Menos ex¨¢menes y m¨¢s educaci¨®n
De verdad, si por algo no me gustar¨ªa retroceder a la edad escolar es por no volver a examinarme. Me costaba una enfermedad pensar que se iban a dar cuenta de que no sab¨ªa nada y que lo poco que sab¨ªa no ten¨ªa mucho que ver con lo que me preguntaban y que aquello iba a trascender a mis padres, t¨ªos, abuelos, amistades, al vecindario y al mundo entero, porque los padres para no contar sus propias cosas tienden a contar las de los hijos y porque es algo que se acaba sabiendo, las notas de unos y de otros, su rendimiento, su inter¨¦s, digamos que el ni?o va trabaj¨¢ndose una cierta fama que le allanar¨¢ u obstaculizar¨¢ el camino en las aulas. Mi hermano mayor, que ya hab¨ªa superado aquella fase, sol¨ªa aconsejarme que no pasara inadvertida, que me vistiera con colores vivos, que me sentara en primera fila, que aunque me aburriera hiciera como que estaba atenta, que mostrara curiosidad y, sobre todo, que preguntara para hacer o¨ªr mi voz. Se me dir¨¢ que ?vaya consejos!, pero m¨¢s me valdr¨ªa haberlos seguido. Y es que el colegio no es s¨®lo un lugar para hacer acopio de conocimientos, sino un reflejo de lo que hay fuera y, sobre todo, no se ha inventado otra forma mejor de arrancar a vivir y a reconocernos a trav¨¦s de los defectos y cualidades de los otros, de compa?eros y profesores.
Y hablando de profesores. Recuerdo con cari?o a los que se crec¨ªan y brillaban cuando ense?aban y con desagrado a los que nada m¨¢s se crec¨ªan cuando examinaban. Y es que el momento del examen era un momento revelador en que todos nos transform¨¢bamos. Hab¨ªa alg¨²n profesor o profesora que sacaba lo peor de s¨ª y se convert¨ªa en un ser distante y receloso que escudri?aba en las cajoneras, papeleras y en nuestras retinas. Nosotros instant¨¢neamente pas¨¢bamos a ser sospechosos y med¨ªamos los movimientos y gestos como si pudieran delatarnos. Sab¨ªamos que si no se nos vigilaba ser¨ªamos capaces de cualquier cosa. Incluso a los que estudiaban de verdad y ten¨ªan la conciencia limpia como una patena algo les imped¨ªa actuar con naturalidad. Fuera cuadernos, fuera libros. No hay momento m¨¢s solitario en la vida que ese en que te quedas mano a mano con tu propio cerebro reblandecido y un bol¨ªgrafo sobre el folio en blanco. Hab¨ªa llegado la hora de la verdad, la hora en que a los d¨¦biles nos sudaban las manos y los fuertes abr¨ªan con pasmoso aplomo las carteras y copiaban directamente del libro. C¨®mo admiraba su control de la situaci¨®n, su temperamento, en esos momentos habr¨ªa puesto mi vida en sus manos. Me los imaginaba cirujanos o controladores a¨¦reos, gente a la que no le tiembla el pulso. A los d¨¦biles se nos aceleraba el coraz¨®n, los fuertes desarrollaban una vista y un o¨ªdo completamente animales y eran capaces de leer lo que otros escrib¨ªan a considerable distancia. Qu¨¦ diferencia con los que ped¨ªan socorro con la mirada. Pero tambi¨¦n estaban los que generosamente giraban la hoja para que copiaras. Estos ¨²ltimos son los que siempre han mantenido mi fe en el ser humano.
No era ¨²nicamente un examen, era una prueba de supervivencia, que nos ha dejado marcados de por vida. A unos se nos ha quedado cara de examinados y a otros de examinadores. Y que cada cual se coloque en el lado que le corresponda. Hay gente normal que hasta cuando te pregunta la hora parece que te est¨¦ examinando. ?Por cu¨¢ntas de estas pruebas pasa un estudiante a lo largo de toda una primaria, una secundaria y la universidad, am¨¦n de que no le d¨¦ por hacer oposiciones? ?De verdad son necesarios tantos ex¨¢menes? ?No es una forma de tener al alumno acobardado? ?No es un modo de tapar las carencias del sistema? ?Se aprende para saber o se aprende para examinarse? No contesten porque esto no es un examen.
Por no mencionar las secuelas, tipo s¨ªndrome de Estocolmo, que puede dejar o de las adicciones que puede crear, porque hay algo de azar y de excitaci¨®n en esa situaci¨®n que puede llevar a algunos a examinarse m¨¢s de la cuenta. Estoy pensando en una chica que no hace mucho sali¨® en televisi¨®n confesando que hab¨ªa estudiado 20 carreras. ?C¨®mo puede uno voluntariamente someterse a un rito tan agresivo una y otra vez? Por mi parte, todav¨ªa me despierto sobresaltada, cuando he cenado mucho, creyendo que tengo que examinarme del carn¨¦ de conducir. Por fortuna, no tengo ya 11 a?os y no he tenido que someterme a esa pol¨¦mica prueba de sexto, convocada por la Consejer¨ªa de Educaci¨®n de la Comunidad de Madrid, que no se sabe bien para qu¨¦ sirve, salvo para crear m¨¢s ansiedad en los de siempre.
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