Huellas
Antes, hace a?os, no se pod¨ªa apoyar la suela de los zapatos en los bancos p¨²blicos. El guardi¨¢n del parque -o el revisor del tren- te re?¨ªa, y tambi¨¦n cualquier adulto que pasara por all¨ª. A los mayores ni se les ocurr¨ªa cometer semejante tropel¨ªa. Era, en el mejor de los casos, una transgresi¨®n juvenil, un gesto de rebeld¨ªa.
En casa, ni hablar de encaramarse calzado a las sillas o al sof¨¢. Los padres te explicaban lo obvio: la calle est¨¢ llena de escupitajos, pis y caca de perro y qui¨¦n sabe cu¨¢ntas guarradas m¨¢s. Yo, voluntarioso, completaba la lista: sangre verde de cucaracha, lega?as de murci¨¦lago, cera de oreja de comadreja, pus de gusano leproso, babas de escuerzo casposo.
Exhibir calzado deportivo en una tienda no tiene nada que envidiar a una exposici¨®n de esculturas. Arte moderno con may¨²sculas. Cultura
Hab¨ªa consenso. La inmundicia se adher¨ªa a las suelas y deb¨ªamos evitar que se traspasara a nuestros cuerpos y pertenencias. Actualmente hay la misma ro?a en las calles, pero todo el mundo apoya los pies en los bancos p¨²blicos. Estoy seguro de que, en su casa, la mayor¨ªa se cuida muy mucho de cometer tal estupidez.
Los j¨®venes llevan dos generaciones liber¨¢ndose del yugo milenario de padres, curas y profesores. La primera generaci¨®n dio la batalla (y la gan¨®). La segunda empuj¨® el p¨¦ndulo hasta el extremo y ahora disfruta del ense?oramiento de lo joven y dilapida las posiciones conseguidas -por ejemplo- pisoteando alegremente los sitios destinados a sentarse.
?Me estar¨¦ volviendo viejo? S¨ª. ?Tengo raz¨®n? Tambi¨¦n.
Hace 10 a?os que soy asiduo de los gimnasios de Barcelona. Pas¨¦ por uno privado y dos p¨²blicos. En los tres tuve y tengo que enfrentarme a diario a una realidad desesperante: los socios se atan los cordones apoyando el pie en los bancos que se extienden junto las taquillas. Como el piso de los gimnasios suele estar h¨²medo, es habitual que una huella negra e inmunda quede como prueba de tan descerebrada incivilidad.
?Har¨¢n lo mismo las socias? Si alg¨²n d¨ªa me pillan espiando el vestuario femenino, que conste que estaba inmol¨¢ndome por la causa de la antropolog¨ªa.
Seg¨²n c¨®mo est¨¦ de humor, digo algo o me callo. ?ltimamente, cada vez m¨¢s, opto por tragar sapo y hacer mutis. He tenido muchas experiencias desagradables por pretender que el otro limpie su marca. El otro no es necesariamente un joven rebelde, un okupa tardoadolescente, un miembro de Jarrai con el coco lavado por los profetas del odio. No, suele ser un se?or con traje que tiene la sana costumbre de mover el cuerpo. Un tipo cualquiera. Menor de 50, eso s¨ª. Los mayores conservan ese antiguo respeto que hoy parece una reliquia.
"Vete a tu tierra si no te gusta", me han dicho m¨¢s de una vez. ?Qu¨¦ hacer en un caso as¨ª? ?Cambiar la nataci¨®n por el boxeo? ?Exponerme a ser noqueado por uno de esos cachirulos que constituyen el grueso de los habitu¨¦s? No, claro. Lo que hago es entregarme con mayor pasi¨®n a la gimnasia, destilar la rabia como una toxina m¨¢s de las que se eliminan con el sudor.
Y en eso estaba, el otro d¨ªa, renegando de la humanidad, resopla que te resoplar¨¢s, cuando la suela de la zapatilla del socio de la m¨¢quina de enfrente se ofreci¨® ante mi vista. Era amarilla, negra y plateada. Muy compleja. Y bonita. Llena de canalillos alambicados destinados a conseguir una buena sujeci¨®n. Adem¨¢s de lograr un buen agarre, ese dise?o estaba pensado para lucir bien. Era un dibujo hightech impactante y futurista. Me sumerg¨ª en esa visi¨®n y consegu¨ª, de entrada, dejar atr¨¢s el mal humor. Me imagin¨¦ el taller de los dise?adores industriales y me pregunt¨¦ si entre los creadores de zapatillas habr¨ªa especialistas en suelas. La siguiente escena fue una discoteca acristalada en una estaci¨®n espacial: en esa burbuja c¨®smica, los astronautas rebotaban de aqu¨ª para all¨¢ sobre sus bambas luminosas. Pens¨¦ que el futuro no estaba tan mal, despu¨¦s de todo.
La confirmaci¨®n lleg¨® al d¨ªa siguiente en la macrotienda de deportes Decathlon de L'Illa. Dispuestos en los anaqueles hab¨ªa -y hay, vayan a verlos- decenas de modelos distintos de calzado deportivo. Cada uno de ellos se muestra de perfil y tambi¨¦n del rev¨¦s. Ese despliegue at¨®mico de suelas no tiene nada que envidiar a ninguna exposici¨®n de esculturas, a ninguna instalaci¨®n post-duchampiana-ecl¨¦ctico-selectiva-deconstructivista de tres pares de cojones. Arte moderno con may¨²sculas, se?oras y se?ores. Cultura.
Descubrir fuentes inesperadas de belleza me reconcilia con el mundo.
?Hacia d¨®nde se dirigen nuestros pasos? ?Qu¨¦ clase de huellas estamos dejando? ?Qu¨¦ ser¨¢ de la Tierra? No lo s¨¦, pero acabo de viajar de la desesperanza al optimismo montado en las mismas suelas.
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