Cuaderno de California
El funcionario de Nueva York reclamaba mis huellas dactilares y me pidi¨® dos dedos. Los puso encima de una m¨¢quina electr¨®nica y mientras me sac¨® una foto digital. En el siguiente control me ordenaron descalzarme. Lo hice sin rechistar. A un perrito que dej¨® de mover la cola y empez¨® a ladrar lo metieron en el esc¨¢ner pese a las protestas de sus amos. Sali¨® del t¨²nel temblando y con un zapato m¨ªo en la boca. Se lo arranqu¨¦ a toda prisa y corr¨ª hasta la puerta de embarque del vuelo a Santa Ana, California.
El avi¨®n iba lleno. Pero la gente parec¨ªa muy feliz. No ten¨ªas la impresi¨®n de que el pa¨ªs estuviera en guerra. Tampoco exteriorizaban su malestar de que el nuevo Papa no fuera norteamericano. Eso habr¨ªa estado muy bien al unir estrechamente a los emperadores de la tierra y del cielo. Mi vecino de asiento, un hombre de mediana edad a quien le expuse la cuesti¨®n, dijo que trat¨¢ndose de un alem¨¢n nunca ser¨ªa este Pont¨ªfice un Papa de baja calidad. Al contrario. Los productos alemanes son los m¨¢s apreciados del mercado. Nunca fallan. Y despu¨¦s a?adi¨® que ¨¦l ten¨ªa un Mercedes.
A mi hermano le gustan los coches cl¨¢sicos. Esta vez me recibi¨® con un Chevrolet bicolor de 1956
El avi¨®n iba lleno. Pero la gente parec¨ªa muy feliz. No ten¨ªas la impresi¨®n de que el pa¨ªs estuviera en guerra.
Me call¨¦. Necesitaba ahorrar energ¨ªas, dormir un poco en este ¨²ltimo tramo de un viaje de m¨¢s de doce horas. Pero el vecino de asiento empez¨® a explicarme c¨®mo iba a ser la pr¨®xima e inevitable guerra contra Ir¨¢n.
M¨¢s tarde sac¨® un aparato electr¨®nico de su bolsa de mano, puso un disco y vio una pel¨ªcula de risa porque la que pasaban en el avi¨®n no le interesaba. Enseguida empez¨® a carcajearse. Y ya no abri¨® la boca ni dijo ni p¨ªo hasta que aterrizamos en el aeropuerto John Wayne, donde me esperaba mi hermano.
Vive desde hace muchos a?os en Orange County. Le gustan los coches cl¨¢sicos. Cada vez que lo visito, me recibe con un modelo distinto. Esta vez era un Chevrolet bicolor de 1956 que funcionaba como reci¨¦n salido de la f¨¢brica.
Mientras nos dirig¨ªamos hacia su casa por la autopista llamada de los millonarios (cobran el peaje electr¨®nicamente sin necesidad de parar), yo pensaba que daba gusto circular entre los californianos, sin prisas, con mucha educaci¨®n y un respeto escrupuloso a las normas de tr¨¢fico. Pensaba que si en este Estado, que tiene m¨¢s veh¨ªculos que en toda Espa?a, se mataran en un fin de semana cien personas en las carreteras, probablemente le pondr¨ªan la inyecci¨®n letal al gobernador y desplegar¨ªan a la Guardia Nacional. Es otro mundo.
Por fin llegamos a casa de mi hermano. Mi hermano puso el canal internacional de TVE para mantenerse informado, pero cuando sali¨® Rajoy atacando a Zapatero le supliqu¨¦ que hiciera zapping. Cualquier canal basura era preferible antes que eso. Adem¨¢s, necesitaba alejarme de ellos. Por eso estaba aqu¨ª.
Entonces vimos im¨¢genes en las que Benedicto XVI era soldado de los ej¨¦rcitos de Hitler. Daba a¨²n m¨¢s miedo. Y luego sacaron unos cuantos pel¨ªcanos a los que un delincuente que buscaba la polic¨ªa les rajaba el buche para matarlos de inanici¨®n. Un portavoz de la polic¨ªa dijo que ser¨¢ apresado, juzgado y condenado a diez a?os de c¨¢rcel. Pero entonces me qued¨¦ dormido porque estaba hecho polvo.
