Los dos grandes pont¨ªfices del Vaticano II y el misterio Luciani
Juan XXIII y Pablo VI fueron investigados por la vieja Inquisici¨®n
En el c¨®nclave que eligi¨® Papa en 1958 a Juan XXIII, con 77 a?os, hab¨ªa un cardenal que acababa de cumplir los 52. Era Giuseppe Siri, arzobispo de G¨¦nova durante 41 a?os (de 1946 a 1987), entonces un primo prette de armas tomar. Como de lo que ocurre entre cardenales todo termina sabi¨¦ndose, en contra de lo que se presume y pese a estar los pr¨ªncipes de la Iglesia amenazados de excomuni¨®n, se supo m¨¢s tarde que el gran Siri, firme candidato a papable, qued¨® pronto apeado de sus aspiraciones... por culpa de la edad. "Va bene un padre santo, ma non un padre... eterno", pens¨® el colegio cardenalicio, cuya edad media, como ahora, rondaba los 75. Prefirieron al patriarca de Venecia, Angelo Giuseppe Roncalli, hijo de campesinos pobres -emparentados con otros labradores tambi¨¦n pobres en el valle navarro del Roncal-, curtido en misiones diplom¨¢ticas, fama de santo bonach¨®n y, pese a antiguos coqueteos izquierdistas, seg¨²n sus detractores, hombre domesticado por la edad. Hab¨ªa ganado su mucho prestigio cuando P¨ªo XII tuvo que buscar apresuradamente, en 1944, un nuncio para Par¨ªs, con la misi¨®n de aplacar la irritaci¨®n del general De Gaulle, presidente de la Rep¨²blica, que se propon¨ªa escarmentar severamente a la Iglesia cat¨®lica tras la liberaci¨®n de Francia y antes de la derrota definitiva de Hitler, por haber apoyado sin tapujos, la inmensa mayor¨ªa de sus obispos, al r¨¦gimen filonazi del mariscal P¨¦tain.
"Han vuelto a Roma los b¨¢rbaros", coment¨® el presidente del Santo Oficio
"Alejado peligro Roncalli", telegrafi¨® el embajador espa?ol antes de su elecci¨®n
Descartado Siri en las primeras votaciones y bloqueado el arzobispo de Mil¨¢n, Giovanni Battista Montini, tras frenar sus enemigos de la curia su nombramiento de cardenal para impedirle asistir al c¨®nclave -pese a ello, recibi¨® muchos votos en todos los escrutinios-, pronto se vio que la disputa quedaba reducida a dos purpurados: el propio Roncalli y el cardenal armenio residente en Roma desde ni?o Gregorio Pietro Agagianian. ?ste sonaba como papable antes de iniciarse el c¨®nclave -"Fortuna vuole che lo Spirito non lege i giornali", hab¨ªa declarado d¨ªas antes-, y hasta Roncalli lo ten¨ªa por el preferido. Pero, efectivamente, la fortuna quiere que el Esp¨ªritu Santo no lea peri¨®dicos: el elegido, a la und¨¦cima votaci¨®n, fue el patriarca de Venecia, con 38 votos de los 55 purpurados de entonces, menos de la mitad que ahora. Horas antes de la elecci¨®n, el embajador de Espa?a en la Santa Sede, Francisco G¨®mez de Llano, hab¨ªa telegrafiado a sus superiores: "Alejado peligro Roncalli". Seg¨²n ¨¦l, los cardenales acababan de votar por d¨¦cima vez y parec¨ªa ya, seg¨²n las atrevidas fuentes de la Embajada, que los partidarios de Roncalli no lograr¨ªan reunir los votos necesarios para hacerlo Papa.
