos predestinada al Opus Dei. Yo segu¨ª a estos curas empujado por una fuerza supernumeraria y penetr¨¦ en el templo de estilo g¨®tico cisterciense embrujado o, mejor a¨²n, intimidado. De una pared colgaba el cuadro de especialistas espirituales de lo que ya tomaba apariencia de ser un centro de salud del alma. Todos esos nombres correspond¨ªan, sin duda alguna, a los responsables de los distintos confesionarios. Eran las siete de la tarde y a esta hora ya ocupaban sus consultorios que no eran vulgares cajones de madera con cortinillas o rejillas trasnochadas sino aut¨¦nticos saloncitos acristalados e insonorizados en cuyo interior se ve¨ªan reclinatorios de terciopelo para los penitentes. As¨ª, pens¨¦, da gusto confesarse y no como yo me v¨ª obligado a hacerlo por ¨²ltima vez cuando fui a la India a entrevistar a la Madre Teresa de Calcuta. Lo recordaba muy bien. A cambio de contarme cosas de su vida, y de sacar fotos en la Casa de los Muertos, la Madre Teresa me oblig¨® a confesarme con un jesuita ingl¨¦s quien se negaba a darme la absoluci¨®n si no era capaz de numerarle las veces que hab¨ªa cometido actos onanistas en los ¨²ltimos diez a?os, porque esos u otros pecados no los perdonaba en bloque sino uno a uno, y con todo lujo de detalles. Recordaba ahora que le detall¨¦ al jesuita ingl¨¦s cu¨¢les eran mis fantas¨ªas sexuales y c¨®mo alcanzaba cada orgasmo imaginando situaciones que a ¨¦l le parecieron convincentes, y s¨®lo as¨ª me imparti¨® la bendici¨®n y me dej¨® entrevistar a la Madre Teresa de Calcuta, canonizada a?os m¨¢s tarde por Juan Pablo II.
?Tendr¨ªa que explicar a esos doctores del Opus c¨®mo deseo acariciar las am¨ªgdalas de la mujer del pr¨®jimo?
?Qu¨¦ hago, me confieso para completar la experiencia en la calle del Trinquete de Caballeros o lo dejo?
?Tendr¨ªa ahora que explicar a estos doctores del Opus de que forma deseo acariciar las am¨ªgdalas de la mujer de mi pr¨®jimo y c¨®mo he logrado en m¨¢s de una ocasi¨®n extirp¨¢rselas? ?Me exigir¨ªan revelar la receta de mis pecados sexuales, los ¨²nicos que me he sentido obligado a cometer para sobrevivir al aburrido infierno de la existencia?
Me qued¨¦ mirando a uno mientras confesaba y escuchaba a una joven penitente que estaba para com¨¦rsela. El cura pon¨ªa cara de Argui?ano quitando las agallas a una merluza.
?Qu¨¦ hago, me confieso para completar la experiencia en la calle del Trinquete de Caballeros o no me confieso y lo dejo para otro d¨ªa?
Cuando estaba a punto de tomar la decisi¨®n, cuando ya iba a ponerme en pie para dirigirme hacia la urna y postrarme ante el cl¨¦rigo revestido con su roquete blanco almidonado y cargado de puntillas, y su pelo tambi¨¦n blanco y engominado, cuando ya iba a dar el paso quiz¨¢ mas importante del ¨²ltimo tercio de mi vida, otra penitente de marca, joven como la anterior, despampanante y hasta con un beb¨¦ en los brazos, se interpuso en mi camino y exclam¨®: ?Perdone, yo estoy primero!
Toda la l¨ªbido religiosa acumulada se desplom¨®. El templo entero se me vino abajo. La elegante mam¨¢ me miraba como s¨®lo ese tipo de mujer sabe mirar a un ateo en sus momentos de mayor flaqueza.
Con el beb¨¦ puesto se encerr¨® en el saloncito que me recordaba ahora las cabinas porno de Amsterdam. Su rostro lo ten¨ªa pegado al rostro de su confidente tocado con una estola morada. Desist¨ª y abandon¨¦ el templo lentamente, no s¨¦ si m¨¢s feliz que antes de entrar en ¨¦l, o todav¨ªa mas desdichado por haber entrado.
jicarrion@terra.es
Josemar¨ªa I
No cabe esperar que de una fumata blanca salga un Papa negro a menos que cambien antes (no hay tiempo) algunas cosas. Entre ellas el s¨ªmbolo del Esp¨ªritu Santo que suele representarse como una paloma blanca asexuada y m¨¢s estilizada que la rolliza paloma de la paz inmortalizada por Picasso. El Esp¨ªritu Santo del futuro deber¨¢ ser mestizo antes de pasar rotundamente al negro. Pero cualquier transformaci¨®n, incluso ornitol¨®gica, pide tiempo. Tampoco es sostenible la llama flotando sobre las cabezas de los Ap¨®stoles, esa alternativa simb¨®lica del Esp¨ªritu Santo. Desde que existe la bombilla el¨¦ctrica la llama s¨®lo sugiere la idea de un hornillo de butano. ?Ad¨®nde puede llegar el Vaticano con una bombona a modo de tiara cuando el Pont¨ªfice se ha lanzado a toda velocidad en papam¨®vil por las autopistas medi¨¢ticas? En el Opus lamentan algunos el que la muerte de Josemar¨ªa se produjera con anterioridad a la de quien lo elev¨® al altar. La Prelatura gan¨® un Santo pero perdi¨® un Papa. ?Qui¨¦n iba a ser mejor sucesor de Juan Pablo II que Josemar¨ªa I? En la iglesia de San Juan del Hospital hay hojas informativas editadas por la Oficina para las Causas de los Santos de la Prelatura que refieren los favores (y piden donativos) dispensados por futuros santos de esta familia religiosa. Un ejemplo: "Desde meses atr¨¢s no daba con el paradero de mi tarjeta de Insalud, DNI y permiso de conducir y estaba muy preocupado. El jueves 28 de Noviembre inici¨¦ una novena dirigida a Eduardo Ortiz de Land¨¢zuri. Recit¨¦ la oraci¨®n y Padrenuestro como indica el tr¨ªptico. Transcurrieron doce d¨ªas y, de pronto, me fij¨¦ en un bolso de viaje que estaba en el comedor. Los documentos estaban all¨ª como si alguien me hubiera hecho enfilar la mirada hacia aquel bolso. V. S. Madrid".
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