Rijkaard y la otra v¨ªa holandesa
Cuando Frank Rijkaard aterriz¨® en Barcelona todo fueron sospechas: su curr¨ªculo como t¨¦cnico se limitaba a un fracaso con la selecci¨®n holandesa y a un descenso con el Sparta de Rotterdam; llegaba como el telonero de Ronald Koeman -el preferido-; su cuna holandesa le pon¨ªa en la diana ante la grada, hastiada de los tulipanes de la era Gaspart, y sus lazos con Johan Cruyff -su padrino ante el presidente Laporta- le convert¨ªan en ap¨®stol del profeta y, por tanto, hereje del vangaalismo. En definitiva, se dec¨ªa, llegaba un entrenador menor enchufado por Cruyff, ese demonio mu?idor, seg¨²n el cat¨¢logo de un sector del barcelonismo. Y Rijkaard, lejos de amplificar su fant¨¢stica hoja de servicios como futbolista, pis¨® el Camp Nou de puntillas, con todos los focos en direcci¨®n a Ronaldinho, el genio alistado por Sandro Rosell, entonces bipresidente.
Despu¨¦s de tres temporadas de tinieblas, en la 2003-04 Rijkaard aguant¨® el chaparr¨®n como pudo y tard¨® una vuelta en forjar el equipo que un curso despu¨¦s se convertir¨ªa en campe¨®n. Nunca, ni cuando la v¨ªa probrasile?a del palco azulgrana desliz¨® por todos los rincones el nombre de Scolari, ni ahora que est¨¢ en la caravana triunfante, Rijkaard perdi¨® la compostura. Siempre mesurado y sin perder jam¨¢s las formas, el holand¨¦s sostuvo un credo moderado ante jugadores, directivos y periodistas. Lejos del volc¨¢nico Van Gaal y el ¨¢cido Cruyff, Rijkaard abri¨® una nueva v¨ªa holandesa que ha resultado crucial para el equipo y la instituci¨®n. Dialogante y sensato, la normalidad de Rijkaard cal¨® en un club proclive a las tormentas, a entornos fantasmales y otras derivadas. De entrada, en la pizarra, el rasta holand¨¦s fumig¨® al 4 -puesto fetichista en el Camp Nou desde Milla hasta Guardiola-, dio carrete a un novato como portero -posici¨®n en la que se electrocutaron unos cuantos desde Zubizarreta- y desplaz¨® a la superestrella a la banda izquierda -hueco problem¨¢tico desde el experimento de Van Gaal con Rivaldo-.
El temperamento de Rijkaard sofoc¨® cualquier atisbo de rebeli¨®n. El equipo cuaj¨® una extraordinaria segunda vuelta y el m¨ªster se limit¨® a pasar por ventanilla para solicitar dos ingresos: el de Edmilson y el de Larsson. Del resto se encarg¨® la directiva. Y ni siquiera cuando perdi¨® por lesi¨®n a sus dos fichajes, a su medio centro preferido (Motta) y a su comod¨ªn (Gabri), Rijkaard perdi¨® el norte. Mantuvo la calma, tir¨® de las soluciones m¨¢s l¨®gicas (M¨¢rquez y Oleguer) y el equipo no perdi¨® el pulso. Como tampoco se desquici¨® el t¨¦cnico cuando en el mercado de invierno sus opiniones (favorables a Iaquinta y no a Maxi L¨®pez) apenas contaron. Ni un verbo contra la directiva, ni un lamento. ?l se las ingeni¨® con Messi y Dami¨¤ cuando fue menester. Y sin rechistar.
Llegados los dos momentos clave de la temporada, de nuevo la calma chicha del entrenador result¨® capital. Ni el mism¨ªsimo Mourinho le alter¨® las neuronas pese a su hist¨¦rico empe?o. El Bar?a cay¨® con el Chelsea fiel a su estilo y al de su t¨¦cnico, que no se excus¨® en las tretas de su colega portugu¨¦s o en el despiste arbitral en el ¨²ltimo tanto del equipo londinense. Hist¨®ricamete apegado a buscar cualquier coartada, el Bar?a mantuvo el temple de Rijkaard, sin desviar un cent¨ªmetro su vista del frente de la Liga. Un torneo en el que el Madrid, superados los azotes de Tur¨ªn y Getafe, remont¨® el vuelo de forma imprevista. En Madrid se atiz¨® la caldera -incluidos los medios del propio club- y el Bar?a, como en tantas otras ocasiones, pudo sentirse abrumado por su ilustre perseguidor. Pero nadie se raj¨®. A Rijkaard le bast¨® dar un toque de humildad a la plantilla tras la goleada de Chamart¨ªn. Y lo hizo en privado, a puerta cerrada, sin estridencias. "No podemos relajarnos", vino a decir con ese hilillo de voz poco timbrada que sirve de valium a sus chicos y resto de interlocutores. Asunto zanjado. El equipo se parapet¨® en el bals¨¢mico discurso de su entrenador y nadie ech¨® un vistazo al puente a¨¦reo. Ronaldinho recuper¨® su sonrisa, Eto'o mantuvo su fiereza y Rijkaard, excelente gestor del ¨¦xito, se situ¨® m¨¢s que nunca en un plano secundario. Deleg¨® en sus jugadores, ante los que nunca sac¨® pecho, a los que jam¨¢s puso en el disparadero. As¨ª se gan¨® la total credibilidad de los futbolistas, tan sensibles ellos a compartir la pasarela con el inquilino del banquillo. Bajo esta pi?a, el div¨¢n de Rijkaard ha resultado decisivo para el t¨ªtulo y, lo que es m¨¢s importante, para el Bar?a: el club ha dado con un gu¨ªa siempre positivo, nada prof¨¦tico. La otra v¨ªa holandesa s¨ª que existe. Y Rijkaard es su mejor mes¨ªas.
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