Adi¨®s a las aulas
Si las memoirs de Tobias Wolff (Alabama, 1945) se pueden leer como si se trataran de novelas, entonces no tiene por qu¨¦ extra?ar que esta esperada novela de Tobias Wolff pueda leerse como una memoir. En Vieja escuela, el autor de aquellas magistrales evocaciones de infancia dura y de juventud todav¨ªa m¨¢s dura en la guerra de Vietnam (Vida de este chico y En el ej¨¦rcito del fara¨®n) construye los recuerdos de un alumno de un elegante colegio de New Hampshire donde todos los alumnos tienen un ¨²nico deseo: ser escritores. Porque,como precis¨® Wolff en una entrevista, "los escritores eran para nosotros el equivalente a los rockers de ahora". Y la novela conmueve ya desde la portada: una fotograf¨ªa de principios de los sesenta donde una multitud de j¨®venes orando da las gracias a Dios y a la literatura por estar all¨ª. Y se sabe que Wolff falsific¨® su curr¨ªculo estudiantil para poder trasponer las puertas de ese para¨ªso. Un para¨ªso, est¨¢ claro, donde no faltan manzanas y serpientes.
VIEJA ESCUELA
Tobias Wolff
Traducci¨®n de Mariano Antol¨ªn Rato
Alfaguara. Madrid
262 p¨¢ginas. 15 euros
]]>Vieja escuela]]> celebra y
evoca un mundo insular y todav¨ªa inocente; ajeno a los inminentes naufragios, encandilado por el glamour de un J. F. Kennedy listo para ser asesinado y la leyenda de un Ernest Hemingway listo para asesinarse. Y entre los varios ¨ªdolos que recorren las aulas y pasillos de esta vieja escuela -el poeta Robert Frost aconsejando a un joven que "viaje a Kamchatka" para fortalecer su vena po¨¦tica, o la demencialmente eg¨®latra Ayn Rand definiendo a sus propios libros como las m¨¢s importantes ficciones americanas- es Hemingway el que m¨¢s encandila. Uno de los ritos m¨¢s sacros y populares del lugar consiste en presentar un relato a un concurso que tendr¨¢ el honor de se juzgado por un escritor de gran prestigio. El premio consiste en la publicaci¨®n del texto en la revista del colegio y -lo m¨¢s importante de todo, lo m¨¢s deseado- el privilegio ¨²nico de una audiencia a solas con el jurado en cuesti¨®n. Cuando se comunica que Hemingway, que ya aparece aqu¨ª como v¨ªctima del mito que ¨¦l mismo ayud¨® a crear y a creer, ser¨¢ quien conversar¨¢ con el pr¨®ximo ganador, todos se vuelven un poco locos. Y el narrador de Vieja escuela es quien se vuelve m¨¢s loco de todos. La novela, que empieza suavemente, con una curiosa e inquietante humildad, con intenciones aparentemente cristalinas donde las sombras no oscurecen demasiado el paisaje, de pronto apunta y dispara al blanco m¨®vil de un momento de decisi¨®n. A un certero y epif¨¢nico cl¨ªmax m¨¢s cerca de Fitzgerald que de Hemingway donde se nos vuelve a contar el mito de un ¨¢ngel ca¨ªdo, de una inocencia irreversiblemente perdida, de un gesto casi ¨¦pico en su miserable torpeza.
Se sabe que el amor a la escritura -"mis aspiraciones eran m¨ªsticas", se explica y se excusa el narrador- suele limitar con ciertas actitudes irracionales. Y as¨ª el "h¨¦roe" acabar¨¢ cometiendo uno de esos actos que marcan para toda la vida y que, parad¨®jicamente o no, ser¨¢ lo que verdaderamente lo convierta en un escritor sin posibilidad de retorno. Porque ah¨ª, despu¨¦s de tanto buscarlo en vano, tiene algo bueno y malo para contar. Las ¨²ltimas p¨¢ginas de Vieja escuela, las que lo convierten en un peque?o cl¨¢sico, se proyectan hacia delante en el tiempo y en el espacio rumbo a Vietnam y m¨¢s all¨¢. Y el narrador se nos aparece ya adulto y curtido por cosas que jam¨¢s sospech¨® podr¨ªan pasarle a ¨¦l pero, aun as¨ª, recordando la expulsi¨®n de ese primer para¨ªso como el hito fundamental, como las arenas movedizas sobre las que se apoyaron todos los pecados y bendiciones que vendr¨ªan despu¨¦s. Todo ha cambiado para ¨¦l, ahora es un escritor respetado; pero de alg¨²n modo todo sigue igual: la literatura contin¨²a funcionando como lo m¨¢s importante. Y aquella vieja escuela -y el melanc¨®lico espectro del profesor Arch- sigue siendo el santuario donde aprendi¨® a amar y a mentir en su nombre; por m¨¢s que Wolff, hasta la ¨²ltima l¨ªnea, pretenda convencernos -en vano- de que "de la vida de la que surge lo que se escribe no es posible escribir... No se puede hacer ning¨²n relato ver¨ªdico de c¨®mo o por qu¨¦ uno se convirti¨® en escritor, ni existe ning¨²n momento del que se pueda decir: es entonces cuando me convert¨ª en escritor". Aqu¨ª -verdadero o falso, aut¨¦nticamente conmovedor- est¨¢ ese relato, ese momento, el principio de ese fin sin final.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.