Adi¨®s al 'tren' de Cipollini
Italia es el pa¨ªs que reinvent¨® el ciclismo, el que cre¨® los gregarios, en el que el desarrollo de una etapa es m¨¢s fruto de un delicado equilibrio de poderes que de la visi¨®n t¨¢ctica de los directores de los equipos, en el que vale tanto como placer est¨¦tico, como espect¨¢culo, una llegada al esprint que la subida al Mortirolo. Italia es el pa¨ªs de Mario Cipollini. Y el de Giovanni Lombardi.
En Italia, en el Giro, los pasos monta?osos del comienzo de las etapas llanas o de media monta?a est¨¢n para que se animen 100 metros los aspirantes a la maglia verde, no para desgastar o perturbar a los l¨ªderes de los equipos ni a los esprinters. El ritmo de la subida no lo marcan los escaladores ansiosos, nerviosos en su terreno, sino los esprinters, los m¨¢s grasos y pesados. Delante de todos, en primera fila, los Leoni, Quaranta, Zannoti, Furlan y Cipollini bloquean el paso. Cipollini, siempre por el interior de las curvas, por donde el radio es m¨¢s corto, por donde menor es la distancia que recorrer y desde donde m¨¢s f¨¢cil es trazar la l¨ªnea recta imaginada e infranqueable. Prohibido atacar si no es en el ¨²ltimo hect¨®metro para coger los puntos, prohibido fugarse. Se trata de llegar todos los d¨ªas de llano en pelot¨®n, de acabar siempre en volata masiva.
Cipollini, que anunci¨® el pasado martes su retirada, a los 38 a?os, ya no estar¨¢ el pr¨®ximo Giro -"me fallan las piernas", dijo- y a su sucesor, Alessandro Petacchi, le falta su af¨¢n exhibicionista, su descaro, su poder sobre el pelot¨®n, su personalidad, con lo que es probable que estas pr¨¢cticas de control casi mafiosas acaben por desaparecer. Pero la otra gran herencia que Cipollini amas¨® durante sus 16 a?os en la ¨¦lite seguir¨¢ vigente, mejorada incluso, perfeccionada: la mec¨¢nica de la llegada, su famoso tren.
Tren ya tuvo en los a?os 50 y 60 Rik van Looy, el belga de las famosas balas rojas del Faema. Tren tambi¨¦n ha tenido, a imitaci¨®n de Cipollini, Erik Zabel, el alem¨¢n que ha perdido la velocidad, pero no las ganas de seguir peleando. Pero como el tren de Cipollini, como ese grupo de tres, cuatro, corredores que pon¨ªan al pelot¨®n en fila india en los ¨²ltimos kil¨®metros de la etapa; que lanzaban al grupo a 60 kil¨®metros por hora por las avenidas de las ciudades; que, llegado el momento, se convert¨ªa en un tr¨ªo, en un d¨²o luego, en un corredor capaz de acelerar y acelerar, de permitir que a su rueda Cipollini, tremendo, gigante, pudiera desarrollar, en progresi¨®n imparable, sus 2.000 vatios de potencia... Como ese tren no ha habido ninguno.
Y en ese tren, haciendo de pen¨²ltima locomotora varios a?os, apart¨¢ndose en el momento justo, a la velocidad justa, por el sitio justo, en la ¨²ltima recta, ha estado Giovanni Lombardi, que no se retira, que quiere ahora ayudar a Ivan Basso a ganar el Giro, que vive y se entrena por el centro de Madrid.
"Fue una magn¨ªfica experiencia, aunque tambi¨¦n tuvimos nuestras broncas porque nuestros caracteres son muy similares, muy fuertes", dice Lombardi de Cipollini, "y cada uno intentaba imponer su ley". "Pero tambi¨¦n estaba con nosotros Mario Scirea, el pen¨²ltimo lanzador, que era mucho m¨¢s tranquilo, el que daba equilibrio al tr¨ªo", matiza. A Lombardi, que hab¨ªa trabajado como lanzador para Zabel en el Telekom, le llam¨® Cipollini a finales de 2001, cuando puso en marcha el Aqua e Sapone, cuando llev¨® al extremo su idea de lo que era un equipo, con todos, incluido el director, supeditados a su voluntad.
"Cipollini era un profesional perfeccionista que exig¨ªa mucho a su gente, pero, sobre todo, que se exig¨ªa mucho a s¨ª mismo. Era muy nervioso. Le ped¨ªa a su cuerpo el ciento por ciento", dice Lombardi; "al poco de firmar, en diciembre, nos concentramos cuatro corredores, un masajista y un mec¨¢nico varias semanas en Ciudad del Cabo y trabajamos y trabajamos". El trabajo rindi¨® sus frutos: 2002 fue el a?o con las mejores victorias de Cipollini, las de m¨¢s calidad: Mil¨¢n-San Remo, Gante-Wevelgen, el Campeonato del Mundo. Y en las tres estuvo con ¨¦l Lombardi. "Y sent¨ª las victorias como si fueran m¨ªas", cuenta; "para m¨ª, ten¨ªan el mismo valor. Eso era la clave: si no piensas as¨ª, nunca podr¨¢s ser un buen lanzador".
El trabajo le exig¨ªa a Lombardi estar siempre muy cerca de Cipollini, pero hab¨ªa momentos en que sab¨ªa que ten¨ªa que andar lejos de su vista. "Era cuando m¨¢s le tem¨ªamos Scirea y yo", recuerda; "si un d¨ªa no sal¨ªan bien las cosas, si no hab¨ªamos trabajado bien, lo mejor era estar muy lejos, que no nos viera un rato, hasta que se le pasara el enfado. Ten¨ªa un car¨¢cter muy fuerte. Era como un hilo muy sutil al que hay que mantener tenso, pero sin llegar a romperlo, ya que se transformaba en un volc¨¢n".
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