La sangre de las v¨ªctimas
Las maldiciones b¨ªblicas se han mantenido desde los or¨ªgenes del hombre y nos persiguen hasta nuestros d¨ªas.
Cuando Ca¨ªn intent¨® enga?ar a Dios ocult¨¢ndole que hab¨ªa matado a su hermano Abel, el Se?or le dijo: "La voz de la sangre de tu hermano est¨¢ clamando a m¨ª desde la tierra". No obstante, Dios le perdon¨® y le dej¨® habitar al Este del Ed¨¦n.
La historia de la humanidad est¨¢ salpicada de feroces odios fratricidas que han generado un reguero de cr¨ªmenes, que aumentaron cuando el g¨¦nero humano se multiplic¨®. A la vista de la inutilidad de la ayuda divina, los hombres establecieron sus reglas de convivencia y reaccionaron, l¨®gicamente, contra los cr¨ªmenes graves que comet¨ªan los unos contra los otros.
Al principio, la elementalidad y simpleza de los razonamientos humanos consider¨® que cada crimen era acreedor de una guerra entre las tribus o pueblos del agresor y el agredido.
M¨¢s adelante reflexionaron sobre su incongruente y b¨¢rbara conducta, conviniendo que la venganza de la sangre pod¨ªa satisfacerse con medidas m¨¢s selectivas e individualizadas. Finalmente tuvieron que admitir, despu¨¦s de ensayar todo g¨¦nero de respuestas violentas, que el delito es un fen¨®meno que acompa?a la vida de los pueblos y de los individuos.
La funci¨®n del derecho penal, como instrumento inevitable de represi¨®n, pas¨®, en principio, por la tesis de la venganza: venganza divina, venganza privada y venganza p¨²blica. Esta justificaci¨®n de la pena por la venganza es una consecuencia de la equiparaci¨®n del delito al pecado o a la vulneraci¨®n de las leyes de la naturaleza. La reacci¨®n vengativa no se centraba en el agresor. Se extend¨ªa a su entorno familiar o tribal, que era arrasado por el solo hecho del v¨ªnculo de sangre o vecindad.
La racionalidad, la civilizaci¨®n, la cultura y la evoluci¨®n del pensamiento humano llevaron a la conclusi¨®n de que la justificaci¨®n de la pena por la venganza primaba los instintos primarios sobre los valores colectivos de la comunidad. A pesar de algunos residuos de la ley del tali¨®n, ahora socializada y generalizada, se alzaron voces para encauzar el conflicto de forma proporcionada, racional, inteligente y civilizada.
Instalados afortunadamente en un mundo que reconoce los valores del individuo como norma suprema, plasmada en el reconocimiento de los derechos individuales, se exige una nueva configuraci¨®n de las respuestas al delito. La reacci¨®n corresponde al Estado, que tiene el monopolio de la fuerza. Debe ejercitarla con proporcionalidad y humanidad, sin retroceder a los excesos vengativos del pasado.
La utilizaci¨®n de las v¨ªctimas como raz¨®n y ¨²nico fundamento de la pol¨ªtica criminal no s¨®lo es peligrosa, es hip¨®crita e interesada.
Desde hace tiempo se han puesto en marcha pol¨ªticas de ayuda a las v¨ªctimas de los delitos violentos y agresiones sexuales y posteriormente y de manera espec¨ªfica a las v¨ªctimas de delitos terroristas. Las leyes est¨¢n para ser cumplidas y no simplemente manipuladas. Su ¨¢mbito de aplicaci¨®n exige a los poderes p¨²blicos desarrollar las medidas de asistencia, ayuda, protecci¨®n y atenci¨®n que son exigibles en una sociedad moderna, sin descartar, en un futuro, la indemnizaci¨®n de los da?os sufridos con una generosidad mayor de la que ahora se se?ala. Es, en todo caso, un problema presupuestario, pero no un pretexto para endurecer las leyes y para cercenar, hasta la asfixia, los derechos y garant¨ªas de las personas acusadas de cometer un hecho delictivo. Las sociedades democr¨¢ticas no pueden permitirse, en aras de una demag¨®gica compasi¨®n por las v¨ªctimas, dejar indefenso al acusado exponi¨¦ndole de antemano a la venganza p¨²blica y priv¨¢ndole del derecho a un proceso con todas las garant¨ªas.
