Exposici¨®n
En el verano de 1946, bajo un calor t¨®rrido que asaba a los p¨¢jaros en el aire, una mujer caminaba por el borde de una carretera descarnada de Castilla con un hatillo en la mano. Se suced¨ªan barbechos, desmontes quebrados, terraplenes, campos de trigo segado, envueltos en una pasta de luz quemada, como los cuadros del pintor Juan Manuel Caneja, que se exponen ahora en el Museo Reina Sof¨ªa. Conoc¨ª a este artista en los ¨²ltimos a?os de su vida cuando ya no hablaba nada, pero fue ¨¦l quien me cont¨® esta historia terrible. Aquella mujer ten¨ªa a su hombre en la c¨¢rcel, condenado a muerte. Despu¨¦s de andar varias jornadas lleg¨® a la prisi¨®n de Oca?a y all¨ª el funcionario le dijo que el reo hab¨ªa sido trasladado al penal de Chinchilla. El paisaje abrasado por un sol de justicia que pint¨® Caneja se perd¨ªa en el horizonte y hacia ese conf¨ªn de la Tierra camin¨® aquella mujer con el ce?o concentrado. Al llegar al penal de Chinchilla tuvo que esperar en la puerta tres d¨ªas hasta conseguir un permiso de visita, pero antes de entrar en el locutorio otro funcionario le hizo saber que su hombre no figuraba en la lista de los presos. Despu¨¦s de repasar varios expedientes mugrosos le dijo que para comunicar con su hombre ten¨ªa que ir a la prisi¨®n de Cartagena. Dorm¨ªa de noche en la cuneta y le serv¨ªa de cabezal el hatillo que llevaba atado con varias vueltas de soga. He visitado la exposici¨®n antol¨®gica de Caneja. En sus cuadros aparece el paisaje de aquella Castilla calcinada, con vol¨²menes ligeramente cubistas, reiterados, obsesivos, con alguna veta rosa o azul, que los hace vibrar de forma m¨ªstica bajo la crueldad amarilla del sol de agosto. La historia que me cont¨® el pintor Caneja contin¨²a. Al llegar a Cartagena, la mujer del preso tuvo que esperar otros tres d¨ªas en la puerta de la c¨¢rcel y cuando le franquearon la entrada, el subdirector la recibi¨® de pie en un pasillo desconchado para leerle un oficio donde pon¨ªa que el hombre que ella buscaba hab¨ªa sido ejecutado esa misma madrugada. La mujer no llor¨®. A pleno sol, junto a un leguario del camino, deshizo el hatillo, que se compon¨ªa de un traje negro, de unas medias de algod¨®n negras y de un pa?uelo negro para la cabeza; se quit¨® el vestido de lunares rojos que llevaba, se visti¨® de luto y con la soga en la mano atraves¨® el mismo horizonte fulminado para volver a casa. Estos paisajes de Caneja hoy est¨¢n sembrados de chal¨¦s adosados y de alg¨²n campo de golf, pero el dolor de una mujer a¨²n perdura en ellos como un latido que emite el fondo de la Tierra.
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