"No puedo m¨¢s. Esto no es vivir. Quiero despedirme de mis hijos y descansar"
Cuando a Ana Carbajo le dijeron que la causa de esa tos que no se iba era un c¨¢ncer de pulm¨®n, se derrumb¨®. Le vino a la cabeza la imagen de su t¨ªa Josefina: hab¨ªa muerto de la misma enfermedad, pero lo peor, y eso lo hab¨ªa visto Ana, es que falleci¨® literalmente ahogada, presa de la angustia de que no le alcanzase el aire. "Yo no quiero que me pase eso", le rog¨® a su hijo Luis Guerra, "no quiero sufrir".
"Mam¨¢, yo te prometo que no vas a sufrir", le respondi¨® ¨¦l.
Aquel d¨ªa de mayo de 1997, Luis perdi¨® el sue?o. Es asesor fiscal, tiene dos hijos y dirige una empresa con 30 empleados, pero siempre hab¨ªa dormido bien. Se obsesion¨® con cumplir aquella promesa. Y lo hizo: dos a?os despu¨¦s, su madre, deshauciada y muy deteriorada, muri¨® en su propia cama. Su angustia fue aliviada por una sedaci¨®n terminal.
"Ll¨¢malo como quieras. Ll¨¢malo eutanasia. Pero mi madre muri¨® de c¨¢ncer"
Cuando le diagnosticaron el c¨¢ncer, Ana estaba en la mitad de la cincuentena, y hab¨ªa sido de esas madres que te muestran que las monta?as est¨¢n ah¨ª y te animan a que las subas, pero no te llevan de la mano. "No nos hizo la vida f¨¢cil", rememora Luis, que ahora tiene 38 a?os, "llegabas con unas notas estupendas y te dec¨ªa: 'No esperes que yo me sienta orgullosa, si¨¦ntete orgulloso de t¨ª mismo, es tu vida'. La verdad es que nos ense?¨® a ser adultos". Ana era una maestra vocacional que estudi¨® la carrera despu¨¦s de tener a sus cinco hijos, entre quienes construy¨® el fuerte nexo que ahora les une. Y fue tambi¨¦n una superviviente. Veinte a?os atr¨¢s, con los ni?os muy peque?os, hab¨ªa sufrido un c¨¢ncer de mama, pero ella, que era recia, y dura, y muy castellana, sigui¨®. Aprendiendo. Aprendi¨® a jugar al tenis con cuarenta a?os. Hac¨ªa poco tiempo que se hab¨ªa aficionado al golf.
A Luis le gustaba ir a merendar con ella, como cuando volv¨ªa de la facultad. Entre el caf¨¦ y las madalenas, hablaban de amor, de Dios, de sexo. Muchas tardes, la vida pasaba por encima de la mesa de aquella cocina. Mientras tanto, Ana se someti¨® a quimioterapia e intent¨® seguir con su vida: cuando se le cay¨® el pelo se compr¨® una peluca, y la llev¨® sin complejos. Cuando pod¨ªa se iba a su casa de Mallorca y jugaba al golf. Alguna vez se lleg¨® a desmayar en el campo. Pero se levantaba y volv¨ªa a tomar los palos.
Hasta que, dos a?os despu¨¦s, la sesi¨®n de quimioterapia prevista no lleg¨® a ser suministrada. "Los m¨¦dicos dijeron que no pod¨ªan hacer nada m¨¢s por ella. Digamos, por hacer un s¨ªmil, que su coche se hab¨ªa colocado cuesta abajo y se iba a estrellar. Puedes ir viendo lo que ocurre mientras te deslizas hacia el fin e ir pisando el freno. O dejar que descienda a tumba abierta. Mi madre quer¨ªa eso. No quer¨ªa frenos", explica Luis.
"En el momento en el que no pueda ir sola al ba?o, me dejais en paz", hab¨ªa dicho Ana a sus hijos. Ese momento se acerc¨® en agosto de 1999. Hab¨ªa pasado las vacaciones en el pueblo leon¨¦s donde naci¨®. Cuando volvi¨® a Madrid, ya no se levant¨® de la cama. No quiso ingresar en el hospital. Les mandaron un m¨¦dico y un asistente social de Cuidados Paliativos. Pero ella quer¨ªa, de alguna manera, levantar el pie del freno. Esos d¨ªas, sus hijos le llevaban al ba?o. Ella, una coqueta impenitente, ve¨ªa la imagen que devolv¨ªa el espejo y se derrumbaba.
