Del 'Quijote' a Salamanca
Salimos de casa para llegar a la Filmoteca, al m¨ªtico cine Dor¨¦ de nuestra infancia de pipas y pel¨ªculas en doble sesi¨®n. Tuvimos que cruzar esa parte de la China e vicina en que se ha convertido el centro popular de Madrid. No compramos nada de esas ins¨®litas ofertas de todo a un euro. Ten¨ªamos cita con dos peque?os grandes hombres -Arthur Penn y Jes¨²s Franco, antes Jess-, con un grande, grande, Jos¨¦ Saramago. Tambi¨¦n estaban el director de cine Alfonso Ungr¨ªa, la hispanista Mary Gaylor y otras muchas presencias cinematogr¨¢ficas invitadas por el cosmopolita gallego Chema Prado, que adem¨¢s de dirigir la Filmoteca tiene la mejor agenda de celebridades, estrellas de Hollywood e independientes de cualquier lugar. El asunto era hablar del Quijote y el cine. Es decir, hablar de una relaci¨®n casi imposible y sin embargo cientos de veces ensayada. Arthur Penn, sonriente, afable, interesado por nuestra literatura y por nuestros vinos, casi ped¨ªa disculpas por dar su opini¨®n como simple lector en ingl¨¦s del Quijote -como aseguraba Borges, genial mentiroso, que hab¨ªa sido su primera lectura cervantina- y le parec¨ªa una obra imposible por razones parecidas a las que expresaba Saramago. Es una obra de tanta importancia en su escritura que en sus posibilidades dram¨¢ticas o cinematogr¨¢ficas se queda reducida a lo m¨¢s externo y llamativo de sus posibilidades. La fuerza de sus palabras, su riqueza creadora reducen sus posibilidades al pasar a las im¨¢genes. Cervantes no era Shakespeare, que con sus dramaturgias permite un eficaz cine teatral. Alfonso Ungr¨ªa, director de una celebre serie televisiva sobre Cervantes, nos record¨® los problemas que todav¨ªa en los a?os ochenta tuvo con los moralistas que, desde algunos peri¨®dicos, protestaron porque en unas secuencias Cervantes acud¨ªa a un prost¨ªbulo napolitano. Pero la verdadera estrella de la noche fue Jes¨²s Franco, cientos de pel¨ªculas le contemplan, la mayor¨ªa de usar y tirar, aunque tambi¨¦n haya unas cuantas rarezas muy estimables. Franco, de los Franco buenos, de los que emparentaron con los Mar¨ªas, se conserva l¨²cido, ir¨®nico y freaki. Fue amigo y colaborador de Orson Welles, el director que m¨¢s am¨® Espa?a y que m¨¢s obsesi¨®n tuvo con el Quijote. Veinticinco a?os de obsesi¨®n, de rodajes interrumpidos, de acercamiento lib¨¦rrimo a una obra que se resiste en el cine. Jes¨²s Franco cont¨® que muchos de los papeles, algunos francamente olvidables, que el genio Welles acept¨® como actor fueron por dos razones: mantener su afici¨®n por el buen vino y la comida e invertir en su sue?o imposible de atrapar el esp¨ªritu del Quijote en im¨¢genes. Nunca termin¨® la pel¨ªcula, Jes¨²s Franco nos contaba con su voz de rebelde septuagenario y con su dicci¨®n marcada por los pocos -pero muy cuidados- dientes que le quedan, que nunca quiso terminar el rodaje porque era una historia verdaderamente interminable e imposible de dar por buena. Lo que tenemos nos vale. Siempre habr¨¢ que estar agradecido al quijotesco empe?o de ese cineasta que quiso que sus cenizas sirvieran de abono a un olivo de la finca de Antonio Ord¨®?ez.
Me desped¨ª de los quijotescos del cine Dor¨¦; de la cercana y bell¨ªsima Marisa Paredes, una chica de ese barrio que lleva bien lo de ser una estrella europea. Ahora est¨¢ feliz con el rodaje de una pel¨ªcula del joven, y casi centenario, director portugu¨¦s Manuel de Oliveira. Una vitalidad, una energ¨ªa a prueba de d¨¦cadas. Me aseguran algunas j¨®venes que sigue siendo altamente peligroso subir con ¨¦l en un ascensor y no recibir alg¨²n imprevisto pellizco. ?Qu¨¦ casta!
El camino me llev¨® hasta Salamanca. No a cualquier sitio, sino al paraninfo de su Universidad. Al lugar d¨®nde durante siglos se cruzaron lo mejor y lo peor de Espa?a. Rodeados del aire de Fray Luis de Le¨®n, de Juan de la Cruz, de Unamuno, estuvimos en un homenaje a un escritor esencial, Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald. Un poeta, novelista y memorialista tan imprescindible como temible por su raro af¨¢n de saber acuchillar con su memoria escrita a los cretinos que en su vida se cruzaron. La Academia sin ¨¦l siempre estar¨¢ coja de talento y de escritura. Una mezcla de Quevedo, G¨®ngora y Graci¨¢n al que, por despiste, miedo o mediocridad, han negado tres veces. Peor para ellos. Ahora se oyen nuevos candidatos. Yo tambi¨¦n pongo mi firma para que el cr¨ªtico Rafael Conte lleve su agudo afrancesamiento, su ferlosianismo y su benetismo, a esos sillones que deben seguir ampliando su n¨®mina con expertos de nuestra lengua y nuestra literatura. Los que leemos queremos seguir contando con Conte, aunque sea desde la Academia.
En Salamanca brindamos por Caballero Bonald -en compa?¨ªa de Jaime Siles, Benjam¨ªn Prado, Garc¨ªa Montero, Jambrina, Garc¨ªa Posada entre otros escritores que celebraban a Caballero Bonald- y casi se nos atraganta el brindis. La realidad asalt¨® a los poetas. Algunos salmantinos nos contaron, entre la alarma y el temor, como se est¨¢n armando las huestes de los don Rodrigo de la reacci¨®n. Parece que el alcalde -un tal Lanzarote sin lago y sin muchas luces- quiere, en compa?¨ªa de otros, seguir la guerra para impedir el legal traslado de los hist¨®ricos papeles catalanes y otros productos del bot¨ªn franquista. Pretende, nos cuentan, organizar una especie de brigada de vigilancia de las esencias de la patria franquista y provocar el enfrentamiento con la legalidad. Adem¨¢s, quiere sustentar su resistencia con la presencia de un historiador -perd¨®n al gremio- o lo que sea llamado P¨ªo Moa. De aquellos grapos, estos lodos. Hay personajes que no nos extra?a ver en esa guerra contra la historia. S¨ª nos duele que tambi¨¦n se barajen nombres para amparar el enfrentamiento anunciado, como el de Julio Valde¨®n. Salamanca, la buena, la humanista, la del di¨¢logo y el progreso -no la de ?Abajo la inteligencia!-, no se merece estas campa?as de guerras pasadas.
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