Al d¨ªa siguiente fuimos a desayunar a la librer¨ªa Boder's, que es enorme y tiene una buena cafeter¨ªa y hacen descuentos interesantes. Compr¨¦ un cuaderno para tomar notas de California y un libro de Philip Roth a mitad de precio porque en California nadie compra nada como no sea a mitad de precio, o incluso menos. Era agradable desayunar en esta librer¨ªa con butacas de piel donde la gente entra con el ordenador port¨¢til y escribe en silencio. No s¨¦ lo que escriben. Pero escriben y eso te levanta la moral.
De all¨ª nos dirigimos a la oficina de Correos. Mi hermano me ense?¨® las nuevas m¨¢quinas electr¨®nicas que lo hacen absolutamente todo. Ya no tienes que ir a ning¨²n mostrador. Ni siquiera para enviar o pesar paquetes. Es algo muy revolucionario. Y pagas con la tarjeta de cr¨¦dito, y te olvidas.
Mi hermano conserva a sus ex novias, que no son pocas, en muy buen estado. Todas lo quieren. Y por eso cada vez que vengo a California las visitamos, una por una. Como siempre hay una que es nueva para m¨ª, me la presenta la ¨²ltima a modo de colof¨®n. Y yo le digo que ¨¦sta es la mejor, aunque todas lo fueron en su momento.
En las gasolineras algunos conductores le preguntan a mi hermano si este flamante Chevrolet modelo Bel Air es del 56 o del 57. Eso es lo que m¨¢s le gusta que le pregunten. Entonces ¨¦l les cuenta la historia de su coche, que perteneci¨® a una se?ora que al morir pidi¨® ser enterrada en el interior del autom¨®vil. Pero eligi¨® en el ¨²ltimo momento un Lancia, as¨ª que este Chevrolet se salv¨® por los pelos y su hijo se lo vendi¨® a mi hermano.
Al llegar a casa, mi hermano dijo que ten¨ªa que poner la tele espa?ola para ver c¨®mo va la bronca entre la vicepresidenta del Gobierno y el Vaticano, por eso de los matrimonios gays. Bueno, por esta vez, pase, le dije. Pero si sale Zaplana, me largo a Las Vegas.
La justicia por su mano
'Nuestra Voz', un peri¨®dico latino de San Juan de Capistrano, habla de la nueva organizaci¨®n de voluntarios civiles que van armados y a la caza de inmigrantes ilegales a lo largo de la frontera con M¨¦xico. Se autodenominan Minute Plan Projet y esta banda de mamporreros la integran militares, abogados, polic¨ªas y hasta minusv¨¢lidos. La semana pasada dieron caza a catorce inmigrantes, y los pusieron a disposici¨®n de la autoridad. Los hispanos tienen miedo. Y con raz¨®n. El mismo miedo que tienen los negros al Ku Klux Klan. Estos voluntarios dicen que como el Gobierno no hace nada por evitar la entrada ilegal de mejicanos, ellos rebajar¨¢n muy pronto la cifra de trece millones de indocumentados. Pero los californianos sensatos, que son la mayor¨ªa, se preguntan qui¨¦n arreglar¨¢ los jardines de sus viviendas, o qui¨¦n servir¨¢ en los restaurantes, o vaciar¨¢ las papeleras, y qui¨¦n har¨¢ otras muchas humildes labores, con jornales de hambre, si los ilegales dejan de cruzar la frontera. Arturo Guevara, un activista de los Derechos Humanos en San Juan de Capistrano, ha iniciado una campa?a contra la organizaci¨®n Minute Plan Project. La define como un movimiento racista y xen¨®fobo contra los inmigrantes latinos. No comprende que los responsables pol¨ªticos permitan que un grupo de personas armadas se tomen la justicia por su mano. Aunque reconoce que la inmigraci¨®n ilegal es un problema en California, insiste en que la caza y captura de los pobres mejicanos bajo el pretexto de que pueden ser criminales o terroristas no es precisamente la soluci¨®n.
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