El problema adquiere caracteres dram¨¢ticos cuando las v¨ªctimas son objeto de manipulaciones pol¨ªticas, llegando incluso a distinguir ideol¨®gicamente a las diferentes asociaciones que agrupan a los familiares y supervivientes de los ataques terroristas. La v¨ªctima tiene derechos indiscutibles, pero no puede marcar la pol¨ªtica de un Estado a la hora de hacer frente a los desgarros que plantea la supervivencia de una irracional furia asesina por parte de quienes se consideran a su vez v¨ªctimas de un sistema, que les ofrece todas las posibilidades de alcanzar sus objetivos por las v¨ªas democr¨¢ticas.
La escenificaci¨®n del dolor de manera permanente y la apelaci¨®n a los sentimientos y emociones de los ciudadanos para hacer pol¨ªtica s¨®lo puede llevar al Estado a una regresi¨®n a etapas ya superadas.
Nadie se preocupa de realizar un seguimiento de las pol¨ªticas de ayuda y asistencia, exigiendo el cumplimiento estricto y continuado, sin inflexiones y sin olvidos posteriores a la exhibici¨®n p¨²blica del dolor de las v¨ªctimas. La legalidad constitucional no pone el acento de la pol¨ªtica criminal en la dureza implacable con el criminal. Se exige racionalidad, proporcionalidad y serenidad en la respuesta. En caso contrario, no merecer¨ªa la pena haber establecido estos principios en el texto constitucional.
La coreograf¨ªa que se monta a favor de las v¨ªctimas resulta parad¨®jica e insoportable para los propios familiares y afectados. Se les considera como h¨¦roes por haber estado en un lugar en un momento determinado o incluso por haber sido el objetivo selectivo de unos asesinos patol¨®gicos.
En un reciente coloquio en la New School University de Nueva York participaron representantes de v¨ªctimas del 11-S y del 11-M. Su mensaje fue verdaderamente conmovedor. Hab¨ªan sublimado el dolor y eran capaces de transmitirnos a todos la inmensa profundidad y riqueza de los sentimientos humanos. Merece la pena seguir sus palabras y su sentimiento profundo de reconciliaci¨®n y de aportaci¨®n positiva para que los sucesos no vuelvan a repetirse.
Entre todos los testimonios escuchados, en unas jornadas inolvidables, repiquetean en mi mente las dulces y serenas palabras de Nikki Stern, merece la pena conocer su nombre, directora ejecutiva de las v¨ªctimas del 11-S, casada con una de las personas que trabajaban en las Torres Gemelas. Escandalizada por la utilizaci¨®n pol¨ªtica e incluso patri¨®tica de las v¨ªctimas, dijo, con una impresionante sencillez y ternura: "Yo adoraba a mi marido, pero mi marido no era un h¨¦roe".
Volviendo al dolor, la cuesti¨®n candente en Nueva York que nadie quiere abordar pol¨ªticamente es el destino del inmenso solar en plena cuna de Manhattan que se conoce como zona cero. Las v¨ªctimas quieren que sea un recinto para el recuerdo que escenifique y perpet¨²e el horror del atentado. Otros, con argumentos vacuos, quieren obtener una rentabilidad edific¨¢ndolo de nuevo para conseguir unos rendimientos de 350.000 millones de d¨®lares. ?Usted, ciudadano o pol¨ªtico, que opci¨®n escoger¨ªa para respetar el dolor de las v¨ªctimas?
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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