Un dictador frente al juez
Sab¨ªa que muy pronto me encontrar¨ªa ante el ex jefe del Estado y que esta vez no ser¨ªa para hablar de ba?os de pies. Esperaba ese encuentro inevitable. Yo encarnar¨ªa la ley com¨²n ante un hombre que hasta entonces hab¨ªa mostrado un indudable gusto por los estados y las leyes de excepci¨®n. Este encuentro ser¨ªa el de la justicia ante el antiguo poder y la ley de las armas, pero tambi¨¦n el del presente que recuerda un pasado que no pasa.
Antes de proceder a la inculpaci¨®n de Augusto Pinochet, deb¨ªa decidir en primer lugar si el cuestionario que hab¨ªa intercambiado con ¨¦l durante su prisi¨®n en Londres se pod¨ªa considerar la entrevista previa que exige el c¨®digo de procedimiento penal. Llegu¨¦ a una conclusi¨®n positiva, porque el general hab¨ªa tenido el derecho a ser escuchado. El viernes 1 de diciembre del a?o 2000 proces¨¦ a Augusto Pinochet como autor intelectual de cincuenta y siete homicidios y dieciocho secuestros cometidos por el comando de la Caravana de la Muerte y acompa?¨¦ la decisi¨®n con el arresto correspondiente. El anuncio de la acusaci¨®n reson¨® como un ca?onazo, a pesar de las precauciones que implicaba la elecci¨®n de esa fecha. Y todo el mundo empez¨® a mirar hacia el artillero. Me llamaban por tel¨¦fono desde todas partes. Colegas magistrados, amigos, pol¨ªticos... Algunos me felicitaban. Otros, mucho m¨¢s numerosos, manifestaban serias reservas sobre mi decisi¨®n. Los periodistas asediaban mi casa.
'En el borde del mundo. Memorias del juez que proces¨® a Pinochet' (
Editorial Anagrama recuerda toda la trayectoria en la vida del hoy juez jubilado Juan Guzm¨¢n, que, en sus ¨²ltimos a?os de ejercicio, logr¨® procesar al ex dictador chileno. Escrito en colaboraci¨®n con Olivier Bras, en este cap¨ªtulo recuerda su primer encuentro cara a cara con Pinochet para averiguar si el dictador estaba en plenas facultades mentales para poder procesarle. El libro saldr¨¢ a la venta la pr¨®xima semana.
Hac¨ªa meses que deseaba interrogarle y hab¨ªa tenido que batallar contra sus abogados, que agotaron todos los recursos posibles para disuadirme de lograr mis fines
Este encuentro cara a cara no s¨®lo ser¨ªa la audiencia m¨¢s dif¨ªcil de mi vida de magistrado. Hab¨ªa quienes, en Chile, lo esperaban hac¨ªa casi treinta a?os
Pero la ebullici¨®n dur¨® poco tiempo. Emplazada por los abogados de Augusto Pinochet, la Corte de Apelaciones dej¨® sin efecto el procesamiento, al acoger un recurso de amparo: seg¨²n ella debiera haber interrogado al general en una audiencia cara a cara. Algunos d¨ªas despu¨¦s, la Corte Suprema confirm¨® dicha decisi¨®n; orden¨® sin embargo que deber¨ªa proceder al interrogatorio de Augusto Pinochet antes de veinte d¨ªas. Esta desautorizaci¨®n me conven¨ªa en cierto modo. Hac¨ªa meses que deseaba interrogarle y hab¨ªa tenido que batallar contra sus abogados, que agotaron todos los recursos posibles para disuadirme de lograr mis fines. La estrategia dilatoria hab¨ªa llegado a sus l¨ªmites. La Corte Suprema impon¨ªa que la audiencia se realizara a lo sumo dentro de tres semanas.
Ex¨¢menes mentales
La decisi¨®n del alto tribunal iba acompa?ada de otra recomendaci¨®n: el general, antes que nada, deb¨ªa ser sometido a ex¨¢menes mentales. La Corte Suprema se apoyaba para esto en una disposici¨®n legal que establece que todo inculpado mayor de setenta a?os debe ser sometido a ex¨¢menes mentales antes de comparecer ante la justicia. Esos an¨¢lisis debieran permitir establecer si se encontraba en plena posesi¨®n de sus facultades mentales o si sufr¨ªa alg¨²n estado de demencia que pudiera incapacitarlo para enfrentar un juicio.