Meses atr¨¢s alguien les hab¨ªa pasado el tel¨¦fono de Fernando Mar¨ªn, el responsable de Encasa,una asociaci¨®n que provee cuidados paliativos a domicilio. Ana, que sufr¨ªa met¨¢stasis cerebral, tal y como la vio Mar¨ªn aquel septiembre, no com¨ªa, no dorm¨ªa, tampoco pod¨ªa leer, sent¨ªa na¨²seas, mareos y sufr¨ªa episodios de desorientaci¨®n. Cuando conversaron, dijo al m¨¦dico: "No puedo m¨¢s. Esto no es vida. Quiero despedirme de mis hijos y descansar".
Fernando sostiene que la sedaci¨®n terminal estaba indicada por sufrimiento psicosocial, uno de los casos que los expertos contemplan en un porcentaje importante de casos (del 21% al 54%, dependiendo del estudio). "Ana no ten¨ªa dolores", recuerda Mar¨ªn, "pero ya no pod¨ªa m¨¢s. Era una mujer que quiso tener el control de su vida hasta el final. Deseaba morir sin sueros, ni sondas, ni pa?ales. Si no se le hubiera sedado, habr¨ªa vivido quiz¨¢ algunos d¨ªas m¨¢s. Pero no mucho m¨¢s". "Se ha tenido en cuenta su derecho de autonom¨ªa, las instrucciones previas que ella hab¨ªa dado a sus hijos y que repet¨ªa constantemente", dictamina la experta en Bio¨¦tica Carmen S¨¢nchez Carazo. "En sus ¨²ltimos d¨ªas de vida, seg¨²n los cl¨ªnicos, con un importante estado de angustia psicol¨®gica y ansiedad, fue sedada. ?ticamente, se ha respetado el derecho-principio de beneficencia (paliar el dolor f¨ªsico y ps¨ªquico) y el derecho-principio de autonom¨ªa (tener en cuenta las decisiones previas). Legalmente, se ha procedido a quitar su dolor psicol¨®gico y angustia inaguantables."
Un d¨ªa, Ana convoc¨® a sus hijos para despedirse. El recuerdo de aquella tarde provoca l¨¢grimas en Luis. "No quiero morirme", les dijo llorando, "porque todav¨ªa me quedan muchas cosas por hacer. Me gustar¨ªa ver crecer a In¨¦s [la hija reci¨¦n nacida, entonces, de Luis]". Sus cinco hijos se comieron el llanto y le dijeron que les mirase, que todos ten¨ªan una vida digna, que estaban all¨ª, junto a ella. "S¨ª, pero a¨²n no he disfrutado de cosas que querr¨ªa disfrutar", respondi¨®, "y s¨¦ que me voy a morir". Al d¨ªa siguiente, Fernando le puso una v¨ªa y explic¨® a los hijos qu¨¦ f¨¢rmacos deb¨ªan inyectarle. Ana se durmi¨®. Al cabo de dos d¨ªas, muri¨®. Sonriendo. Ten¨ªa 59 a?os.
Desde entonces, todos los diecinueves de septiembre, Luis se toma el d¨ªa libre, pasea, visita a sus t¨ªas y piensa en Ana. "Haber podido cumplir mi promesa hace que ahora pueda hablar de mi madre as¨ª, con la serenidad con la que que hablo", dice. "En Nepal vi una pira funeraria y a unos ni?os jugando con el brazo del cad¨¢ver. Entend¨ª que, en esas culturas, la muerte convive con la vida. Y yo pienso que la muerte es parte de la vida. Hay que mirarla de cara, como mi madre. Ella tuvo una muerte digna. Puedes llamarla como quieras, le puedes llamar eutanasia, pero mi madre muri¨® de c¨¢ncer". Dolores Vila-Coro, catedr¨¢tica de Bio¨¦tica y Biojur¨ªdica de la Unesco, considera que no se trata de un caso de eutanasia, sino de sedaci¨®n terminal: "La eutanasia es inyectar un f¨¢rmaco que produce la muerte directa, a las pocas horas. Esta mujer tard¨® en morir unos d¨ªas, como ocurre en la sedaci¨®n terminal. La angustia es una forma de dolor y ella sufr¨ªa angustia ag¨®nica o preag¨®nica".
Luis se mueve por Madrid en moto. "Antes dec¨ªa que quer¨ªa morir en un accidente. Un instante y ya est¨¢. Pero despu¨¦s de esta experiencia deseo hacerlo como mi madre. En mi casa, rodeado de mis hijos, durmi¨¦ndome".
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