Naci¨®n
Antes Espa?a era una, ahora son muchas. Entreteng¨¢monos unas l¨ªneas en lo que, en principio, parece aplastantemente obvio. No existe naci¨®n ni tribu ni familia en el mundo que no sean plurales. La alegre Alemania del sur gusta de guardar distancias con el norte adusto. Las diferencias entre norte y sur son m¨¢s marcadas todav¨ªa en Italia y en esta idiotez se fundamenta, de labios afuera, el separatismo de Bossi.
A los autores de la Espa?a una no pod¨ªa escap¨¢rseles el hecho de las diferencias geogr¨¢ficas, urban¨ªsticas, ling¨¹¨ªsticas ni de costumbres y tradiciones. En realidad, el m¨¢ximo exponente de la Espa?a eterna, Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo, fue un gran regionalista, sobre todo santanderino y catal¨¢n. Pero ¨¦l y sus cong¨¦neres ve¨ªan la unidad del conjunto en un hecho indestructible: la ortodoxia cristiana medieval, la convicci¨®n de que todos los logros hist¨®ricos espa?oles eran debidos al m¨¢s acendrado catolicismo anterior a la Reforma. La "heterodoxia", ajena al esp¨ªritu nacional, fue un accidente hist¨®rico, si bien en su misma ¨¦poca (la de don Marcelino) no debi¨® parecer tan accidental, dado el revuelo hostil causado por las pretensiones de dominio terrenal del papa P¨ªo IX.
Que existan diferencias, incluso irreductibles, es un dato inconcluyente. Hemos le¨ªdo docenas de veces que las Fallas son una fuerte se?a de identidad del pueblo valenciano. Pero son escasas las personas que no maldicen de tanto estruendo, de tanta calle cortada, de tanto petardo suelto y, en fin, de tanto abuso. Casi todos los que pueden se refugian en su segunda vivienda o se van de viaje. Aunque h¨¢gase un buen sondeo y ganar¨¢n las Fallas. Las tradiciones se pregonan por pura inercia o por mala conciencia, pero con escasas resonancias internas. Hoy el esp¨ªritu colectivo es una proyecci¨®n de los distintos talantes individuales. Todos coinciden en querer un coche, la diferencia consiste en qu¨¦ clase de coche quiere cada uno.
Si la Espa?a una era tonter¨ªa, la plural encierra una trampa, pues la pluralidad del conjunto no entra?a necesariamente una pluralidad compatible de todas las partes. Unos pueden concebir las diferencias como anecd¨®ticas, otros como esenciales. A un futbolista vasco le preguntaron c¨®mo se sent¨ªa al encajar un gol y contest¨® -cr¨¢neo privilegiado- que no sab¨ªa como se siente un portero espa?ol, pero ¨¦l... Y se arranc¨® con las vulgaridades de rigor. Por lo visto, o ¨¦l era un marciano o lo eran los dem¨¢s. Un peligro de la propaganda nacionalista es que las v¨ªctimas terminen por creerse cualquier cosa que los amos les machaquen a conciencia. As¨ª, con perseverancia y suerte, se puede construir un esp¨ªritu nacional, si es que la naci¨®n existe.
Escribe C¨¦sar Antonio Molina: "La visi¨®n atl¨¢ntica es distinta de la mediterr¨¢nea, en vez de m¨¢rmoles tenemos piedras, acantilados y en nuestras playas las mareas suben y bajan. Es una manera distinta de ver el mundo, tenemos bosques, nieblas, el mar es infinito y la naturaleza conforma una entidad antropol¨®gica diferente. Y quienes escribimos en castellano siendo gallegos, tambi¨¦n lo hacemos desde esta patria tel¨²rica igual que los que escriben en gallego".
Esto es una desvalorizaci¨®n de la que para muchos es la principal se?a de identidad, la lengua. Pero no me interesa demasiado ese matiz y prefiero referirme al resto del p¨¢rrafo. La descripci¨®n apasionada del entorno f¨ªsico es alucinante. ?Una entidad antropol¨®gica diferente! Me cri¨¦ entre monta?as y entre tierras pobres con cultivos en terraza. En el transcurso de mi vida y durante periodos de a?os, he vivido en distintos entornos naturales. Ninguno ha dejado en m¨ª la menor huella. Es evidente que en otros s¨ª. Pero son percepciones psicol¨®gicas que juegan un papel secundario en la estructura de la personalidad. Que a m¨ª una sierra calva me inspire menos recelo -incluso una vaga sensaci¨®n de insignificancia- que una sierra arbolada no a?ade ni quita nada a mis ideas, y, sobre todo, a mi sistema de valores. As¨ª que donde menos mal me encuentro es donde haya m¨¢s justicia social, o sea, mejor distribuci¨®n de la riqueza, mejor cuidado de los d¨¦biles, mejor protecci¨®n de ancianos y ni?os, todo eso.
Cl¨ªstenes fue el inventor de la naci¨®n a trav¨¦s del Estado, si por naci¨®n entendemos la fusi¨®n de tribus, patrias y dem¨¢s, en una sola unidad pol¨ªtica. De modo que, en su caso, el Estado precede. En cierto modo, Hobbes postul¨® una idea parecida. El hombre aislado es v¨ªctima de la enfermedad y de la violencia, por eso decide unirse por medio de un contrato social. Un contrato entre hombres, no entre hombres y un soberano. El soberano es nombrado despu¨¦s, como garante del contrato previo, que tiene la obligaci¨®n de observar escrupulosamente. De ah¨ª se deriva la pluralidad del conjunto, el individualismo, pues los hombres se unen para ejercer su diversidad en armon¨ªa, no atenazados por instituci¨®n intermedia alguna; un verdadero peligro para la paz social, es decir, para lo que se pretende conseguir con el contrato. Hobbes pensaba en conflictos tales como los de la aristocracia contra la burgues¨ªa o la Iglesia contra el Estado.
Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, presidente del Gobierno, le pide al PP que se deje de "fundamentalismos" al hablar de Espa?a. En realidad, nos lo pide a todos: "Quiz¨¢s no existe un concepto tan discutido en la teor¨ªa pol¨ªtica y en la ciencia constitucional como el de naci¨®n, y es algo que sabe en efecto cualquier estudiante de Derecho". No lo entendieron as¨ª los nacionalistas de uno y otro cu?o, todos ellos (gallegos, castellanos, catalanes, vascos) herederos de Men¨¦ndez y Pelayo, quien profesaba la doble nacionalidad de un conjunto "eterno". Remach¨® Zapatero: "Invito a su grupo (el PP) a que contribuya a que cuanto antes tengamos un Senado constitucionalmente como C¨¢mara de representaci¨®n territorial". Quiz¨¢s me digo, de ah¨ª brotar¨ªa esa solidaridad psicol¨®gica, esa empat¨ªa que a m¨ª se me antoja lo m¨¢s cercano a eso que laxamente llamamos naci¨®n.
O no. Pues sin el inter¨¦s de la c¨²spide, la base s¨®lo sirve de montura. Aunque a veces ?misteriosamente? esta base se sulfura y pone todo patas arriba.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras
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