En el caso del general Pinochet eran numerosos los que habr¨ªan preferido eludir las disposiciones legales en beneficio de una compasi¨®n humanitaria ad hoc. Una vez m¨¢s, asist¨ª a un desfile interminable de emisarios. Juristas y cierta cantidad de parlamentarios de la Concertaci¨®n desembarcaban de pronto en nuestro domicilio de Providencia. Nunca adelantaban una agenda precisa. S¨®lo me ped¨ªan si pod¨ªamos conversar algunos minutos. Aprovechamos la min¨²scula escalera de caracol que lleva a mi despacho en el primer piso de mi casa. Mis interlocutores empezaban la charla, invariablemente, con alg¨²n comentario sobre la decoraci¨®n del cuarto: las fotograf¨ªas de mis abuelos, las maquetas de barcos, nuestra colecci¨®n de vasijas precolombinas...
S¨®lo despu¨¦s de una progresiva entrada en materia planteaban la verdadera raz¨®n de su visita. Arrellanados en un sof¨¢ de cuero, empezaban alabando mi acci¨®n. El procesamiento de Augusto Pinochet representaba, seg¨²n ellos, una etapa decisiva en el camino contra la impunidad y un precedente de la mayor importancia para todo el mundo. Se estaba escribiendo una nueva p¨¢gina de la historia de Chile que permitir¨ªa reconciliar el pa¨ªs. Pero insist¨ªan en que hab¨ªa que saber conciliar la justicia con la paz social para que este proceso se cumpliera sin m¨¢s da?os. En otras palabras, los jueces ten¨ªan que comprender que hab¨ªa l¨ªmites que no se pod¨ªan sobrepasar, so pena de reavivar heridas todav¨ªa en carne viva.
No hac¨ªa falta decir que el general Pinochet personificaba esa l¨ªnea roja que no deb¨ªa franquearse. Mis sorpresivos visitantes present¨ªan que yo estaba arriesgando una nueva acusaci¨®n con esa audiencia. Tem¨ªan la perspectiva. Escuch¨¢ndoles, parec¨ªa que la salud del ex jefe de la junta ofrec¨ªa la ¨²nica salida honorable para todos. La justicia chilena s¨®lo tendr¨ªa que seguir el ejemplo ingl¨¦s: someter al general a una revisi¨®n completa antes de declarar y luego a un no ha lugar por razones humanitarias.
Adivinaba lo que estaba en juego en esas visitas. Poco despu¨¦s del plebiscito de 1988, apenas conocidos los primeros resultados, se esbozaron acuerdos oficiosos entre los militares y la coalici¨®n del no a Pinochet. Una de las condiciones que formul¨® la junta consideraba la inmunidad total para quien hab¨ªa sido su jefe durante casi dos d¨¦cadas. Doce a?os despu¨¦s yo era el grano de arena que imped¨ªa que los nuevos gobernantes honraran su promesa. Por este motivo, la vanguardia y la retaguardia de la Concertaci¨®n se daban cita en mi casa.
Repet¨ªa a cada uno que no me pod¨ªa apoyar en ning¨²n texto para adoptar la medida que se me suger¨ªa. Pero esto no imped¨ªa que continuara la ronda de emisarios. Cansado entonces de esta guerrilla, opt¨¦ por trasladar a la plaza p¨²blica las presiones de que era objeto. Declar¨¦ a la prensa chilena e internacional que hab¨ªa sufrido algunas que proven¨ªan de miembros del gobierno. E insist¨ª en la amenaza que esas pr¨¢cticas implicaban para el ejercicio de una justicia verdaderamente democr¨¢tica. Mi movida tuvo efectos inmediatos. Las presiones terminaron al d¨ªa siguiente y mi instrucci¨®n sigui¨® adelante.
La jugarreta de Pinochet
Despu¨¦s de nombrar un grupo de expertos para que efectuaran los ex¨¢menes psiqui¨¢tricos, neurol¨®gicos y psicol¨®gicos, determin¨¦ que ¨¦stos se efectuaran el 2 de enero de 2001 en el Hospital Militar de Santiago. Ese d¨ªa, acompa?ado de funcionarios de la polic¨ªa de investigaciones, del escribano forense y de una secretaria de la Corte de Apelaciones, esper¨¦ en vano la aparici¨®n del ex jefe del Estado. Al d¨ªa siguiente, la prensa publicaba fotograf¨ªas que mostraban que en aquel mismo momento ¨¦ste pasaba la jornada en familia en su propiedad de Los Boldos, cerca de la costa del Pac¨ªfico. Esta jugarreta demostraba el desprecio que sent¨ªa por una justicia que se cre¨ªa con el derecho a citarlo. Situaba nuestras relaciones como si fueran un pulso.
