Oda a Chinatown
"Chinatown no existe, es una mentira. En Santa Coloma no hay ninguna Chinatown", ha dicho Jinyun Ye ri¨¦ndose. A lo lejos se escucha la voz del repartidor del butano: "?Butanerooo!", y pasa por la acera un jubilado con un sombrero de fieltro del color de la tierra labrada. Le sigue una mujer china que empuja un carrito, tambi¨¦n viene de comprar. Tras el mercado del barrio de Fondo, de Santa Coloma de Gramenet, el supermercado Wenzhou muestra un cartel que dice: "Muchas rebajas". En el escaparate hay ginebra espa?ola y licor de la marca Wuliangye, con el lema "the Ming dynasty old cellar". Un chino de pelo largo marca los productos con una etiquetadora. En la calle, dos chinos con traje oscuro de corte cl¨¢sico fuman sentados en un banco; solitarios como cig¨¹e?as en su viaje perpetuo, dejan pasar el tiempo, o acaso aguardan el regreso del tiempo.
Los trabajadores chinos ayudan a los espa?oles a llegar a fin de mes, ya que las mensualidades apenas dan para 30 d¨ªas
Habitualmente, Jinyun Ye se hace llamar Chang para simplificar el protocolo. Es el presidente de la Asociaci¨®n de Empresarios y de Trabajadores Chinos de Catalu?a, cuya sede se encuentra junto al mercado de Fondo. Jinyun Ye tiene 43 a?os y lleg¨® aqu¨ª hace ya 19 procedente de la provincia china de Zhejiang. Est¨¢ sentado en uno de los tres enormes sof¨¢s rojos que hay en el espacioso y desocupado recibidor de su asociaci¨®n. Junto a ¨¦l, un hombre que hojea en silencio un diario oriental parece perseguir con una sonrisa todo lo que Jinyun Ye va diciendo. Tras ambos, est¨¢n sujetas a la pared la bandera catalana y la bandera china, ¨¦sta de campo rojo, con cinco estrellas de cinco puntas: la estrella mayor representa al partido comunista y las otras cuatro que la rodean simbolizan al pueblo. "Hay alrededor de 16.000 habitantes chinos entre Badalona, Santa Coloma y Sant Adri¨¤ de Bes¨°s. Muchos tienen comercios, pero la mayor¨ªa tiene empresas o trabaja en talleres de confecci¨®n. Los trabajadores chinos hemos venido para ayudar a los espa?oles. La mensualidad de un espa?ol apenas da para 30 d¨ªas. Nosotros fabricamos productos m¨¢s baratos, ponemos restaurantes m¨¢s baratos, abrimos tiendas m¨¢s baratas, de todo a 20 duros, para que los espa?oles puedan llegar a fin de mes". Jinyun Ye cuenta que, como la generalidad de sus compatriotas, tuvo enseguida el convencimiento de que se hab¨ªa instalado aqu¨ª para toda la vida, y poco a poco ha ido tray¨¦ndose a su familia. "Mi padre, no. Muri¨® en China". En un extremo del local, hay un televisor conectado a la NTDTV (New Tang Dynasty Television), una cadena norteamericana que emite en lengua china v¨ªa sat¨¦lite. En otro extremo, una secretaria teclea en un ordenador de pantalla plana. De un destartalado expositor de prensa cuelga un paraguas con el contorno de una ciudad asi¨¢tica estampado en su tela azul. Hay un tel¨¦fono m¨®vil olvidado en una mesita. "La actual ley de regularizaci¨®n no es buena", expone Jinyun Ye: "Las leyes son cada d¨ªa peores en Espa?a". Jinyun Ye es de complexi¨®n vigorosa y lleva una camiseta roja de manga corta que la destaca. Del cintur¨®n le cae un llavero con el logotipo de la Mercedes. "China es un pa¨ªs importante. Inglaterra le ha devuelto Hong Kong; Portugal le ha devuelto Macao. China es un pa¨ªs famoso, y por eso miran con lupa todo lo que hacemos. Los chinos somos un poco como Michael Jackson".
En un banco de la plaza del Reloj, un joven chino se come un cruas¨¢n al indolente sol de la ma?ana. Los Mossos d'Esquadra le observan desde su coche. Un anciano con una medalla de la Virgen en la solapa pasea su perrito. Otro se?or mayor, con el escudo del Real Madrid cosido a la pechera de su chaleco acolchado, se ha enfrascado con el quiosquero en una conversaci¨®n banal, y arriba y abajo andan ociosos los pensionistas, m¨¢s o menos uniformados con sus gorras de visera (a cuadros, de pana, de milrayas), la chaquetilla de punto y la funda de las gafas asomada al bolsillo de la camisa. En esta plaza hay una inmigraci¨®n que ya se ha jubilado y que contempla a la que ha venido de a¨²n m¨¢s lejos para relevarla.
Dos gitanos empujan sus carricoches cargados de macetas y de flores por en medio de esas calles tan empinadas que suben al barrio de Lloreda, ya en Badalona, y pasan por ellas como pagodas flotantes. Cerca de la autoescuela An-L¨¦, se encuentra la zapater¨ªa Kangnai, y el videoclub locutorio Bangla Telecom, y la peluquer¨ªa Douieb Said, y el restaurante marisquer¨ªa Fu Lin, y el bar Latino Kebab (con el don de la sinestesia en su nombre), y una carnicer¨ªa halal (lo halal es lo permitido por la ley cor¨¢nica), y tambi¨¦n la carnicer¨ªa Victoria, que vende un cusc¨²s elaborado en Casablanca (en un papel pegado con celo a su fachada, un tal Hamid se ofrece para reparaciones de fontaner¨ªa y de gas), y junto al bar Alhambra, que abri¨® antiguamente un emigrante andaluz, un comerciante marroqu¨ª ha puesto el bazar Al-Andalus, y lo ha llenado de alfombras, cojines, pipas de agua, taraceado. Tambi¨¦n est¨¢ por all¨ª el bar La Escapa¨ªta, ahora lo llevan unos chinos y as¨ª se ha convertido en una casa de comidas china (no en un restaurante chino), y tras sus claras cristaleras se ven las mesas de formica ocupadas por cuencos y palillos, y a los chinos curvados sobre ellas comiendo sus tallarines con los ojos cerrados.
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