El c¨®nclave hab¨ªa durado tres d¨ªas. Jornadas m¨¢s tarde, el elegido acudi¨® -su primer gesto de campechan¨ªa- al colegio armenio fundado en Roma por Agagianian. "Sabed con certeza cu¨¢nto es querido por m¨ª vuestro cardenal. En el c¨®nclave, nuestros dos nombres iban arriba y abajo en las votaciones come i ceci nell?acqua bollente (como garbanzos en agua hirviendo)", dijo a los seminaristas protegidos por el gran cardenal armenio. Roncalli, que tom¨® el nombre de Juan XXIII, dio pronto otras campanadas: nombrando a 23 cardenales, la mayor¨ªa no italianos, alguno negro o asi¨¢tico, y sobre todo, convocando un concilio, es decir, llamando a Roma a los 2.540 obispos que hab¨ªa entonces repartidos por todo el mundo. Adem¨¢s, durante el concilio -el Vaticano II, tan distinto y distante del Vaticano I- llam¨® a su lado a un buen n¨²mero de los te¨®logos perseguidos con sa?a por el Santo Oficio de la Inquisici¨®n, para que le aconsejaran en lo que pronto vino en llamarse el aggiornamento de la Iglesia romana. "Han vuelto a Roma los b¨¢rbaros", dicen que coment¨® pronto el cardenal Alfredo Ottaviani, presidente del Santo Oficio (a lo largo del siglo XX, tres han sido los papas investigados y molestados por la vieja Inquisici¨®n: Benedicto XV, Juan XXIII y su sucesor, Pablo VI. No es de extra?ar que entre las primeras decisiones del Concilio figurase la supresi¨®n de tan siniestra polic¨ªa de la fe, sustituida por la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, con el mandato de promover la fe m¨¢s que vigilarla. Los enemigos del Concilio, tras la muerte de Pablo VI, retrocedieron pronto esta nueva organizaci¨®n a sus s¨®rdidos or¨ªgenes de control y vigilancia).
Lo cierto es que el 11 de octubre de 1962 "la barca del Concilio se puso en marcha" con el Papa Juan XXIII a la cabeza, pese a las zancadillas de la curia romana y de los cardenales conservadores, y nadie pudo parar el inicio de la reforma eclesi¨¢stica m¨¢s sonada de los ¨²ltimos siglos: los prelados y sacerdotes prescindieron de la sotana, el lat¨ªn fue sustituido por las lenguas vern¨¢culas -pronto en Espa?a la dictadura hubo de abrir en Zamora una c¨¢rcel s¨®lo para curas condenados por decir misa y predicar en catal¨¢n o vascuence-, y se promovi¨® el principio de la libertad religiosa y de conciencia, entre otras innumerables medidas. Fue, sin duda, el gran acontecimiento de la era moderna en el ¨¢mbito de la Iglesia romana.
Pronto tambi¨¦n empezaron los problemas: en algunas iglesias se rez¨® por la conversi¨®n del Papa, y, de nuevo en Espa?a, una parte del episcopado trat¨® con el dictador Franco sobre la manera de contener la avalancha reformista que se les ven¨ªa encima. Cont¨® m¨¢s tarde el obispo Alberto Iniesta, estrecho colaborador del cardenal Taranc¨®n, que cuando el Vaticano II se dispon¨ªa a votar el documento sobre la libertad religiosa, perseguida en la Espa?a nacionalcat¨®lica del dictador Franco, el obispo de Las Palmas, Antonio Pildain Zapiain, "completamente en contra, como la mayor¨ªa de los prelados espa?oles, dijo que antes de que los obispos aprobaran semejante documento ser¨ªa preferible que se hundiera el techo de la bas¨ªlica de San Pedro sobre el aula conciliar y acabara con todos".
Dios estaba distra¨ªdo aquel d¨ªa y no oy¨® la plegaria del temperamental obispo Pildain. Pero el debate entre Franco y los dirigentes episcopales no hab¨ªa hecho m¨¢s que empezar. "Como se dec¨ªa entonces en broma, en aquellas ocasiones Franco hablaba de Dios y de la Iglesia, y los obispos hablaban de pol¨ªtica. ?De la pol¨ªtica del Movimiento, naturalmente!", a?ade Iniesta (Recuerdos de la transici¨®n, Edt. PPC). Ning¨²n dirigente franquista ignoraba que el papa Roncalli, cuando era nuncio del Vaticano en Par¨ªs, toler¨® el movimiento de los curas obreros, extendido pronto a Espa?a como una plaga, y que hab¨ªa coqueteado con el exilio espa?ol, protegiendo a los nacionalistas democristianos catalanes y vascos. Tambi¨¦n les hab¨ªa irritado que cuando visit¨® Espa?a, ya cardenal, rechazase relacionarse con representantes del r¨¦gimen. Es m¨¢s, hab¨ªa ordenado tajantemente paralizar los expedientes de santificaci¨®n de los llamados m¨¢rtires de la guerra civil -P¨ªo XII tampoco fue un entusiasta de la idea, que Franco le reclam¨® en forma de beatificaci¨®n masiva-, e incluso ten¨ªa prohibido usar en su presencia la palabra cruzada, tan querida -y usada- por el episcopado espa?ol.
