Los Estados
El escritor Mario Vargas Llosa le pone un apodo al Estado social: paternalista. El paternalismo es, ciertamente, una humillante calamidad, pero por fortuna inexistente en los pa¨ªses avanzados, diga lo que diga Vargas Llosa; el cual habla de "embestidas e intromisiones" estatales en la vida privada del ciudadano, en forma de impuestos y reglamentaciones. As¨ª es como nos sentimos menos due?os de nuestras vidas y menos libres. El sentimiento de orfandad del individuo ante el Estado es ya universal, dice el escritor. En realidad lo escribi¨® hace a?os, no s¨¦ si los recortes en el Estado del bienestar, con el consiguiente alboroto, le habr¨¢n hecho cambiar de opini¨®n. El clamor pide m¨¢s Estado, no menos. No en Espa?a, claro.
Para que el Estado funcione mejor, debe empeque?ecerse a costa del crecimiento de la sociedad civil, que de este modo recuperar¨¢ las "iniciativas y libertades" que le han sido expropiadas por el Estado paternalista. Me digo a m¨ª mismo, despu¨¦s de un breve repaso mental, que en los pa¨ªses de nuestro entorno, e incluso en el nuestro, nunca mayor n¨²mero de gente ha gozado de m¨¢s libertades ni de mayor campo abierto a la iniciativa.
El Estado, seg¨²n Llosa, debe limitarse a las funciones que le son propias, como hacer cumplir la ley y funcionar la justicia y el orden p¨²blico. Puro esp¨ªritu del siglo de las luces y de la Enciclopedia. Pero la Enciclopedia no pod¨ªa ser para siempre. Y no fue. Con la democracia, esos ciudadanos que seg¨²n Vargas Llosa se sienten asfixiados por la presencia y presi¨®n del Estado, empez¨® a exigir m¨¢s y mejores servicios sociales. As¨ª es como los gobiernos se fueron erigiendo en ¨¢rbitros, en controladores, gestores y creadores de centenares de servicios en Estados Unidos y a mayor escala en Europa. Prestaciones que, lejos de estrangular la iniciativa individual, la promueven, pues el colch¨®n estatal estimula a los audaces.
Ahora se dice que la pol¨ªtica retrocede y que el Estado naci¨®n se est¨¢ muriendo, v¨ªctima de potentes adversarios, entre ellos, la globalizaci¨®n. Quiz¨¢s, todav¨ªa el mejor estudio sobre este ¨²ltimo fen¨®meno sea el de Barnet y M¨¹ller, Global Reach. Denuncia taxativa y profusamente ilustrada del poder de las multinacionales, los autores no caen en la trampa de dar por muerto el Estado naci¨®n. Corre un cierto peligro, pero por otra parte nunca ha sido m¨¢s fuerte. En efecto, con el surgimiento del moderno Estado industrial, el poder militar ha ido pasando a manos de los gobiernos nacionales. A?¨¢dase que en estos Estados la fuerza se halla en situaci¨®n de movilizaci¨®n permanente. A principios del siglo XX, todav¨ªa Hobson pod¨ªa escribir que ning¨²n Estado europeo pod¨ªa emprender una gran guerra si los Rothschild se opon¨ªan a la misma. Hoy en d¨ªa, ninguna multinacional ni grupo de multinacionales ejerce tal poder de veto sobre la Casa Blanca. ?sta prosigui¨® la guerra de Vietnam durante mucho tiempo despu¨¦s de que un sector de la ¨¦lite corporativa expresara su deseo de verla terminada. Las multinacionales dependen mucho m¨¢s del gobierno que a la inversa. El Estado naci¨®n no s¨®lo proporciona estabilidad, sino que protege el libre movimiento de capitales y mercanc¨ªas (o sea, que puede estrangular la mayor amenaza de la globalizaci¨®n); regula y educa el mercado laboral, forja el consenso para mejorar las m¨¢s flagrantes injusticias por medio de la seguridad social y el subsidio de paro, pacifica por la fuerza cuando una injusticia no tiene soluci¨®n, es el custodio del medio ambiente y proporciona escuelas, hospitales, comunicaciones, tratamiento de los residuos, etc¨¦tera.
Han pasado tres d¨¦cadas y la aparici¨®n del terrorismo integrista ha venido a corroborar el diagn¨®stico de Barnet y M¨¹ller. Despu¨¦s del 11-S Kapuscinski pudo escribir: "...el 11 de septiembre demostr¨® que, en el mundo contempor¨¢neo, las sociedades pueden sentirse seguras y protegidas solamente dentro de los Estados. S¨®lo el Estado puede proporcionar la correspondiente protecci¨®n a la sociedad. El ataque contra Estados Unidos demostr¨® que el hombre y la sociedad no pueden funcionar sin el Estado".
El neoliberalismo necesita del Estado-naci¨®n por m¨¢s que lo odie. Ciertos nacionalismos desean la fragmentaci¨®n del Estado, o al menos su extremo debilitamiento, porque no hallan correspondencia entre los t¨¦rminos, Estado y naci¨®n. De ah¨ª el mensaje del fallecimiento del Estado, anticuada estructura decimon¨®nica. Pero el diagn¨®stico es falso. Se le ha dado una importancia excesiva a un factor que existe desde el advenimiento del Estado: la interdependencia, en su seno, del poder pol¨ªtico y el econ¨®mico. Pero nunca este ¨²ltimo consigui¨® el Estado m¨ªnimo que deseaba. Creo que lo vio muy bien Galbraith.
Escribi¨® Peter Drucker que el Estado debe hacer lo que sabe hacer y el resto, dejarlo en manos de la iniciativa privada. Esto entra?a un intervencionismo mayor del que le gustar¨ªa a Vargas Llosa y al utilitarismo dieciochesco, aunque la separaci¨®n entre ambas esferas, la p¨²blica y la privada, se mantiene. Si bien es cierto que el Estado puede fallar en la ejecuci¨®n -y no en todos los ¨¢mbitos-, en la programaci¨®n es imbatible. El qu¨¦, el c¨®mo y el cu¨¢ndo, m¨¢s la figuraci¨®n de los costes econ¨®micos y sociales, incluyendo en estos ¨²ltimos el impacto medioambiental. M¨¢s lejos van otros autores, quienes al referirse a las multinacionales las ven como paulatinamente incardinadas en el aparato mismo del Estado, aunque este proceso no haya llegado todav¨ªa a su fin: "... uno puede preguntarse si la corporaci¨®n no es, de hecho, una extensi¨®n del Estado moderno, una parte integrante de las m¨¢s amplias disposiciones por las que somos gobernados" (Galbraith). Se perfila un h¨ªbrido tecnocr¨¢tico de socialismo y capitalismo. Es dif¨ªcil pensar que en un plazo de cien a doscientos a?os, ya en la era especial, la gran empresa, no los Estados, competir¨¢n por la explotaci¨®n de los recursos planetarios o por la instalaci¨®n all¨ª de colonias terr¨ªcolas.
En situaciones de crisis, como la presente, todo el mundo se vuelve hacia el poder p¨²blico y ¨¦ste recupera lo que en realidad nunca ha perdido m¨¢s que en apariencia: el mando. Las grandes empresas piden socorro al Estado (las aerol¨ªneas, abusivamente) y cuidan mejor las cuentas. La soberan¨ªa de las naciones es mucho mayor de lo que se cree y se dice, escribi¨® Jean-Paul Fitoussi, aqu¨ª en EL PA?S, despu¨¦s del 11-S.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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