Pero los tiempos hab¨ªan cambiado. Esta desenvoltura ante el poder judicial s¨®lo pod¨ªa tornarse contra su autor. Los abogados de Augusto Pinochet adoptaron muy pronto una postura m¨¢s conciliadora. El 10 de enero anunciaron que finalmente su cliente hab¨ªa aceptado someterse a los ex¨¢menes sobre sus facultades mentales. ?stos se efectuaron algunos d¨ªas despu¨¦s.
Los expertos entregaron, bajo juramento, su informe. Diagnosticaron que el octogenario sufr¨ªa una demencia de "leve a moderada". Una vez estudiado el veredicto, estaba claro que no bastaba para poner en duda el principio de una audiencia; fijamos entonces una fecha. En virtud de un privilegio acordado por ley desde el r¨¦gimen militar en beneficio de los ex jefes de Estado y generales de las fuerzas armadas y de orden, yo deb¨ªa acudir a interrogar al general Pinochet en el lugar que ¨¦l eligiera y ¨¦l no ten¨ªa que presentarse en el palacio de justicia. Me hizo saber que nos ver¨ªamos en su casa, en Santiago.
Deb¨ª negociar con sus abogados hasta los menores detalles de mi visita. S¨®lo establec¨ª una condici¨®n. Ninguno de los cinco hijos del general pod¨ªa estar presente en la casa. Algunos hab¨ªan proferido palabras ofensivas contra m¨ª en las semanas anteriores. De ning¨²n modo iba a proceder al interrogatorio en un ambiente irrespetuoso o incluso hostil.
La audiencia m¨¢s dif¨ªcil
Ha sido sin duda una de las situaciones m¨¢s delicadas de toda mi carrera. Este encuentro cara a cara no s¨®lo ser¨ªa la audiencia m¨¢s dif¨ªcil de mi vida de magistrado. Hab¨ªa quienes, en Chile, lo esperaban hac¨ªa casi treinta a?os. El hombre que hab¨ªa derribado de manera sangrienta a Salvador Allende antes de mantener al pa¨ªs en un pu?o comparecer¨ªa ante un magistrado como cualquier inculpado por la justicia. Apenas logr¨¦ dormir un poco la noche anterior. Ignoraba qu¨¦ me esperaba en casa del general Pinochet. Hac¨ªa varios d¨ªas que algunos medios de prensa proclamaban que me har¨ªan pasar por la puerta de servicio. Alguien me hab¨ªa preguntado si eso me molestar¨ªa; le respond¨ª: "Por supuesto que no. Sigo siendo un servidor del Estado, entre por la puerta principal o por la de servicio".
Llegado el d¨ªa no hubo puerta de servicio. Mi veh¨ªculo ingres¨® por la puerta habitual, la que utilizaban tambi¨¦n la familia y los invitados. Me acompa?aba un conductor, mi actuaria (escribano forense) y la secretaria de la Corte de Apelaciones. En un segundo veh¨ªculo ingres¨® mi escolta, compuesta de dos polic¨ªas. Nos abrimos camino entre la multitud de periodistas y fot¨®grafos que se hab¨ªa situado ante la propiedad e ingresamos en un parque umbroso antes de estacionar los coches junto al portal de la finca.
Me recibi¨® el general Gar¨ªn, que me inform¨® que el general Pinochet me esperaba en el sal¨®n. Acompa?ado por la actuaria y la secretaria de la Corte, ingres¨¦ al vest¨ªbulo. All¨ª nos esperaban Miguel Schweitzer y el coronel Gustavo Collao, los abogados del general. Les seguimos e ingresamos al sal¨®n, donde estaba sentado aquel que hab¨ªamos venido a ver.
Cada uno ocup¨® un lugar en los sillones dispuestos en semic¨ªrculo. Miguel Schweitzer se mostraba particularmente obsequioso con el general Pinochet. Al menor de sus gestos, le llamaba "se?or presidente". El ambiente era distendido, casi familiar, muy distinto del que hab¨ªa previsto. Despu¨¦s de los saludos del caso y una r¨¢pida discusi¨®n acerca de las modalidades de esta actuaci¨®n, comenzamos el interrogatorio.
