?Uy, lo que ha dicho..!
Con frecuencia, me quedo perpleja cuando me preguntan, por ejemplo: "?Qu¨¦ te parece lo del fiscal general?". Entonces, pongo una expresi¨®n de desconocimiento, dispuesta a enterarme de lo que ha dicho o hecho el fiscal. Pero todo lo que consigo es un juicio sobre las perversas intenciones del personaje de turno a quien, seg¨²n parece, le han delatado sus propias palabras, o sus silencios, que tanto da.
Esta costumbre de presentar como noticias objetivas los meros procesos de intenciones retransmitidos por v¨ªa hertziana me enerva. Lo m¨¢s grave es cuando constato que mi fuente de informaci¨®n de esa noticia irreconocible es el mismo medio que mi interlocutor. Mira que soy rara. Porque cuando accedo a una noticia suelo hacerme de ella una idea como en relieve. O mejor dicho, me hago, tan s¨®lo, una idea; es decir, no intento hacerla m¨ªa de una sola vez, simplemente la dejo medio en suspenso, esperando a completarla en las siguientes horas o d¨ªas, como si fuera un borrador. Confieso -Santo Padre- haber pecado de relativismo. ?Que cu¨¢ntas veces? Me temo que cada vez m¨¢s.
Por el contrario, las noticias contadas desde mi entorno suelen ser tan simples, redondas y rotundas que solo dejan espacio para el asentimiento. Y no para cualquier asentimiento, sino para aqu¨¦l que pudiera rezar algo as¨ª como: si ves mi telediario, o escuchas mi programa magazine, te comprometes con mi verdad. M¨¢s que noticias parecen causas. O te lo crees o est¨¢s contra m¨ª. Y una vez deglutida la dosis visual o ac¨²stica, el hecho o el suceso que lo alumbr¨® se disuelve en la nada. En tres d¨ªas ya no importa a nadie, porque la noticia, realmente, no era lo sucedido, sino el medio que lo contaba, cuya bondad era lo que se quer¨ªa demostrar.
Leo este borrador a una amiga y me dice que no entiende nada, que si al menos pudiera seguir con el ejemplo del fiscal general... Pero me resisto. Porque el ejemplo demostrar¨ªa la maldad retorcida de la derecha (o de la izquierda, de los nacionalistas vascos o de los espa?oles, de los ateos o de los obispos). Y mucho me temo que el mal est¨¢ ya tan repartido que nos toca a todos. Cada uno mirando el mundo por un agujero cada vez m¨¢s estrecho y, como los ciegos del cuento, describiendo el elefante que tenemos adelante bien como un muro, bien como un tronco, un tubo o una soga. As¨ª nunca podremos entendernos m¨¢s que entre los que compartimos la misma estrecha mirilla. Y lo peor es que tampoco podr¨ªa comprendernos quien fuera capaz de ver el elefante completo.
Como la madrastra de Blancanieves, hemos roto el espejo y ahora contamos historias hechas de reflejos fragmentados. Pero nos sentimos poseedores de la verdad. Mira qu¨¦ consuelo.
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