Crueles
Un cura de mi colegio defin¨ªa al ni?o como "un ser cruel". Nos llamaba la atenci¨®n que dijera algo as¨ª precisamente ¨¦l porque all¨ª era de los pocos que no empleaba la otra alternativa conceptual de la palabra "hostia" como m¨¦todo pedag¨®gico. Explicaba que los cr¨ªos eran ego¨ªsmo qu¨ªmicamente puro y que, al carecer de los referentes ¨¦ticos y morales que les va proporcionando la formaci¨®n, eran capaces de hacer mucho da?o sin que les frenara el sentimiento de culpa. Con el tiempo tuve la oportunidad de comprobar hasta que punto aquel fraile ten¨ªa raz¨®n.
La tiran¨ªa de los gallitos de la clase y sobre todo su ensa?amiento con los chavales m¨¢s d¨¦biles o introvertidos resultaba a¨²n m¨¢s violenta e insufrible que la de los curas. Recuerdo especialmente la crueldad que mostraron con un chaval de car¨¢cter d¨¦bil apellidado Del Pozo al que torturaban sistem¨¢ticamente en los recreos hasta enloquecerle. Hubo de soportarlos d¨ªa tras d¨ªa sin que a los educadores les preocupara ni tomaran iniciativa alguna para impedir tama?a vileza. En honor a la verdad tampoco el resto de los compa?eros hicimos demasiado para evitarlo. Nadie quer¨ªa correr la misma suerte de la v¨ªctima y crean que a¨²n siento mala conciencia por limitarme a consolarle y no haberme ganado la dignidad de una paliza por salir a defenderle. Desconozco lo que fue del pobre Del Pozo, un d¨ªa falt¨® a clase y nunca volvi¨® a aparecer.
Su historia me la trajo a la memoria el caso de Jokin, ese muchacho de 14 a?os al que un grupo de compa?eros pute¨® hasta inducirle al suicidio. Los ocho acusados, menores como ¨¦l, s¨®lo reconocen haberle propinado unas tortas y unas collejas, aparte de insultarle un poco. Nada importante a juicio de la defensa que pide la absoluci¨®n para los presuntos cabroncetes. La justicia dir¨¢ lo que hacen con esos chicos y si merecen alg¨²n castigo por sus collejas psicol¨®gicamente letales.
Nos hemos dado una justicia extremadamente garantista con los menores a los que protege de las zarpas adultas hasta el extremo de instalar una pantalla en la sala de la Audiencia de San Sebasti¨¢n con el objeto de salvaguardar la identidad de los acusados por la muerte de Jokin. Tengo la impresi¨®n de que la exhibici¨®n de tanta exquisitez legal con los menores es un arma de doble filo que puede resultar nefasta. De momento hay miles de chavales que delinquen estimulados por la impunidad casi total en que se mueven mientras alcanzan la mayor¨ªa de edad. Es m¨¢s, algunas mafias los utilizan espec¨ªficamente para hacer trabajos de encargo aprovechando su condici¨®n de intocables.
En Madrid ahora mismo ni siquiera hay plazas suficientes en los centros de detenci¨®n de menores con lo cual muchos inculpados en delitos graves no cumplen un solo d¨ªa de arresto. Cualquiera que conozca un poco lo que pasa en las calles sabe que hay que tener especial cuidado con los chavales que delinquen porque no se lo piensan dos veces a la hora de hacer da?o. Lo peor es que esa impunidad deja particularmente indefensos al resto de los chicos que son los que por proximidad m¨¢s les padecen. El matonismo es moneda corriente en los parques y espacios urbanos de Madrid en los que se mueven los adolescentes. Las bandas de macarras ya sean latinos, ultras o de cualquier otra tribu acojonan a los chicos, les quitan el dinero y la ropa o les pegan un pinchazo sin que apenas se atrevan a denunciarles. Todos saben que el castigo es pr¨¢cticamente inexistente y en cambio las represalias para los denunciantes pueden ser mucho mas graves.
Al hilo del caso Jokin un oyente de la Cadena SER expuso hace unos d¨ªas un testimonio bastante revelador. Era un profesor de instituto que contaba como los alumnos que inger¨ªan alcohol y fumaban porros se mostraban hostiles con aquellos compa?eros que no lo hac¨ªan. Seg¨²n explic¨® al periodista I?aki Gabilondo lo m¨¢s terrible es que los porreros ganaban en n¨²mero al resto de los chicos en una proporci¨®n de 80 a 20. Aquel hombre dijo que como docente ¨¦l tiraba la toalla. La realidad es que este sistema pretendidamente proteccionista es capaz de proteger a los menores de los mayores pero no de los propios menores. Ahora mismo habr¨¢ otros Jokin en ciernes sufriendo el machotismo, la violencia imperante o el escarnio. Ellos saben que esos seres crueles poco tienen que perder. La ley les protege.
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