Los escritores se preguntan si su trabajo sirve para cambiar las cosas
'The New Yorker' recupera el viejo debate en el festival del PEN
El Town Hall se llen¨® el pasado lunes. Unas 1.500 personas asistieron al acto que The New Yorker organiz¨®, en el marco del festival, para recabar fondos para el PEN. El tema, El poder de la pluma: ?sirve la escritura para cambiar algo?, se pod¨ªa leer en un luminoso rect¨¢ngulo azul que ocupaba la parte central del escenario. A cada uno de sus lados, dos luces cenitales ca¨ªan sobre el espacio reservado a las estrellas. Se hizo la oscuridad y, despu¨¦s, uno a uno fueron apareciendo los escritores que ocuparon, alternativamente, el lado izquierdo o el derecho. Y tomaron la palabra.
Soyinka cerr¨® la noche y situ¨® la literatura en un espacio intermedio dentro de los motores de cambio universales
Salman Rushdie: "El papel del intelectual siempre es el de plantarle cara al poder a trav¨¦s de la verdad"
La solemnidad de la puesta en escena se la saltaron los escritores como pudieron, provocando con sus palabras alguna sonrisa o algunas carcajadas. Hablar del poder de la literatura para cambiar el mundo en ese marco, y con ese gui¨®n, da espect¨¢culo, pero convierte a los escritores en una suerte de predicadores de lujo y al p¨²blico, en la congregaci¨®n que finalmente con sus aplausos dice am¨¦n. Van uno detr¨¢s de otro. O leen un fragmento de alguno de sus libros o han escrito un texto espec¨ªfico para la ocasi¨®n. No hablan entre s¨ª, no discuten, no polemizan. Ofrecen sus respuestas, y que cada cual elija.
David Remnick, el editor de The New Yorker, organizador del acto, plante¨® la cuesti¨®n. Se iba a hablar del oficio de escribir en una ¨¦poca donde domina la cultura audiovisual e Internet y donde no parece haber demasiado sitio para el silencio y la concentraci¨®n que exige toda lectura. Se acord¨® de Philip Roth, que dec¨ªa que al hueco que dejan los 70 lectores que mueren cada a?o s¨®lo se incorporan dos nuevos aficionados.
Salman Rushdie demostr¨® con su humor brit¨¢nico el oficio que tiene en este tipo de situaciones. "La revoluci¨®n invisible se produce dentro de la imaginaci¨®n de los lectores", dijo. "Ni siquiera el autor sabe el efecto que sus palabras pueden tener, todas son impredecibles. La literatura es una bala perdida, y eso es algo muy bueno". Coment¨® que el mundo "nunca es el mismo despu¨¦s del nacimiento de un nuevo libro", y record¨® a Arthur Miller y a Susan Sontag, las dos p¨¦rdidas m¨¢s recientes de la mejor literatura estadounidense. "Fueron dos grandes intelectuales y el papel del intelectual siempre es el de plantarle cara al poder a trav¨¦s de la verdad".
Antonio Mu?oz Molina se detuvo en una mujer que lee en un vag¨®n de metro una novela de Proust. Cont¨® de la relaci¨®n secreta que poco a poco establece con esa lectora, alguna mirada, una sonrisa c¨®mplice. Record¨® despu¨¦s su fascinaci¨®n por Julio Verne, al que ley¨® a los 12 a?os y que cambi¨® radicalmente su vida. "Entonces decid¨ª que eso era lo que yo quer¨ªa hacer y llevo 37 a?os intentando ser fiel a ese sue?o. Por eso tambi¨¦n soy consciente de que hay que ser muy cuidadoso con lo que se escribe porque nunca sabes el efecto que puede tener sobre una persona". "La mujer que lee a Proust frente a m¨ª ya no est¨¢ rodeada de viajeros, sino que habita alg¨²n momento imaginado por Proust, o incluso se ha transportado al momento en el que escribi¨® su obra, y quiz¨¢ est¨¢ descubriendo algo nuevo sobre ella misma".
Frente a quienes decidieron responder a la pregunta que planteaba The New Yorker, hubo otros que se decantaron por leer fragmentos de sus libros. Fue el caso del estadounidense de origen chino Ha Jin o de la tambi¨¦n china Shan Sa, que ahora vive exiliada. El estadounidense Jonathan Franzen fue ir¨®nico, divertido y afilado en su lectura, mientras que la canadiense Margaret Atwood puso una de las notas m¨¢s sensibles a la noche al leer dos textos propios sobre las emociones del escritor frente al mundo y sobre el poder que adquiere el hombre cuando aprende a escribir, aunque s¨®lo sea su nombre.
El escritor somal¨ª Nuruddin Farah cont¨® que desde ni?o, cuando los profesores le preguntaban por su nombre, se neg¨® dr¨¢sticamente a responder cualquier pregunta directa. As¨ª que no iba a hacer una excepci¨®n, y ley¨® una historia sobre el dolor y el miedo que dominan a un adolescente que va a ser circuncidado.
El polaco Ryszard Kapuscinski fue rotundo: la pluma tiene poder para cambiar el mundo, y en determinadas transformaciones han colaborado "de forma indirecta" escritores y periodistas. Se tiende a pensar en esos cambios de manera positiva, observ¨®, pero tambi¨¦n el mal puede modificar las cosas a trav¨¦s de la palabra. Y record¨® Mein kampf, de Hitler.
El premio Nobel nigeriano Wole Soyinka cerr¨® la noche recordando el poder de la historia oral en civilizaciones como la africana y situ¨® la literatura en un espacio intermedio dentro de los motores de cambio universales. "La pregunta que nos ha reunido aqu¨ª est¨¢ noche no se puede contestar porque el cambio es el resultado de muchas cosas a la vez", coment¨®. No pudo sustraerse, sin embargo, a la solemnidad del encuentro, y al referirse a la literatura como a uno de los catalizadores de los cambios, finaliz¨® su intervenci¨®n diciendo: "Pero qu¨¦ bonito y ecum¨¦nico catalizador".
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