Guapos toros tristes

La tarde fue para el olvido. No queda nada en la retina. Bueno, no es verdad. Queda en el alma la profunda tristeza que producen los inv¨¢lidos, mansos, descastados y, a la vez, hermosos y guapos toros de Pablo Romero, ahora del Partido de Resina. Queda la preciosa estampa del segundo al salir de chiqueros. La imagen de ese toro a galope hacia el primer burladero, con la cabeza alta y la mirada altiva y desafiante, era de una belleza inquietante e irrepetible. Qu¨¦ pena que la emoci¨®n fuera tan ef¨ªmera. Ese mismo animal de postal y sus hermanos se tornaban enfermizos, inv¨¢lidos y amorfos a los pocos minutos, si no rodaban por la arena para verg¨¹enza de su estirpe. Hasta tres volvieron a los corrales en una tarde infame para esta legendaria divisa. No levanta cabeza este hierro, famoso en tiempos pasados, pero sumido ahora en la m¨¢s profunda sima de la falta de casta. Sopor y pena es lo que queda de la lidia de estos toros irrespetuosos con su propio linaje.

Pero en la espesura de la aburrida tarde hubo tambi¨¦n dos puntos negros tan impropios de un matador de toros como dif¨ªciles de olvidar. Manolo S¨¢nchez y V¨ªctor Puerto propiciaron a sus respectivos primeros toros sendos bajonazos de esc¨¢ndalo en los costillares que dejaron en entredicho su personalidad. No es admisible que un torero que intenta abrirse camino como el primero se eche fuera de manera tan descarada y busque los bajos con afinada punter¨ªa. Eso no es matar, sino masacrar. Si no est¨¢ uno para vestirse de torero porque el coraz¨®n no aguanta es m¨¢s digno quedarse en casa que exponerse al rid¨ªculo. Aqu¨ª no se puede venir a ganar el sueldo. Esto es otra cosa. Y algo parecido le ocurri¨® a V¨ªctor Puerto en el suyo, que luci¨® unas astifinas defensas, lo cual no es justificaci¨®n, porque lo que suelen tener los toros son cuernos y dignidad es lo que le debe sobrar al torero. Mal, muy mal, ambos se?ores vestidos de luces que echaron un negro borr¨®n en sus respectivas carreras.

Por cierto, El Califa, en su primero, se ech¨® encima del morrillo y consigui¨® una estocada a ley cuya perfecta ejecuci¨®n fue reconocida por todos. Es ¨¦sta la l¨ªnea que define y separa a los toreros de los otros. Bien es verdad que ninguno de los tres toros dio opci¨®n alguna al lucimiento. Mansos y deslucidos, no permitieron, si quiera, la justificaci¨®n de sus matadores. M¨¢s envalentonado El Califa, se gan¨® una voltereta sin consecuencias y lleg¨® a robar unos naturales estimables.

Tampoco tuvo oportunidad S¨¢nchez en el cuarto, que pas¨® m¨¢s inadvertido porque durante su lidia cay¨® un aguacero y la gente aprovech¨® la escasez de recursos del diestro para resguardarse de la lluvia. Un manso total sali¨® en quinto lugar; huy¨® de los capotes y del caballo como de su sombra y cre¨® el desconcierto en el ruedo. Muleta en mano, qued¨® claro que la voluntad de V¨ªctor Puerto no ten¨ªa mucho sentido ante semejante oponente. El Califa libr¨® una seria batalla con un toro dificil¨ªsimo, a sabiendas de que el ¨¦xito no ser¨ªa posible. Lo intent¨®, con la tarde ya anochecida, tornillazo va, tornillazo viene, hasta que el p¨²blico le rog¨® que acabara con tan feo espect¨¢culo, lo que hizo tambi¨¦n feamente ech¨¢ndose fuera.