Solicit¨¦ a los abogados que se alejaran, pues no pod¨ªan intervenir en la audiencia. Fue breve, a lo m¨¢s de unos treinta minutos. Hice una docena de preguntas y comprob¨¦ que mi interlocutor gozaba de buena memoria. A pesar de su edad, Augusto Pinochet daba la impresi¨®n de un individuo muy despierto, con las capacidades intelectuales intactas. No pensaban lo mismo los abogados. Estaba a punto de concluir cuando los dos se me acercaron y me murmuraron al o¨ªdo: "Escuche, Juan, el general debe estar cansado. ?No ser¨¢ mejor quedar aqu¨ª?".
En realidad hab¨ªa terminado el interrogatorio y ahora ten¨ªa que transcribir las declaraciones en nuestro ordenador port¨¢til. Se nos indic¨® que pas¨¢ramos a la habitaci¨®n contigua, un vasto comedor donde nos instalamos la actuaria y yo. Desde donde estaba sentado y comenzaba a transcribir el acta, asist¨ª a una curiosa escena. Entre las dos habitaciones hab¨ªa una puerta entreabierta y por all¨ª pude ver que el general Pinochet se levantaba y caminaba, r¨¢pidamente y con soltura, hacia el otro extremo del sal¨®n. Apenas se le doblaba un tanto la espalda. Me dije que este hombre estaba mal aconsejado. No me parec¨ªa oportuno mostrar de esa manera una faceta de su duplicidad al magistrado que hab¨ªa venido a interrogarle. Quiz¨¢s no advirti¨® que le estaba viendo desde el comedor. Fuera como fuere, la escena bordeaba la parodia despu¨¦s de las numerosas advertencias de sus abogados acerca de su mala salud.
La casa del general Pinochet no era, en realidad, un lugar donde quisiera eternizarme. Sin embargo nuestra impresora hab¨ªa decidido otra cosa. Mi actuaria ten¨ªa experiencia en las jugarretas inform¨¢ticas y mec¨¢nicas de nuestro despacho port¨¢til; pero esta vez parec¨ªa triunfar la m¨¢quina. Y se sumaban los minutos, interminables. Al cabo de una hora de ensayos infructuosos, recordamos que uno de los polic¨ªas de la escolta era experto en asuntos inform¨¢ticos. Despu¨¦s de algunas manipulaciones, consigui¨® imprimir el acta del interrogatorio y pudimos volver con la cabeza en alto al sal¨®n, donde encontramos a la secretaria de la Corte de Apelaciones conversando animadamente con la mujer del general.
Me presentaron a la se?ora Pinochet, a quien conoc¨ªa por primera vez. Nos ofrecieron una taza de caf¨¦ y charlamos un momento amablemente. Despu¨¦s el general tom¨® el acta en sus manos y me dijo: "Se?or juez, tengo confianza en usted. Firmar¨¦ mi declaraci¨®n sin leerla". Nos despedimos. Una banda de partidarios del general se apart¨® al paso de mi veh¨ªculo mientras profer¨ªa toda suerte de injurias.
Toda la energ¨ªa contenida en este momento hist¨®rico se manifestaba afuera, m¨¢s all¨¢ de los muros de la propiedad de los Pinochet, en cada regi¨®n de Chile y hasta en los pa¨ªses de exilio de los refugiados pol¨ªticos. Pero en el sal¨®n del anciano general se hab¨ªa desarrollado un nuevo acto de teatro del absurdo. Un juego del gato y el rat¨®n donde ese actor hab¨ªa repetido su gracia del aeropuerto.
La tormenta pas¨® de largo
La tormenta anunciada hab¨ªa pasado de largo. Deber¨ªa haber sentido alivio. La audiencia hab¨ªa tenido lugar y todo hab¨ªa ido bien. Sin embargo, a pesar de la atm¨®sfera distendida de ese encuentro, sal¨ª de all¨ª con una sensaci¨®n ambigua entre cansancio y desencanto. (...)
Al cabo de tres d¨ªas hab¨ªa adquirido la convicci¨®n de que el general Pinochet presentaba facultades mentales normales. Los dict¨¢menes de los expertos coincid¨ªan, en lo fundamental, con mi propia apreciaci¨®n durante el interrogatorio que hab¨ªa efectuado en su casa pocos d¨ªas antes. Y adem¨¢s se reun¨ªan, en la especie, los requisitos necesarios para procesarlo. (...)
[Este segundo procesamiento tuvo lugar el 29 de enero de 2001. Las razones: presunciones fundadas que atribu¨ªa a Augusto Pinochet la autor¨ªa de 57 homicidios calificados y de 18 secuestros. El juez Guzm¨¢n orden¨®, tambi¨¦n, que el ex dictador permaneciera detenido en su propiedad de La Dehesa, de Santiago].
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