As¨ª que, si los b¨¢rbaros se hab¨ªan apoderado de Roma, seg¨²n Ottaviani, a Espa?a hab¨ªan regresado los Nocedal, como poco, en forma de un curioso anticlericalismo de derechas, que durante d¨¦cadas apale¨® y encarcel¨® a curas, censur¨® a papas y obispos, y llen¨® de pintadas los muros de Espa?a contra el cardenal Taranc¨®n -"al pared¨®n", rezaban-.
Para colmo, el delf¨ªn y finalmente sucesor de Juan XXIII, fue, tras el c¨®nclave de 1963, otro "enemigo", seg¨²n el r¨¦gimen nacionalcat¨®lico: el cardenal Montini. Se hab¨ªa impuesto en las votaciones al cardenal Siri, porque lo que se debat¨ªa entre los cardenales era sobre el destino del Concilio tras la r¨¢pida muerte de Juan XXIII. Si hab¨ªa que enviarlo a mejor vida, como pretend¨ªa Siri y su coro de profetas de calamidades, o si deb¨ªa continuar la tarea reformista, como reclamaban los obispos. Los partidarios de Siri, por cierto, no escondieron sus intenciones. Hab¨ªan protestado por la supresi¨®n del lat¨ªn, les repugnaba que se pudiera confesar a las mujeres "sin reja" en los confesonarios y, en fin, el propio Siri public¨® una Notificaci¨®n contra las mujeres que visten ropa de hombres, "aun en el caso de madres de familia".
Gan¨® Montini en un c¨®nclave de tres d¨ªas y seis votaciones. Para Espa?a, supuso que el tradicional contubernio judeomas¨®nico sumaba otro enemigo: el pontificado romano. Montini hab¨ªa elevado su voz varias veces contra los fusilamientos del dictador, as¨ª que el r¨¦gimen reaccion¨® pronto, sin esperanza de arreglo, con ira. Una muestra: el director del peri¨®dico de los sindicatos verticales, Emilio Romero, tom¨® la costumbre de llamar Tontini al papa Montini "por dar respaldo para incordiar en un pa¨ªs donde se aburren los curas por una paz tan prolongada". Pese a un cruce de cartas entre Pablo VI y Franco intentando suavizar las formas, el dictador se neg¨® en redondo a renunciar al derecho concordatario a intervenir en el nombramiento de obispos y prohibi¨® al Papa viajar a Santiago de Compostela.
Si Roncalli y Montini eran dos "peligrosos progresistas", seg¨²n Madrid, la elecci¨®n de Albino Luciani como papa Juan Pablo I en el primer c¨®nclave de 1978 -s¨®lo dos d¨ªas y cuatro votaciones, con el cardenal Siri de nuevo como el m¨¢s votado de salida-, fue una sorpresa por otros motivos. El sucesor de Pablo VI era el primer Papa de la historia que tomaba un nombre compuesto -Juan y Pablo: indicaci¨®n de su devoci¨®n por los inmediatos predecesores-, y dio pronto alas para la esperanza. Pero muri¨® r¨¢pido, al mes de pontificado -o fue ejecutado, seg¨²n muchas teor¨ªas: Coppola en la tercera parte de El Padrino asume su veracidad- porque dio de entrada dos ¨®rdenes ins¨®litas en su cargo: que se investigaran los esc¨¢ndalos financieros del Vaticano (el caso Banco Ambrosiano: varios muertos en el camino), y que se procediese con gran austeridad en el gobierno de la Santa Sede. ?Un luterano en la silla de Pedro! Se dice que Juan Pablo I pensaba trasladar la curia a un austero pero espacioso convento de las afueras de Roma. Le revent¨® el coraz¨®n d¨ªas m¨¢s tarde y no hubo m¨¢s.
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