Dos capitales, dos mundos
Una quietud extra?a se percibe nada m¨¢s aterrizar en el aeropuerto de Pyongyang, donde descansan varios aviones de Air Koryo, la compa?¨ªa nacional de Corea del Norte. La peque?a terminal de aspecto provinciano se alcanza a pie. Pasado el control de pasaportes, dos operarios enguantados se esfuerzan por colocar en la diminuta cinta transportadora los enormes bultos y maletones que han tra¨ªdo los pasajeros, entre los que se encuentran funcionarios con corbata y el pin en la solapa con la imagen del fallecido presidente Kim Il Sung; residentes en otros pa¨ªses que van a visitar a sus familiares y occidentales empleados en las diversas organizaciones humanitarias internacionales que operan en el pa¨ªs. Otros trabajadores se dedican a apilar las cajas de pl¨¢tanos que ven¨ªan en la bodega del avi¨®n y que pasar¨¢n al nuevo mercado de consumo, con que el que el Gobierno ha legalizado el rampante contrabando.
En Pyongyang hay que depositar los m¨®viles y las radios de onda corta al llegar al aeropuerto
Decenas de personas se agolpan al otro lado de la endeble pared -mitad de madera, mitad de cristal- que separa a los reci¨¦n llegados de quienes han venido a recibirles. Un panel en la pared informa de los vuelos del d¨ªa: dos. Los martes y los s¨¢bados son las jornadas regulares de actividad del aeropuerto: salen uno o dos aviones hacia Pek¨ªn, que vuelven horas despu¨¦s. A veces tambi¨¦n se vuela a algunas ciudades del noreste del pa¨ªs e incluso a Bangkok, pero no se sabe cu¨¢ndo.
El tr¨¢fico a¨¦reo del aeropuerto internacional Incheon, cercano a Se¨²l, es, por el contrario, intens¨ªsimo. Inaugurado en 2001, sus instalaciones son de las m¨¢s modernas del mundo y est¨¢n envueltas en una amplia estructura de acero y cristal. Corea del Sur cuenta con dos l¨ªneas a¨¦reas nacionales: la KAL y Asiana, pero, adem¨¢s de ¨¦stas, en Incheon, como en cualquier otro aeropuerto de una capital importante, operan multitud de aerol¨ªneas internacionales.
Conforme el viejo Mercedes de color naranja avanza por la autopista que conduce al centro de Pyongyang, la sensaci¨®n de vac¨ªo se hace m¨¢s angustiosa. Apenas hay tr¨¢fico, ni siquiera bicicletas; s¨®lo algunos viandantes. En Incheon te recomiendan desplazarte al centro en la red de autobuses que con puntualidad milim¨¦trica salen del aeropuerto hacia los distintos barrios de Se¨²l, donde lo que agobia es el tr¨¢fico infernal. Los principales hoteles de la capital surcoreana tienen una parada en su puerta y la recepci¨®n tambi¨¦n aconseja y vende los billetes de este medio de transporte para desplazarse al aeropuerto, pese a que muchos hoteles disponen de una dotaci¨®n concertada de taxis de lujo que, aparte de que el precio es m¨¢s del doble, s¨®lo se diferencian de los dem¨¢s en que se pueden tomar en la puerta del establecimiento. Todos los taxis est¨¢n dotados de un servicio gratuito de interpretaci¨®n a trav¨¦s del m¨®vil del conductor.
En Pyongyang no hay m¨®viles y, si hay taxis, no los vi. Los m¨®viles est¨¢n prohibidos desde el a?o pasado y, al igual que las radios de onda corta, es obligatorio depositarlos en el aeropuerto a la llegada. En Se¨²l, sin embargo, el m¨®vil se ha convertido en una herramienta tan imprescindible que las habitaciones de muchos hoteles los incorporan para el uso de los clientes, sin otro cargo que el habitual de otras llamadas. Por supuesto, no hay hotel que se precie que no tenga Internet en las habitaciones, por banda ancha o sin cables. En el Norte s¨®lo existe una peque?a red interna, Intranet, con la que se comunican entre s¨ª los ministerios e instituciones. A lo m¨¢s que puede aspirar un hotel de Pyongyang es a tener agua caliente y electricidad, lujos que se permiten pocos y no todo el a?o.
En Se¨²l parece no existir el pasado. Todo es nuevo. Desde los impresionantes rascacielos al parque automovil¨ªstico o el metro, con sus 263 estaciones. En Pyongyang, con dos millones de habitantes, se vive en el recuerdo continuo de la guerra contra los japoneses. Los edificios m¨¢s modernos son de hace 20 a?os. El metro tiene dos l¨ªneas en forma de aspa y una veintena de estaciones. La publicidad es la reina de Se¨²l, que incita al consumo a sus 10 millones de habitantes desde las grandes pantallas que pueblan sus avenidas. En Pyongyang no hay m¨¢s culto que el de Kim Il Sung, el fundador de la patria, y su hijo Kim Jong Il, cuyas sonrisas se repiten en plazas y edificios. Frente al lujo y el dise?o de los escaparates de Se¨²l, Pyongyang ofrece unas cortinillas blancas que tapan las verg¨¹enzas de las desabastecidas tiendas. Son las mismas cortinillas con que cubren sus excesos de cervezas importadas y otras regal¨ªas los m¨²ltiples restaurantes surgidos desde la reforma econ¨®mica de 1998, que ha ayudado a poner fin a la hambruna en la que murieron casi un mill¨®n de personas en los tres a?os anteriores. En ¨¦stos se paga en divisas o al cambio no oficial. Es decir, a 3.400 won por un euro, en lugar de los 170 oficiales.
Los j¨®venes de Se¨²l, como Winnie, de 22 a?os, sue?an con un trabajo bien remunerado. Los de Pyongyang, como Il Chon, de 25, con pel¨ªculas y libros extranjeros. El ansia de saber lo que ocurre a tan s¨®lo 240 kil¨®metros, la distancia que separa las dos capitales, ha comenzado a filtrarse por los barrotes del r¨¦gimen. En la Facultad de Lenguas Extranjeras de Pyongyang, m¨¢s de la mitad de los 1.800 alumnos estudian ingl¨¦s.
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